La historia de AUNO en primera persona

Desde agosto de 1990, cuando AUN (sin Opinión) abrió sus puertas, pasaron por la agencia cientos de estudiantes que hoy transitan su profesión en redacciones, radios o canales de televisión. Junto a los editores, le dieron identidad al espacio que fue declarado de interés municipal, por eso la historia hoy la cuentan ellos.

Diego Schurman

La agencia es importante para mí, por varias razones: primero, porque logró hacerme decidir que el periodismo era lo que quería hacer; segundo, porque me formó y, tercero, porque me permitió dar un salto desde la agencia hacia algún medio nacional, en el cual después me fui desarrollando como profesional. Todavía recuerdo especialmente a quienes formaron la agencia cuando todavía era AUN, Agencia Universitaria de Noticias: Daniel Miguez, Daniel Casal y Eduardo Videla, los profesores que junto a un grupo de alumnos pusimos la agencia en marcha, y pasados tantos años dio sus frutos.

Mariana Carbajal

Pasé por la agencia en los primeros años desde su creación. Mi paso por AUNO fue fundamental en mi desarrollo profesional, no solo porque aprendí en esa práctica, también, y sobre todo, por los consejos que recibí de parte de quienes la conducían: periodistas formados que trabajaban en medios y desde esa experiencia podían transmitirnos a nosotras y a nosotros los estudiantes cómo pensar el periodismo y sus desafíos, así que estoy muy agradecida por esa enorme posibilidad que me dio la universidad pública.

Ariel Bargach

Como primer punto destacaría la condición de medio zonal que tuvo AUNO en sus orígenes. Ahora es casi una hábito ver medios zonales o de nicho, pero en aquel momento no los había y fue un gran acierto limitar el trabajo a cuatro municipios. Otra virtud fue cruzar a un grupo de profesionales con los valores de un grupo de amigos: la praxis profesional de trabajar con parámetros muy cuidados pero sin deshumanizarse. Probablemente este sea uno de los logros más grandes, que hizo a la agencia perdurar hasta ahora. Además, la relación con las cátedras, le sirvió AUNO, les sirvió a las cátedras, y les sirve a los alumnos que se convierten en periodistas. Son casi 30 años y eso implica atravesar cambios tecnológico y en el mercado. Haber sabido adaptarse a esto es otro de los grandes méritos. AUNO también cruzó a las nuevas camadas con las más experimentadas: una mixtura muy importante. Somos muchísimos los que aprendimos buena parte de lo que sabemos en la agencia, y ahora andamos desparramados por el mundo. Por eso uno nunca termina de cortar del todo los lazo con AUNO.

María Julia Mastromarino

Me senté frente a una de las máquinas de escribir, preparé la hoja en blanco y esbocé un cable en base a una de esas gacetillas empachadas de jerga policial. Tenía pocas herramientas periodísticas. Daniel Miguez pispeó. Era un escrito apenas pasable de una novata, invitada al nuevo espacio universitario por Ariel Bargach. Una estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UBA, que llegaba ávida de práctica periodística y andaba averiguando para hacer la simultaneidad con la carrera de Periodismo en la UNLZ.
A ese primer momento que viví con tensión, siguió el chiste liberador. La sensación de que cada uno estaba dándole vueltas a lo suyo. Rehaciendo un texto, comentando una contratapa de Soriano, buscando un buen sinónimo o llamando a alguna fuente. Enseguida me sentí cómoda. Había intereses comunes, un espíritu enérgico y una búsqueda de rigurosidad que no volví a ver en muchas redacciones. “Ellos son los directores”, me explicó Leo Torresi señalándome a Miguez, “Tomate” Casal y a Eduardo Videla. Tres tipos muy distintos y con el sello común que une a quienes, además de buenos profesionales, son buena gente. Y eso percibí enseguida, aun cuando Eduardo aparentara ser más distante e impresionara observarlo serio frente a un despacho como un cirujano que escruta a un paciente.
Me integré a ese equipo que estaba creciendo. Encontré el espacio para aprender, escribir, reformular. Repartí el servicio por medios gráficos y radios comunitarias. Un día, una investigación sobre SIDA que hicimos con Ariel fue replicada por medios nacionales y registré de cerca el potencial de la agencia. Otro día edité. Otro, arranqué con pasantías. La Unión, Página/12, Telefe. Después, la experiencia como docente en la cátedra de Periodismo Gráfico, que era como ampliar nuestro ideario, en defensa del buen ejercicio de la profesión y la formación universitaria.
La agencia te presentaba desafíos y su gente apostaba al potencial de cada uno. Recuerdo al querido “Tomate” ponderando mi trabajo. Hay gente que te ve y gente que no, sobre todo si cultivás un bajo perfil o sentís timidez. Y esa confianza incondicional que siempre pregonaron y les sigo agradeciendo a Miguez y a la UNLZ, para un estudiante es oro en polvo. Con ellos, con “Chela”, el “Alemán”, Martín Glade, Mariana Carbajal, Andrés y tantos colegas amigos que siguen siendo mis referentes compartimos esa historia, esas primeras credenciales de cuando la agencia se llamaba AUN. Y por primera vez me sentí periodista.

