La vida en Monte Grande de Ronald Richter, el científico que embarcó a Perón en un “sueño atómico” que terminó en un fiasco

El físico austríaco estuvo el frente del Proyecto Huemul, en Bariloche, que fue cancelado en noviembre de 1952, hace 70 años. Por qué llego a la localidad de Esteban Echeverría.

Por Elías Brizuela y Leo Torresi

El triste “privilegio” le tocó al aviador naval Pedro Iraolagoitía.

El 22 de noviembre de 1952 puso los dos pies en la Isla Huemul, en Bariloche, para poner fin a un proyecto decepcionante.

Intervino los laboratorios donde experimentos no comprobados habían empujado a Juan Domingo Perón a anunciar que la Argentina iba a ser líder en el mundo en la producción de energía nuclear con fines pacíficos

La noticia se manejó con mucha discreción.

La intervención representó el final concreto del proyecto encabezado por el físico austríaco Ronald Richter, que de la gloria por un supuesto logro inédito pasó a una vida mezclado entre los vecinos de un barrio de Monte Grande, afincado en un chalet donde vivió  más de 30 años.

¿Quién era Ronald Richter?

¿Cómo llegó a la Argentina? ¿Cómo fue que consiguió seducir a Perón para llevar adelante un proyecto que de la ambición y de provocar uno de los anuncios más espectaculares de la historia pasó al gran fiasco

Richter fue un científico austríaco, doctor en física, que llegó a Argentina en 1948.

A Perón se lo presentó Kurt Tank, el ingeniero alemán que había desarrollado el avión argentino Pulqui,

Perón y Richter eran parecidos de carácter y enseguida empatizaron.

El austríaco convenció al presidente argentino de llevar adelante un proyecto que podía poner a Argentina delante de las potencias mundiales.

Crear un pequeño “Sol” dentro de un laboratorio de fusión nuclear controlada.

Eso iba a permitir producir cantidades ilimitadas de energía barata y sin riesgos.

Richter instaló su laboratorio en la isla Huemul, a 8 kilómetros del centro de Bariloche.

20 meses después del comienzo de las obras llegó el gran anuncio en la Casa de Gobierno.

En el laboratorio 2 de la isla se habían logrado «reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica.”

Richter lo explicó de este modo: «Cuando explota una bomba atómica hay una destrucción espantosa. Yo controlo la explosión: hago que se produzca en forma lenta y gradual«.

El asombro fue mundial.

Lógico.

Si era cierto, Argentina tenía la “bomba atómica” para aplicarla al desarrollo industrial.

Richter, nacionalizado argentino, recibió la Medalla de la Lealtad Peronista.

Pero el proyecto de su vida, el que embarcó a Perón en un anuncio espectacular, terminó en un fiasco.

Una comisión de legisladores y de expertos argentinos en energía atómica comprobó que el experimento nunca había existido.

El proyecto se canceló, pero dejó algunas consecuencias positivas.

Fue la excusa, o el marco, para la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), en 1950, clave en la continuidad del desarrollo nuclear en Argentina.

El contraalmirante Pedro Iralagoitía era el secretario general del organismo cuando intervino la isla. 

A Richter le confiscaron dos autos y un piano que le había regalado Perón.

Al presidente le pareció mucho y decidió tener un último gesto con su amigo en desgracia: ordenó que le devolvieran uno de los coches, y también el piano.

En 1954  Ronald Richter llegó a Monte Grande.

Eligió la ciudad  “por la recomendación de unos amigos alemanes que trabajaban en la Firestone” (la fábrica instalada en la rotonda de Llavallol), explica Chanchi Sánchez, administrador de la página de Facebook “Monte Grande Ayer”. 

El físico austríaco vivió durante los primeros años en la llamada quinta “San José”, sobre la calle Ramón Santamarina, a tres cuadras de la avenida Pedro Dreyer.

En 1954 compró un chalet en Berasain y Almirante Brown, donde se instaló con su esposa Ilse Aberdt, su hija Mónica  y sus mascotas.

Una casa “con persianas deterioradas, bajas, un living austero y  la cocina en penumbras”, la describieron en una entrevista que el físico Mario Mariscotti, consiguió en 1984, para el ciclo “Allá vamos”.

El chalet todavía sigue en pie.

La vida de Richter en Monte Grande fue bastante activa, al menos en los primeros años.

Paseaba con el Cadillac descapotable que le había regalado Perón y se entretenía en los bares cercanos a la estación.

La lectura madrugadora del diario en inglés Buenos Aires Herald era uno de sus hábitos. 

Cuando atendía a algún periodista, el físico solo respondía en alemán o en inglés: consideraba al castellano como un idioma menor.

Richter murió el 25 de noviembre de 1991. 

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