Otra mirada para el mismo reclamo

Corina Fernández es una sobreviviente de la violencia de género. Su ex marido le disparó tres tiros en la puerta de la escuela de sus hijos. «Alguien que es capaz de hacer una cosa así tuvo que haber sido muy lastimado», expresó en una entrevista, en la que sostuvo que pudo perdonar a su agresor. (*)

Rocío Cerca

Lomas de Zamora, octubre 19 (AUNO) – Corina Fernández salió de su casa una mañana de agosto de 2010 para dejar a sus hijas en el colegio. Cuando despidió a sus nenas, mientras cruzaba la calle, un hombre disfrazado de anciano la tomó por sorpresa y le disparó tres tiros: “Te dije que te iba a matar, hija de puta”. Era su exmarido. Ella había reconocido su voz.

Tras 21 días en terapia intensiva y con dos balas aún incrustadas en sus pulmones, Corina sobrevivió al ataque que la había dejado al borde de la muerte.

Seis años después, luego de que su caso repercutiera en medios de todo el país y de que su exmarido fuera condenado a 21 años de prisión por tentativa de femicidio, Corina se convirtió por obra de su propio destino en activista contra la violencia de género. Hoy, desde un pequeño bar en el barrio porteño de Palermo cuenta, con una paz que pareciera imposible comprender pero con la seguridad de quien sabe lo que hace, que su activismo se transformó en una profesión y que lucha para hacer entender que la violencia tiene una raíz más profunda que la cuestión de género.

¿Por qué decidió convertirse en activista contra la violencia de género?
Creo que la vida te va llevando. En realidad mi caso pegó muy fuerte en los medios en su momento, entiendo que es porque hace seis años todavía no se hablaba tanto de violencia de género. La violencia se asociaba a una clase social muy baja y tal vez no sé si es mi forma de hablar o qué, pero algo pegó en la gente e hizo reflexionar acerca de que esto pasa en todos los estratos sociales. Después, la misma vida me fue poniendo en ese lugar, porque cuando yo pedí trabajo después del juicio (en el que su exmarido fue condenado a 21 años de prisión) el Gobierno de la Ciudad me contrató para que trabajara en la Dirección General de la Mujer y tuve la posibilidad de estar cerca de mujeres que padecían violencia. Ahí me di cuenta de cuán valioso fue mi testimonio y de la empatía que generaba el hecho de haber vivido y pasado por esa misma situación.

¿No la agobia escuchar cientos de casos parecidos a los que le tocó vivir? ¿No le trae malos recuerdos?
No, no me arrepiento de mi trabajo. La verdad es que más allá de haber sufrido en primera persona, me formé. Como decía, la vida me fue llevando incluso a conocer a las personas indicadas. Me crucé con Graciela Ferreira, que es la presidenta de la Asociación Argentina de Prevención contra la Violencia Familiar, la más antigua de todas las asociaciones centradas en violencia. Para mi Graciela es una eminencia, da cursos de violencia interdisciplinaria, cursos que hice con ella, y la verdad es que la violencia terminó convirtiéndose para mí, ahora, en un tema apasionante porque es increíble, cuando uno empieza a investigar de qué se trata, ver que en realidad es un ABC, que se cumple a rajatabla, que toda persona que sufrió en la infancia puede terminar convirtiéndose tanto en víctima como en victimario.

Dado que al momento del juicio contra su exmarido no existía la figura de femicidio, ¿qué sintió cuando supo que lo condenarían a 21 años de prisión, contemplando esa figura legal?
Si bien le dieron muchos años, la verdad es que siempre digo que eso me alivió, pero solo de alguna manera, porque siempre viví con el miedo de que me mandara a matar. Además, él mandaba cartas a las direcciones donde yo vivía. Eso muestra que está todo muy poco cuidado porque yo no sé cómo él sabía esa información, ya que nunca daba mis direcciones.

¿Y cómo logró que se le diera una condena ejemplar? ¿Tuvo que intervenir alguna autoridad especial en el juicio?
Después de que sobreviví es como que en mi vida empezaron a ocurrir pequeños milagros. Uno de ellos fue que la abogada Alejandra Narsellas se acercó a mí y quiso llevar mi caso sin cobrarme un centavo. Eso es mérito de la abogada, pero también hay que destacar a los jueces que tuvieron en cuenta el contexto. No sólo que había intentado matarme, sino, además, los procesos previos por los cuales yo había pasado: 80 denuncias previas, el hostigamiento… Por eso se le dieron tantos años. Ella (Narsellas) me confesó que mi caso la había tocado muy de cerca y que por eso se acercó a mí.

Mucha gente se enoja cuando se habla de violencia de género, porque interpreta que sólo defienden a las mujeres que la sufren. ¿Se han enojado con usted por luchar por esta causa?
(Respira profundo y responde con gesto adusto) Es que seguimos hablando de violencia, de patriarcado, de psicópatas. Y yo estoy con otra escuela que es totalmente coherente, que entiende que alguien que es capaz de hacer una cosa así tuvo que haber sido muy lastimado, al punto de reprimir todo tipo de sentimientos. Entonces no hablamos de un psicópata, hablamos de una persona que la debe haber pasado mal.
Y sí, me encuentro con gente que dice que defiendo violentos, pero yo esto me lo tomo en serio, y si el mensaje que tengo que trasmitir es esto, lo seguiré haciendo. Es fácil decir, “nos matan por ser mujeres”, pero eso no es verdad. Que el patriarcado haya ayudado a que la mujer pase a un segundo lugar, que tuviera que vivir para su marido, que no tuviera posibilidades de estudiar, es cierto. Pero que nos matan por el simple hecho de ser mujeres, no. La violencia no tiene que ver con esto, tiene que ver con cómo te trataron en la infancia, cómo fue tu familia de origen. Cualquiera que no se crió con amor está expuesto. Y vamos para peor.

En algún momento mencionó que había llegado a perdonar a su exmarido. ¿Se debe esto a esa enseñanza que recibió, que tal vez le permitió entender por qué él era así?
(Se acomoda el pelo y mira al final de la sala) Sí. Los dos años que me tomé para recuperarme, no tenía plata, había vendido mi casa y no trabajaba porque me estaba recuperando física y psicológicamente. Todo este trabajo fue autodidacta porque yo sola empecé a hacer meditación, Reiki, todo tipo de ejercicios que sirvieron a la sanación, sobre todo del alma, que creo que es lo más importe en este tema. Hacer un meaculpa, el poder empezar a entender, por su puesto, con terapia, cómo uno pudo caer en manos de un violento. Perdonarse y perdonar al otro. Es lo básico, porque en general, la mujer víctima de violencia está llena de enojo, que en realidad es un poco de enojo contra el violento, pero otro poco de enojo con la vida que le tocó vivir desde que nació. Todo lo que necesitamos es amor, cuidado y atención. Con que estas tres cosas no se cumplan, de ahí va a salir una persona con algún trauma. No tenemos que hablar del caso extremo de un niño abusado o maltratado, con el sólo hecho de no tener un padre cariñoso, de no tener personas pendientes de vos, eso es suficiente para que uno se críe con una carencia que después uno necesita llenarla de alguna manera, y generalmente tendemos a llenarla con una persona que tiene la misma carga traumática que uno. Y de ahí salen uniones que no surgen del amor, sino desde una carga traumática. Eso me ayudó a entenderlo.

(*) Nota realizada para Taller de Periodismo Gráfico
RC-AFG

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