Lomas de Zamora, setiembre 13 (AUNO) – “El ejército es la última aristocracia, vale decir la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica”, advierte Lepoldo Lugones el 9 de diciembre de 1924, en Ayacucho, Perú.
Ocurre que en diciembre de 1924 el presidente de Perú Augusto Bernardino Leguía Salcedo, empresario del negocio azucarero, burrero y típico representante oligárquico, organiza unos fastuosos festejos por el centenario de la batalla de Ayacucho e invita a delegaciones de varios países.
Este año se cumplen 140 años del nacimiento del poeta cordobés y el 6 de este mes se cumplieron 85 años del golpe contra Hipólito Yrigoyen, que fue precedido, como no podía ser de otra manera, con una intensa campaña mediática en contra por parte de diarios y revistas.
La Argentina, a la sazón gobernada por el aristócrata radical Marcelo T. de Alvear, participó allí con una delegación encabezada por el ministro de Guerra del gobierno radical, Agustín Pedro Justo. Allí estaba también Lugones.
Estaba fresca y con fuerza la Reforma del 18 que se expandía hacia América Latina. En el mundo occidental y cristiano, sin embargo, soplaban tenebrosos vientos: en todos los países europeos crecen y dan zarpazos los movimientos nazis fascistas, auspiciados por ese mismo mundo y sus finanzas con el propósito de frenar cualquier revolución.
En la Argentina ya actuaba la Liga Patriótica Argentina, civiles de ultraderecha o paramilitares, dedicados a reprimir cualquier sector que se organizase política o sindicalmente, a inmigrantes y expresiones obreras en lucha. Las reuniones de la Liga Patrióticas se hacían en instituciones vinculadas a militares del Ejército y de la Marina.
Lugones, en tanto, toma parte en una nueva serie de conferencias. Esta vez se hacen a partir del 6 de julio de 1923 en el Teatro Coliseo y son patrocinadas por la Liga Patriótica y el Círculo Tradición Argentina.
En la ocasión advierte sobre la necesidad de contar con un ejército para la represión ante la presencia de dos amenazas: una exterior, invasiva; y la otra interna, que emerge a raíz de la lucha de trabajadores organizados sindicalmente y que blanden banderas rojas y negras.
La preocupación oligárquica y de su sistema cultural ante la llegada de inmigrantes pobres de Europa en el ámbito de las letras se venía produciendo al menos desde el último tercio del siglo XIX.
Ocurre que las fuerzas armadas, en ocasión de la prédica de Lugones, ya eran represoras, pero lo que ese escritor propone es otra cosa y el enemigo exterior lo constituían algunos países limítrofes y también la ola inmigratoria que seguía llegando.
Entre fines de la década del 10 y principio de la siguiente se constituye un momento en que en la Argentina se generan teorías que habrá de servirle a todas las dictaduras del siglo XX. Joaquín V. González primero y Lugones inmediatamente después figuran entre quienes generan ensayos y discursos en ese sentido.
La lección de la espada
Ese famoso discurso de Lugones, bastante breve y sin metáforas, contiene tres partes, pero lo fundamental es su hilo conductor. El autor de Lunario une el accionar político y específicamente militar de la Independencia con lo que habría que hacer ahora por parte de una aristocracia militar.
Se trata de un discurso en que están desplegados todos los recursos del modernismo literario (tardío), la retórica helenista que no es patrimonio sólo suyo, porque otros escritores de América Latina practicaban lo mismo, y el clásico nacionalismo asociado a los colores de la Bandera, a la naturaleza y la fauna, que son procedimientos con que se aturdía la literatura y el ensayo desde hacía varios años.
Así fue que Lugones une la patriada de la independencia continental con lo que habría que hacer ahora: “(…) procuraré dilucidar el beneficio posible que comporta para los hombres de hoy esa lección de la espada”.
“Esas lágrimas de Ayacucho van a justificar el recuerdo de otras que me atrevo a mencionar, animado por la cordialidad de vuestra acogida”, dice.
“Señores: dejadme procurar que esta hora de emoción no sea inútil. Yo quiero arriesgar también algo que cuesta mucho decir en estos tiempos de paradoja libertaria y de fracasada, bien que audaz ideología. Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada”, advierte. No hizo falta que dijera para todo el siglo XX.
La unión entre las batallas de la independencia y el papel que ahora deberían jugar las fuerzas armadas está más que claro. No dice sólo “ha sonado la hora de la espada”, sino: “Ha sonado otra vez”.
Por si acaso el auditorio inmediato y el lejano no entendiera, aclara: “Así como ésta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque ésa es su consecuencia natural, hacia la demagogia o el socialismo”.
“Pacifismo, colectivismo, democracia, son sinónimos de la misma vacante que el destino ofrece al jefe predestinado, es decir al hombre que manda por su derecho de mejor, con o sin la ley, porque ésta, como expresión de potencia, confúndese con su voluntad”, argumenta.
“El sistema constitucional del siglo XIX está caduco. El ejército es la última aristocracia, vale decir la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica”, agrega.
Todo ello configuró doctrina para todas las dictaduras que habrán de llegar. El contexto nacional e internacional era penumbroso hacia los inicios del 20.
Al iniciarse esa década Joaquín V. González, amigo de Lugones, escribe un ensayo que tituló Patria y Democracia, que contiene en sobredosis un sobresaltado rencor contra los inmigrantes, ratifica su adhesión a un anacrónico credo sarmientino y su admiración por las potencias colonialistas de turno.
Lugones, por su parte, dice hacia el 30: “(…) En todo delincuente hay un prófugo, como en todo agitador un aventurero; y todo comunista marxista o anárquico es un expatriado en su propio país (…) Ni la pobreza ni la fortuna dan derechos. Son consecuencias económicas de la mayor o menor capacidad personal en el dominio económico”.
Es en las décadas del 10 y del 20 cuando se crean todas esas categorías que habrán de usar civiles y militares en los discursos para llamar a las dictaduras argentinas en esa centuria e incluso todavía anidan en no pocas cabezas de la sociedad argentina.
AUNO-13-9-14
HRC