Raymundo “Ray” Fajardo es un baterista y productor musical de Almirante Brown, aunque él mismo considera que ambos títulos le quedan grandes. “El nombre de productor musical es algo demasiado grande por lo que para mí representa ser un productor musical. Estoy a años luz y necesito reencarnar miles de vidas para poder acercarme a eso. Siempre pienso en buscar un nombre que no sea productor musical, pero queda eso, porque es el más fácil de interpretar para explicar cuál es tu trabajo dentro del disco”, sintetiza el baterista de “Jauría” en la intimidad del Estudio Quinto ubicado en Adrogué.
Fajardo asegura que también le cuesta definirse como “baterista de raza”. “Conozco, tengo amigos, uno de mis mejores amigos es baterista de raza, que estudió el instrumento, se preocupa por seguir investigando, estudiando muchísimo y expandiéndose en estilos. Yo fui aprendiendo y absorbiendo cosas muy puntuales que realmente me interesaban, me interesan y sé que las puedo hacer bien”.
El origen de una pasión
La pasión por la música no fue algo que el baterista de zona sur del GBA pudiese elegir, sino todo lo contrario. Fue algo innato, que surgió como un juego de chicos. “A los cuatro o cinco años empecé a tocar las cacerolas y los baldes. Y no paré. Cada vez me lo iba tomando más en serio. Usaba los juguetes para tocar. Esta situación le llamó la atención a mi mamá y me mandaron a estudiar piano a los ocho años, como para poder canalizar o ver si había algo con el tema de la música”, recuerda.
A las clases de piano le siguieron las de guitarra, pero Fajardo continuaba interesado en los palillos que inventaba. “No conocía el instrumento hasta ese momento, pero siempre buscaba palillos que fueran intuitivamente iguales y resistentes. Era muy chico. No sabía ni siquiera lo que era el rock. En ese momento, un primo más grande se da cuenta de que lo que quiero hacer es tocar la batería y es el que me empieza a iniciar en el rock. Me hace conocer Pink Floyd, Led Zeppelin. Y ahí es cuando dije: ‘Eso quiero hacer. Tocar ese instrumento’. Y eso era la batería”.
Con apenas diez años, Fajardo improvisaba ritmos muy complejos para su edad, pero le costaba enfrentarse a las partituras simples. Por eso, su primer profesor debió encontrar un modo alternativo de enseñanza. “Me invitó a tocar música clásica, donde tenés muchos compases de espera y de cuenta para tocar un bombo, un platillo o un tambor. Ahí aprendí a leer. Obviamente divirtiéndome y jugando”. A los catorce ya tocaba en varios grupos a la vez para poder ensayar seguido y tocar todos los fines de semana. “En general siempre estás con uno, pero yo preferí estar con varios grupos que tocaban distintos estilos y, al mismo tiempo, tener ensayos y shows continuos. Creo que eso me ayudó mucho a poder adaptarme a distintos instrumentos y configuraciones, a baterías prestadas, y a conocer distintas baterías y distintos sonidos”.
“Logré tener mi propia batería a los 21, pero la llevé a la sala de ensayo, porque ya estaba tocando en ‘El otro yo’. Nunca tuve instrumento en casa”, cuenta Fajardo y explica que su relación con el instrumento es extraña. “No sentí que en ningún momento elegí. Es algo que no tengo memoria ni sé por qué pasó. Es algo innato. Mi elección no contó. Pero por supuesto que me encanta y es algo que me sigue gustando mucho”, enfatiza.
Fajardo continuó tocando la guitarra y el piano pero como autodidacta y hoy compone con esos instrumentos. “Compongo a veces en piano pero me grabo, porque si hay una parte que me gusta después no la puedo volver a reproducir. Me pasó en el último disco de ‘Jauría’ con el tema ‘El puente más allá de lo vivido’. Hice intentos de volver a retomarlos y estudiarlos realmente o teóricamente bien, como se debe, más para reforzar mi parte de producción, pero me costó mucho siempre”, asegura.
El otro yo del otro yo
La propuesta para ser parte de “El otro yo” le llegó de parte de Cristian Aldana, quien en ese momento estaba armando la banda junto con su hermana, pero Fajardo ya tocaba en cuatro grupos más: “Estaba a full y quería responderle a las cuatro bandas con las cuales me había comprometido”.
En 1994 Fajardo se unió a “El otro yo”, luego de que se desmembrara “Chequero”, la banda en la que tocaba en aquel momento. “Sin ensayos, sin fechas y sin integrantes, me había quedado sin banda y ahí me dediqué por completo a ‘El otro yo’. Primero entro al grupo invitado y después, por una cosa del destino, de ley de atracción, por ser una propuesta original y arriesgada, que era lo que más me atraía… Y me representaba muchísimo el nombre. Tanta fue así esta química, esta situación tan instantánea de conectarnos musicalmente y humanamente, que nos pareció que veníamos tocando hacía años. Fue rarísimo. Nunca me había pasado antes. Con “El otro yo” aprendimos todos a hacer todo. Tenía situaciones que ponía play, rec y salía corriendo a la batería para grabarme. A esos extremos”, recuerda.