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Pablo Waisberg

En los primeros recuerdos que tengo de la agencia está Daniel Casal. Lo veo claramente, insistiéndome, en un pasillo de la facultad, para me diera una vuelta por esa aula donde había muchas máquinas de escribir y dos computadoras que usaban los editores. Estaba empecinado en que fuera allí. Fui ese mismo día o al siguiente. Me encontré con una redacción profesional a escala, donde vi de cerca a las y los primeros periodistas de carne y hueso y a muchos otros que, como yo, empezábamos a jugar con el oficio.
Hice mis primeras entrevistas, cubrí movilizaciones que iba reportando desde un teléfono público y aprendí a estructurar un cable en pirámide invertida. Y, por supuesto, en ese ámbito se discutía mucho sobre política, economía y otras cosas, como ocurriría tiempo después en otras redacciones. Allí sentí por primera vez ese vértigo por ordenar las ideas, por armar un relato coherente en el menor tiempo posible, que permitiera contar una historia.

Leonardo Castillo

Errar, persistir y volver a insistir hasta que todas esas ideas que conjeturamos en nuestras mentes quedaran plasmadas en un texto que pudiera publicarse, que fuera digno de ser leído. Ese es el camino que todos los que nos formamos en AUNO seguimos cuando empezamos y al cual pretendemos mantenernos fieles. Es que en ese lugar de formación y práctica constante que es AUNO, el ejercicio individual de la escritura se convierte en una actividad colectiva que enriquece a los pibes que empiezan a escribir, al editor y al docente. Todo eso significa la agencia para mí, a la que me incorporé en 1998 y le debo todo lo que soy como periodista. Pasaron muchos años, varios maestros, entrañables compañeros, momentos de mucha satisfacción y alguna que otra amargura, que no viene al caso recordar acá. Quedan en mi memoria mi paso por la sección deportes de AUNO, junto a Emiliano Rodríguez y Martín Voogd, y todas las tardes con sus noches que pasamos editando materiales junto a Adrián Figueroa Díaz. También mi agradecimiento a Daniel Miguez por las oportunidades y mi entrañable recuerdo para Eduardo Videla y Daniel Casal, cuyas enseñanzas me acompañarán por siempre, cada vez que sienta la necesidad de comenzar un texto. Una especial mención a las editoras que me sucedieron como Soledad Arréguez Manozzo, Daniela Yaccar y Alejandra Fernández Guida, que tanto hacen para mantener vivo ese fuego sagrado que distingue a AUNO como proyecto comunicacional y pedagógico. Tampoco puedo olvidarme de Germán Ferrari, Ailin Bullentini y Rocio Magnani y Alejandro Giuffrida, con quienes compartí el desafío de ejercer la docencia. Perdón por los olvidos, y gracias por todo.

