Nadina: el trabajo «contra la desnaturalización del cambio de roles” en chicos

La Fundación asiste a nenes de 6 a 14 años en Monte Grande. Brinda apoyo escolar y actividades artísticas, sin que nada quite espacio a jugar. Su labor se articula en torno a la difusión de los derechos de la infancia, para que ningún niño cumpla tareas de adulto.

A Silvia a veces le dicen “seño” y otras, “mamá”. Es que si hay algo que caracteriza a los miembros de la Fundación Nadina es trabajar con los niños “desde el afecto”. De lunes a viernes, los chicos del barrio Las Colinas, en Monte Grande, realizan actividades educativas y recreativas que se organizan a contra turno de la escuela para que puedan asistir a clase, aunque la realidad a veces los lleva a asumir responsabilidades que les quedan grandes y a dejar de lado las tareas propias de su edad. Así, la abolición del trabajo infantil y la defensa del derecho a una infancia plena se convirtieron en los ejes de la entidad, que lleva 14 años de vida.

Aunque hay abrazos y sonrisas de sobra, Silvia Lopepe, coordinadora de la Fundación, insiste en que Nadina “no es la casa ni la escuela de los chicos, simplemente porque no debe serlo”. Es una iniciativa que busca cubrir las necesidades de personas de 6 a 14 años mediante la aprehensión de valores y derechos, además del acceso a los conocimientos básicos de la enseñanza formal y a la asistencia pedagógica.

Si bien los niños y adolescentes puede tomar clases de apoyo escolar, hay una diferencia fundamental con los establecimientos educativos: “A Nadina los chicos vienen porque les gusta, no tienen la obligación de asistir. Permanecen acá porque el trato es distinto” al que reciben de las maestras, explicó Lopepe a* AUNO-Tercer Sector*, pero sin dejar de destacar la labor de las docentes que “además de enseñar contienen a los alumnos” que atraviesan situaciones de riesgo social.

En el barrio, la pobreza no es ajena y, a veces, se traduce en violencia hacia el otro, aunque no sea el culpable de las panzas vacías. “Son familias numerosas, con mamás muy trabajadoras, chicos que colaboran en la casa y se hacen cargo de sus hermanos menores”, describió la directora de la institución, que sabe que cuando falta el dinero ellos también tienen que ir trabajar.

Justamente el trabajo infantil es una de las problemáticas que las 12 personas del equipo de Nadina tratan con los chicos y su núcleo familiar para “sensibilizarlos acerca de las consecuencias que tiene el abandono del colegio y el juego, de ocupar roles que no les corresponden”. Para ello, los pequeños dibujaron folletos que repartieron en sus casas y en la escuela, como una manera de defender su derecho a no “madurar rápido”.

Sin embargo, cuando se trabaja sobre situaciones que afectan de cerca a las personas, los obstáculos surgen y los integrantes de la entidad sienten que luchan contra la corriente. La concienciación de las familias no es sencilla porque la realidad concreta que atraviesan no se modifica con la labor de la entidad sino que precisan de una mayor presencia del Estado. Para Lopepe, “se necesitan más propuestas de empleo digno, informar y educar en el trabajo para que la gente no se conforme con un Plan Trabajar o la ayuda de los comedores comunitarios”.

Es, entonces, la educación la mejor herramienta que la entidad pone al servicio de la comunidad para “contrarrestar la naturalización del cambio de roles” de los chicos que tienen que volverse adultos a prisa. Por eso, la oferta de actividades de la Fundación busca formarlos en inglés, computación, cuidado de la naturaleza, formación ciudadana, danza, educación física, artes plásticas y nutrición, además del tiempo destinado a jugar.

Para llevar a cabo sus propuestas, Nadina no cuenta con el aval del Ejecutivo local pero sí recibe un subsidio del Ministerio de Desarrollo Social nacional para la compra de alimentos y la ayuda de la Fundación Telefónica en el marco del programa “Pro-niño”. Además, recibe una donación anual de insumos de la empresa Edesur y la colaboración de vecinos o miembros de comisión directiva que, como los profesores, trabajan ad honorem.

“Nosotros venimos a la mañana para estar cuando comienzan a llegar los chicos. Los saludamos y los despedimos con un beso, cuando no hay un abrazo. Sabemos enseguida cuando alguno de los chicos necesita más atención”, describió Silvia, que sabe del lenguaje de las miradas inquietas y de la ternura que nadie debería robar.

AUNO-TERCER SECTOR 18-11-08
NL-GDS

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