Pero nada dura para siempre. Luego de que la banda sacó “Colmena” (a finales de 2002) se empezó a generar una brecha en el interior de “El otro yo”. “Eran muy claras las distintas direcciones. Ya estaban bastante habladas todas las cosas que yo no compartía o en las que no estaba de acuerdo. Esto se da por muchos factores. Uno va cambiando, asume nuevas responsabilidades. Hubo una alejamiento o cambios que fuimos teniendo todos, o cada uno, en el área creativa, logística, de direcciones, hacia dónde llevar la banda, en qué punto hacerla fuerte, el mensaje”, sostiene Fajardo, que en 2009, tras quince años, decidió dejar el grupo.
“Esto lo fuimos hablando, porque somos como hermanos. Fue todo un proceso, hasta que en un momento ya no me sentía al cien por ciento con ‘El otro yo’. Intentamos salvarnos y acercarnos, pero la natural era que yo ya no tocara más ahí, más allá de la tristeza y un poco de bronca. Lo charlamos y decidimos salvaguardar la parte humana”, revela.
Tras dejar la banda con la que vivió una cantidad infinita de momentos, desde los comienzos en Temperley hasta llegar a recorrer Latinoamérica, Fajardo estuvo más de un año sin volver a tocar la batería. “No tenía ganas de tocar. No me alarmé, pero sí lo tomé en cuenta. Yo lo entendí como que empecé a los catorce y no paré nunca. Ni vacaciones. No sé lo que es parar. Cuando me fui de ‘El otro yo’ fue como que se apagó la usina y no sentía las ganas o la pulsión de seguir tocando, sí de producir. De no tener batería hasta los 21 y dejarla en la sala, ahora tener en el estudio tres baterías armadas y que no me pasara nada me parecía un acto de injusticia conmigo mismo, con el destino. No sabía si dárselas a alguien que realmente las necesitara como yo en su momento. De golpe, un día pasé, me senté a tocar y empecé a sentir lo que sentía en un principio, esa alegría de tocar sin compromiso. Me empecé a juntar con amigos, a zapar y ahí me empecé a reenamorar de la batería sin darle la responsabilidad de que fuera mi fuente de trabajo, de un horario, de estar constantemente equipado, en perfectas condiciones”, explica.
Unite a la jauría
Al enterarse que Fajardo había dejado “El Otro yo”, el ex líder de “Attaque 77”, Ciro Pertusi, lo contactó desde México para comentarle el nuevo proyecto que tenía en mente. “Él me contaba de Pichu (Serniotti) y de Mauro (Ambesi) y de cómo le gustaría a él que fuera el proyecto, con total libertad, de sentirnos bien, de tener ganas, si no tenemos ganas no lo hacemos, no tocamos, no nos juntamos. Muy libre en ese punto. De no recibir presiones del exterior ni del interior. De juntarnos y ver qué onda. Todavía no tenía nombre ni sabíamos qué íbamos a hacer, porque tampoco era que íbamos a ser una banda o salir a tocar ya”, remarca.
De este modo comenzó a gestarse “Jauría”, con Serniotti, Ambesi y Fajardo reunidos en el Estudio Quinto en Adrogué y con Pertusi en México. “Ciro hablaba con uno, con otro y todos le decíamos: ‘La pasamos genial’. En un momento llamó y le dije: ‘Mirá, si querés no vengas, nosotros la banda la vamos a hacer igual o algo vamos a hacer, porque está buenísimo lo que está saliendo’. Se rió y adelantó el viaje, porque no se aguantaba más. Vino para acá y un 8 de febrero, un cumpleaños mío, fue la primera vez que ensayamos todos juntos acá. Queríamos hacer todo a la vez. Mostramos las canciones que teníamos, tocamos un par de temas de “Attaque 77”, zapamos mucho, charlamos un montón, de lo personal, de lo actual, de la sociedad, de lo musical”.
Fajardo asegura que en la banda “siempre todo es muy hablado”, ya que eso los unifica y solidifica como personas, músicos y equipo de trabajo. “Nos genera una confianza y una libertad muy optima”, agrega.
A través de “Jauría” los cuatro músicos decidieron hacer el rock que querían y que no escuchaban en otras bandas: “Un grupo que fusiones estilos, dándole mucha prioridad a las letras, más allá de sus temáticas, y a la vez fusionando la diversidad de influencias que tenemos y las bandas de donde venimos, para sacar en puro eso que somos cada uno de nosotros tocando”, señala.
Luego de casi un año y medio de trabajo a puertas cerradas, y con la esencia de “Jauría” en las canciones, en diciembre de 2010 salió la venta el primer álbum que llevó el mismo nombre que la banda.
