Lanús, mayo 30 (AUNO).- Antes que satisfacción, un alivio enorme. Si me preguntan qué siento en estos momentos, lo primero que se cruza por la cabeza es alivio. Nos quitamos una pesada mochila de encima y lo conseguimos a lo grande, jugando al fútbol como los dioses. ¿Por qué alivio antes que satisfacción? Porque saldamos una prolongada y harto molesta cuenta pendiente, la de pelear un campeonato desde el comienzo y finalmente poder ganarlo. Claro que no es sencillo. En efecto, si existe un club que lo sabe a la perfección, ése es Lanús. Cuántas veces estuvimos ahí coqueteando con el éxito y cuántas veces trastabillamos en la recta final para quedar en el umbral de la gloria, apenas en el segundo o tercer escalón de la tabla de posiciones viendo como eran otros los que sumaban estrellas a su palmarés.
En otras épocas quizá nos regocijábamos con un subcampeonato, pero a medida que nos acostumbramos a pelear arriba, la vara fue subiendo y quisimos ir por más, lógico. Ese afán de superación permanente nos llevó a ilusionarnos con ganar más títulos en cada torneo que “pintaba bien” para nuestro equipo, pero ese karma del bajón en las últimas fechas nos perseguía a sol y a sombra y nos condenaba a ser considerados como un conjunto que si bien intentaba jugar bien al fútbol, solía quedarse sin resto para coronar con una vuelta olímpica un arranque de competencia alentador. En definitiva, ¿cuántas veces nos terminábamos conformando con la clasificación para alguna copa internacional cuando habíamos sido el equipo que más puntos había sumado en una temporada o en un año calendario?
Escribo estas líneas y me brotan en la memoria recuerdos del estilo de, “Y bueno, qué lástima, otra vez será…” Haber ganado de punta a punta este campeonato, y con una actuación espectacular en la final, nos llena de orgullo y en mi caso en particular, insisto, me genera un alivio descomunal. No estaba tan errado finalmente cuando creía que el equipo estaba para más, que el club estaba para más y que faltaba ese envión definitivo, ese espaldarazo de fútbol y confianza que nos posibilitara alcanzar el lugar al que merecidamente hemos llegado ese domingo: campeones siendo los mejores de principio a fin.
Me alegro mucho por la institución, por los integrantes del plantel, el cuerpo técnico y en especial por la gente, por la sufrida gente de Lanús. Pese a que solo viví en Lanús mis primeros tres años de vida, me siento muy identificado con la gente de Lanús, gente trabajadora que todo lo que ha conseguido, mucho o poco, ha sido sobre la base del esfuerzo; inmigrantes y primeras generaciones de argentinos que le dan para adelante todos los días persiguiendo un futuro más próspero. Así es Lanús y así es su gente.
Me encanta ser de Lanús por más que no viva allí. Este domingo por la tarde en la platea media de la cancha de River me terminé abrazando con esa gente, gente con las manos ásperas y la piel curtida que jamás se imaginó que iba a llegar a ver y a disfrutar de un equipo así. A puro grito, a pura euforia. Histórico e inigualable por donde se lo mire. Haberle ganado en la final a San Lorenzo —a un grande con tradición y supuestamente acostumbrado a jugar finales— significa la cereza del postre. Las sospechas de incentivación en la última fecha dejaron flotando la sensación de que San Lorenzo jugó de prestado la final. Lo cierto es que en la cancha las diferencias entre ambos equipos fueron verdaderamente monumentales y el resultado final, un premio y un mimo al corazón para todos aquellos a los que tanto nos apasiona este juego. Que sigan los éxitos Lanús.
*El autor de este texto es un periodista recibido en la UNLZ que durante años se desempeñó como redactor y editor en la Agencia Universitaria de Noticias y Opinión.
AUNO 30-05-16
EFR-MFV