No hacen falta las publicidades mundialistas para demostrar que el fútbol es un sentimiento.
Ni preguntarte al hincha de cualquier equipo el sentir por el cuadro de sus amores.
Todos exagerarán, todos se quedarán cortos en la descripción.
A todos nos pasa, todo el tiempo.
Y por supuesto, los de Temperley, en esta fecha memorable, no somos la excepción.
Temperley es Nacional mis amigos. Después de 14 años, ante uno de los rivales más odiados de la historia celeste, volvió a la segunda categoría del fútbol argentino.
Y una vez más, como ocurrió en absolutamente todos los ascensos de mi club, ahí estuve, en un privilegio seguramente compartido con algunos (por lo menos) cuarentones más.
De aquel Junín a este Turdera fue mucho lo que pasó.
Cómo no lagrimear al estar por primera vez en este momento memorable en la cancha con uno de mis hijos, Juan Ignacio, el mayor, cuando, en todos los festejos anteriores, el hijo era yo.
Más allá de la confianza que extrañamente en lo personal me hacía confiar hasta último momento en el ascenso, las sensaciones son únicas. Siempre son únicas. Cada uno en la cancha, a la hora de los penales tuvo sus cábalas. Y muchos otros apelamos al 0-800 más allá para implorar por una ayudita extra. Y eso, en la cancha se notó en cada una de las lágrimas de alegría, de desahogo, de, al fin, paz.
Las sensaciones serán parecidas en cada cancha en la que se festeja un título, claro.
Pero nadie podrá discutir en la mesa de cualquier café o en las puertas de cualquier infierno que Temperley es único.
No solo en su actualidad, en la que se congregaron la gestión de jóvenes dirigentes, la pasión de los más viejos, el empuje en lo que pueden de los que en muchos casos casi ni tienen, un cuerpo técnico centrado que sucedió a otro de perfil igual de bajo, y un plantel conformado con muchachos dispuestos a guardarse un pedazo de gloria para toda la vida junto a los chicos que pasaron las de Caín y llegaron a Primera durmiendo en una pensión construida con el esfuerzo de los silenciosos héroes de siempre.
No solo por eso Temperley es único. Para llegar, tuvo que atravesar su propio desfiladero de las Termópilas, en el que menos de 300 en muchos casos, resistieron a pecho abierto y en pie el embate de deudas monstruosas, y resoluciones judiciales y administrativas injustas que lo enviaron a un destierro eterno.
Costó, sí. Tardó, claro. Pero desde las cenizas celestes de la que habla la bandera, acá estamos con el pecho erguido y abierto. Esto es Temperley señores. Salud.
Gustavo dice:
Basta de mentiras Glade,un club por donde pasaron Lacava Schell y Custodio Mendes en el apogeo de sus carreras, por no decir que estaban de última, no merece existir. Igualmente felicitaciones