Andrea Prodan llega a Lomas de Zamora en transporte público. Toma el subte para llegar a Constitución, donde espera el tren que lo traerá hacia el sur. El calor no lo detiene. Viaja parado en el Roca y mira por la ventanilla. Al pasar por cada estación, algo le llama la atención. Yrigoyen, Kosteki y Santillán, Gerli, Lanús, Escalada, Banfield, Lomas. “Me cagaba de risa cuando viajé en el tren porque me siento como en los pueblos del interior de Inglaterra. Hasta que bajé del tren y vi la movida”, dice.
Habla con un pausado acento ítalo-british-argento y cuando pronuncia “risa”, la “r” la modula sin fuerza. Una cualidad que hace difícil no acarrear a la memoria el recuerdo de su hermano mayor. Luca y su “r”ubia tarada.
SIEMPRE MAS CERCA
Pelo lacio y canoso. Frente amplia. Ojos claros. Afeitada al ras. La cara que se torna rosada por el sol. Una remera amarilla con un panda e inscripciones en chino. Su bermuda clarita hace que sus medias violetas —arremangadas— se luzcan aún más entre el alboroto de gente, en una agitada tarde de sábado. Un romano en Meeks y Laprida.
Mientras espera que lo pasen a buscar para ir a una entrevista en la radio, observa el lugar y sonríe. Le gusta el movimiento de la calle Laprida. “Llegué y tuve tiempo para ver la fauna local y divertirme, ¡me encantó!”, dirá minutos después. Saca una foto del lugar y la sube a sus redes sociales. “Siempre más cerca….”, escribe.
Andrea sabe bien que a pocas cuadras de donde está parado y hace casi 30 años fue el último show de su hermano, Luca, al frente de Sumo, un 20 de diciembre de 1987 en el estadio de Los Andes. Las vicisitudes de la vida lo llevarán a Andrea a presentarse esa noche junto a su banda Romapagana, en El Padilla, de Temperley.
Andrea en su show en Tempreley
ASENTARSE EN UNA BALSA EN PLENO TORNADO
Andrea llega al programa Quiero La Baja de Radio Urbe y saluda con una mímesis de un boxeador adentrándose al ring, mientras el programa está al aire. Ingresa minutos después a la pecera y, entre interpretaciones acústicas, usa su carisma actoral para narrar innumerables anécdotas. Sus primeros pasos en la música, su llegada al país, la historia de su banda, su relación con el under, su análisis del contexto político actual (*“Cuánta policía armada en la calle, mamma mía”*), su visión de los medios de comunicación.
— Yo no miro más si es el diario La Nación o no el que me hace una nota. Creo que hasta si me invita Mirtha Legrand a su programa igual iría porque me cago de risa y le voy a tirar una bomba. No de tratándola mal, sino simplemente diciendo un par de verdades.
— Nos morimos por verte con Mirtha Legrand (risas).
— Yo creo que Luca hubiera ido a lo de Mirtha Legrand y se hubiera cagado de risa. Ella le diría: ‘Ay, es un ídolo, muy gracioso’. Y él le respondería: ‘Sí, y vos tenés unos zapatos que me hacen pensar en un postre’. A lo que Mirtha preguntaría: ‘¡Ay! ¿Pero por qué, Lucas?’.
VIDEO: Andrea en la radio, guitarra y voz.
Andrea Prodan le agrega a todos los temas su cuota de humor característica. Cierra los ojos al hablar sobre su vínculo con Argentina y se sitúa en tiempo y espacio. Llegó al país por primera vez en 1995 para grabar su primer disco, que se publicaría un año después: Viva Voce, un álbum hecho enteramente por él, donde personifica con su voz los sonidos de los diferentes instrumentos.
“Después compré una casa en Traslasierra, Córdoba, y me vine a vivir acá. Toda mi familia me decía: ‘¡vos sos un loco de mierda!’”, relata Andrea, e indica que es donde aún hoy continúa viviendo. Fue justo en la provincia del cuarteto y en el preciso lugar en donde hoy él pasa sus días donde, en 1981, se sembró la semilla de Sumo y compartieron sus primeras canciones el cuñado de Timmy MacKern (entrañable amigo de la infancia de Luca), Germán Daffunchio y Alejandro Sokol, a quienes tiempo después se les sumaría la baterista inglesa Stephanie Nuttal.
