“Las nuevas generaciones son la arcilla para recrear un nosotros común”. Bajo esta premisa, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) desarrolló su informe sobre “Juventud y cohesión social en Iberoamérica (Un modelo para armar)”. La entidad arribó a la conclusión de que los jóvenes deben construir sus proyectos de vida en sociedades que los involucren en sus oportunidades y los protejan en los riesgos. Y si bien señala avances en los últimos años, también da cifras preocupantes sobre, por ejemplo, pobreza y educación.
La entidad también concentró su análisis en otros ítems: riesgos, oportunidades y vínculos sociales. En primera instancia, definió a la cohesión social como una moneda de dos caras: una marcada por estructuras e instituciones que facilitan la inclusión social, y otra por el sentido de pertenencia de las personas y grupos a la comunidad ampliada. En base a eso se desarrollaron todas y cada una de las ideas.
En el estudio se informó que si bien los niveles de indigencia habían descendido notablemente en los últimos quince años, los niveles de pobreza se habían mantenido casi igual. Así, en 2006, un 35% de los jóvenes era pobre, mientras que un 11,4% era indigente. Estas cifras son un 44% y 39% menor que en 1990. En el caso de Argentina, el país presenta una mejor situación por formalización más temprana del empleo, acceso de ocupaciones que permitan un mayor nivel de bienestar y menores tasas de fecundidad respecto del resto de los países de la región.
Pero así como los jóvenes tienen mayores posibilidades que el resto de la población para desarrollar sus capacidades productivas, también poseen los índices más grandes de muertes y riesgos por causas exógenas. Entre estos se encuentran los homicidios, los suicidios, los accidentes de transporte terrestre, las enfermedades transmisibles, el embarazo –y parto y puerperio- mal llevado a cabo, y el consumo de drogas –principalmente alcohol y tabaco-. Muchas veces, estas conductas de riesgo están ligadas a otros problemas de vida. En El Salvador se da la situación más complicada: llegan a representar al 15% del total de defunciones anuales.
La maternidad adolescente es una de las causas de más riesgo en las jóvenes, sobre todo cuando son de bajos recursos y no tienen acceso a los mismos derechos y oportunidades que las demás. Pese a las acciones llevadas a cabo por los gobiernos al respecto –leyes, medidas, campañas de información- desconcierta por qué si disminuye la tasa de fecundidad general la de adolescentes continúa en permanente aumento.
En tanto, la violencia afecta mayormente a los hombres, aunque tampoco discrimina a las mujeres. Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), un índice “normal” de criminalidad se sitúa entre 0 y 5 homicidios por cada 100 mil habitantes, por año. Cuando excede los 8 se está frente a un cuadro de criminalidad “epidémica”, y este es el caso de América Latina, que hasta triplica y quintuplica ese nivel. Sólo unos pocos países –como Argentina y Chile- se hayan por debajo de los 8.
Esta violencia juvenil habla no sólo de la que se da en los grupos organizados –como las maras- sino también de la que se experimenta en los hogares o en ámbitos públicos. En parte – y sólo en parte- esta violencia se ve acrecentada por las diferencias de oportunidades. Y una de ellas es la educación, que se ha convertido en el principal e indispensable elemento para conseguir un buen trabajo y poder ascender en la escala social. El incremento del gasto público en este sector no ha sido suficiente. Se requieren “acciones afirmativas que mitiguen los factores de exclusión y que mantengan a los jóvenes dentro del sistema educativo”. Al respecto, en Argentina, en 2006, un 98% de los jóvenes concluyeron el ciclo primario, mientras que el secundario rondaba el 65%.
Si bien cada vez son mayores los “avances” que se dan en el ámbito educativo y en el del empleo, más son la brechas entre los que pueden alcanzarlos y desarrollarse, y los que no llegan a los mismos. Esto produce un “desencantamiento” en los jóvenes respecto a la sociedad y a las instituciones gubernamentales en general. Muchas veces, por esto se aventuran a ir de un lugar al otro en busca de mejores oportunidades, que suelen serles negadas debido al contexto –familia, lugar, posición económica- en el que han nacido.
Según la CEPAL, debe haber sociedades que promuevan la participación para así fortalecer el sentido de pertenencia de los ciudadanos; sociedades que cada vez procuren más achicar las brechas de las desigualdades a la hora del acceso a las oportunidades y a los derechos de todos. Es en relación a eso que afirmó que “se presenta una dualidad en el sujeto juvenil, relacionada con el desfase entre sus realidades sociales y legales”. Y concluyó que “los programas de adolescencia, si bien contribuyen al desarrollo juvenil, no cubren el período juvenil a cabalidad” y que “las políticas nacionales de juventud se establecen desde criterios etáreos distintos en cada país”.
Es por eso que el subtítulo del trabajo es “Un modelo para armar”, porque consideran que si bien en los últimos años los gobiernos han realizado acciones al respecto, todavía falta mucho por hacer, y que se deben tener en cuenta todos los elementos al momento de hacerlo. Y eso para lograr que los jóvenes participen en la construcción de un “nosotros común”, que sen protagonistas de los nuevos signos de la cohesión social. Así es que el modelo está para armar, del lado del relato y del lado de la realidad.