Desde antes del lanzamiento del primer CD, Jauría estableció una relación constante, de ida y vuelta con su público, en especial a través de las redes sociales. “Mucha gente se enteró por rumores que estábamos ensayando. Fue increíble. Hubo mucho apoyo. Generó una relación de compromiso y de fenómeno, de cariño. Es medio inexplicable. Tener muchísima gente diciendo: ‘Los estamos apoyando. Pase lo que pase tiren para adelante, que va a estar buenísimo’. Creyendo ellos como nosotros o mucho más, sin haber escuchado un acorde, una canción. A ninguno de nosotros nos pasó ni conocemos un ejemplo de algo que haya pasado así, tener seguidores antes de escuchar un tema”.
Con un segundo CD en mente y cada uno trabajando por su lado en las nuevas canciones, Serniotti le comunicó a la banda que dejaba la jauría. “Empezó un viaje de búsqueda espiritual y personal que lo llevó por todo el mundo, y nosotros sabíamos que era importante para él. Lo venía planificando hacía muchos años, antes de ‘Jauría’, y cuando se le dieran las coordenadas lo iba a hacer y nosotros le dijimos: ‘Cuando suceda te vamos a apoyar y vas a tener la puerta abierta’. Y la sigue teniendo. Y él lo sabe. En la jauría entra justamente el tema de la libertad. Somos perros que venimos de distintos lados, nos encontramos y estamos en comunión generando esto. Puede entrar uno, salir el otro. Acá nada es por presión. Nada es por compromiso”, subraya el baterista.
Tras la partida de Serniotti, Sebastían Ambesi, quien ya había tocado como invitado, se incorporó a la banda, junto a su hermano, Pertusi y Fajardo. “A Sebas lo conocíamos y nos pareció que era la persona indicada para estas nuevas canciones. Siempre dijimos, si viene Pichu seremos dos guitarras, porque Ciro dejaría de tocar la guitarra y se dedicaría a cantar, o tres guitarras”, explica.
El segundo CD de la banda llegó al mercado en agosto de este año. “Libre o muero” es un álbum variopinto que mezcla distintos géneros musicales, desde el rock hasta la zamba, e incluye varios homenajes y temáticas polémicas como la eutanasia y la contaminación.
El álbum contiene 21 canciones pero partió de unas 40 iniciales, que luego fueron decantando. “Generalmente el gran problema con las bandas es que no tienen temas. A nosotros nos pasa lo contrario. Nos encontramos con cuarenta canciones, lo cual es un gran trabajo: escuchar las cuarenta, tocar las cuarenta, imaginar las cuarenta. Vimos mucha diversidad y vivimos también muchas situaciones nuevas musicales. Tiramos todas las canciones sobre la mesa y fuimos escuchando todos las de todos y pensamos en función de ‘Jauría’, de lo mejor para el grupo, no de quién es la canción, de quién no es. Está muy desprovisto de todo ese egocentrismo y de toda esa estupidez. Ya trabajamos así en las bandas anteriores”.
“Creíamos que muchas canciones se iban a ir quedando en el camino, pero sorprendentemente tomaban cada vez más fuerza y nos iban gustando cada vez más. Ahí empezamos a tomar dimensión de que iba a ser un disco con muchos pasajes, que iba a pasar por muchos lugares musicales, que iba a ser extenso, con todo lo que eso conlleva: más ensayos, más producción, más lugares, más músicos para poder lograr instrumentalmente lo que teníamos en la cabeza. Cuando se lo propusimos a la compañía nos dijeron: ‘A ustedes le pasa todo al revés. Nosotros tenemos que pedir que por favor nos traigan más temas y ustedes nos vienen con 21 canciones que justamente es como un disco doble en un solo CD, que es un suicidio comercial’”, se sincera.
El nuevo álbum cuenta con varios invitados, algunos son músicos ya reconocidos, como Andrés Ciro Martínez, y otros no tanto. “Todos fueron invitados y no por una cuestión de amistad o de figurita. Cuando estábamos haciendo las canciones y nos imaginábamos un violín, una armónica o un bombo legüero, pensábamos en ‘qué bueno sería llamar a tal persona’”, explica Fajardo.
El baterista señala que la cantidad de temáticas surgió de las situaciones que lo que tocan, de las que hablan, las que les interesan o las que sienten la necesidad de compartir. “Es un disco que tiene mucha zona sur, justamente porque estuvimos ensayando acá, yo soy de acá, nunca me fui a Capital ni pienso irme. Quiero mucho a la zona sur y la recorrí toda. Me parece que es un foco cultural muy importante, cultural, político, de juventud muy activa”.
Suenan fuerte los parches, pero también las palabras de Fajardo. Un hombre de la zona Sur del GBA que ahora va con su jauría contando historias en forma de música. Una banda que impone su voz en los escenarios y que en marzo será una de las principales atracciones del Cosquín Rock.
AUNO 23-12-13
GN-MFV