Tras idas y vueltas con Europa, Andrea Prodan retornaría años más tarde a Argentina para visitar a su hijo argentino, justo el día después de que un presidente escapó en helicóptero: el 21 de diciembre de 2001.
“Fueron los años en que mejor me sentí en Argentina. Con todo el desastre, se dio a nivel humano una necesidad de crear situaciones para sobrevivir. Hacer cosas en la calle, contribuir a movidas callejeras. Fue un momento increíble que me dio mucha fe”, reconoce. Dirá también que eligió este país pero que aún no ha podido asentarse en él. “Asentarse en este país es imposible. Es como querer asentarse en una balsa en pleno tornado”. La historia de los Prodan y las crisis sociales: un cuento que consta de larga data.
PIEL DE RINOCERONTE
Los hermanos Andrea y Luca.
En medio de un caos, también, había arribado a Argentina Luca Prodan, en agosto de 1981. Mientras se apagaba de a poco el gobierno de Roberto Viola, Luca escapaba de Europa y de sus vicios y se instalaba en las sierras cordobesas para tratar su adicción a la heroína. Todo en el marco del “Proceso de Reorganización Nacional”: la dictadura más salvaje que padeció el país.
Pero Luca no tenía miedo: él ya sabía lo que era estar preso. Primero en Italia, una vez por tenencia de marihuana y otra por desertor del ejército durante 1972. Y otra en Inglaterra, por robar singles y elepés del sello discográfico de Virgin, donde trabajaba.
Andrea Prodan recuerda una visita particular a su hermano, durante la dictadura. “Cuando llegamos con mi hermana (Michela) en el 82’ para verlo él nos viene a buscar con sus ojotas, su pantalón, una remera como de una dominatrix, pelado y con sus cositas, y luego subimos al subte. Estaba vacío y nosotros nos sentamos. Él va y se sienta en el piso. Toda la gente lo miraba, porque no era el furgón y en esa época el país era tan cuadrado que te retaban por todo. A Luca le chupaba un huevo. Y él era tan extraño que nadie le decía nada. Era un meteorito que cayó de otro lado”, relata Andrea.
Fuera del estudio de radio, Andrea es el mismo personaje auténtico y cómico que al aire. Sigue contando historias, las amplía y las encarna desplegando su naturaleza teatral. En el viaje camino a visitar la casa de un amigo que vive en Adrogué, observa el paisaje por la ventanilla del auto a todo momento. Almuerza y escucha con atención las exposiciones de todos. Lanza una moneda al aire para saber si debe comer o no una porción más. La suerte le dice que sí, y se alegra. Una vez hecha la digestión se acuesta en una hamaca paraguaya, cierra los ojos y recuerda a Luca, una vez más.
¿Sentís que tanto período de tanto encierro lo volvió a Luca una persona más perceptiva y sensible, o crees él que siempre fue así?
Luca terminó varias veces preso por períodos largos. Él sufrió el karma del encierro y después se escapa a Argentina, que es famoso en el mundo por haber sido el lugar donde se llevó a cabo una de las más feroces dictaduras, de los 30 mil desaparecidos. Y él estaba acá liberando mentes en medio de otra prisión. Era como Jack Nicholson en la película Atrapado Sin Salida. Un tipo al que lo ponen preso, que no está loco pero libera la mente de los locos. A mí y a mi madre siempre nos pareció una analogía pura sobre Luca. Después, pienso que a la sensibilidad la tenés desde que nacés. Pero él la fue hasta cultivando. Y al mismo tiempo fue cultivando una piel de rinoceronte para bancarse los ataques. Porque Luca atacaba y después se bancaba el contraataque. Y eso era muy desgastante si lo hacés realmente con tu piel, con tu ser. No era un periodista que después escribe un contraartículo y listo. Él no ganaba nada por eso. No era su trabajo: era su vida. Como todo ser humano: perdés tu juventud y de alguna manera tenés que hacer una piel más dura. De alguna manera intentás mantener, en algún lugar, tu pureza.