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Marcos Viancheto

En AUNO aprendí la base de lo que será seguramente toda una vida como comunicador. Tenía 20 años cuando me animé a preguntar en la agencia si podía empezar. En un comienzo fui redactor de noticias locales, pero después de considerar que me había ganado cierto “derecho de piso”, con muchas tediosas notas al entonces intendente de Lomas de Zamora Edgardo Di Dío (Alianza), me las ingenié para crear el sub rubro “recitales”, compuesto por mí mismo, en el que pude entrevistar, entre otros, al cantante Gustavo Cordera, en el auge Bersuit Vergarabat; a Alejandro Sokol y Germán Daffunchio, de Las Pelotas, y de asistir al primer Cosquín Rock. Gracias a los periodistas que nos editaban, que nos guiaban, en AUNO conocí en la práctica herramientas hoy fundamentales para mi trabajo y fue un complemento irremplazable para el estudio de la carrera de periodismo. Pero lo más lindo que me llevé para siempre, y que cuando no lo tengo lo extraño, es el clima de redacción: un milagro hace que nunca sientas que estás en una oficina siendo que sí lo estás, gracias a los mates, las charlas, los debates, las discusiones, la colaboración, la memoria y la inteligencia puestas a prueba, el trabajo en equipo, los consejos, una anécdota para cada tema noticioso, y el humor siempre atravesando todo. “Este mundo extrañará por siempre la película que vio una vez”, dice el cantante.

Carla Perelló

Esas cuatro paredes. El nido. Algunxs llamá(ba)mos así a AUNO, ese espacio pedagógico-periodístico que ocupamos en las tardes, entre clases o en vacaciones de invierno o verano de 2007 hasta unos cuantos años más tarde. Soy la más chica del grupo, y para ver al resto tengo que mirar hacia arriba. Con Adrián, Leo y Martín aprendí a caminar, mirar y escuchar antes de escribir. Junto a ellos y mis compañeras/os —hoy amigxs— aprendí el quehacer periodístico como acto colectivo, en rondas de sumario y notas hechas a cuatro, seis u ocho manos. Supe de la comunicación como un derecho, entonces pateamos la calle y nos embarramos para conocer y amplificar esas otras voces que no siempre llegan ni son escuchadas. Supe que el periodismo es libre o es una farsa. Supe de Walsh, la militancia y el peronismo. AUNO fue mi primera experiencia periodística, dos pasantías y mi actual trabajo. Pero AUNO fue y es mucho más que letras que se combinan para formar palabras, y palabras que toman sentido en una oración. Es amigxs, minivacaciones a Miramar o Gualeguaychú; besos a escondidas o una birra entrada de contrabando a la facultad; muchos fines de semana de salidas, bailes, descubrir bandas nuevas y saltar en un recital; es, también, otros proyectos periodísticos, otra casita: Revista Nan; noches largas de jugar al TEG, al Carrera de Mente o dígalo con mímica. AUNO es un abrazo gigante que arropa, aunque antes nos estallábamos las casillas de correo de emociones y hoy nos colgamos un mensaje de WhatsApp. Acá estamos, diez años después, más o menos bien.

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Belén Escobar

Crucé la puerta de AUNO por primera vez con la expectativa de hacer mis primeras prácticas en la profesión y salí con la certeza de que había aprendido a hacer periodismo. La agencia constituyó un espacio en el que construí mi identidad periodística, pero también coseché amistades con las que hoy comparto mi vida. Aún recordamos cuando salíamos de la redacción con la oscuridad de los pasillos, ya que no quedaba nadie en la facultad, o los infinitos debates sobre el sistema D’Hondt. En tiempos en los que no abundaban referentes periodísticos en los medios masivos de comunicación, encontré en la agencia, junto a mis compañeros de redacción, la orientación para recorrer el camino sin dejar de lado lo más importante: los periodistas somos la voz de quienes no pueden hablar.

Manuel Rodríguez

AUNO es nuestra casa dentro la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Y digo nuestra y no mía porque somos muchos los que en la actualidad tenemos la redacción del primer piso como un punto de encuentro y de identificación dentro de la facultad.
La agencia no es sólo el espacio donde nos formamos en la práctica periodística, sino también el sitio donde dar discusiones sobre el periodismo y la vida, donde encontrar el impulso que falta para rendir una materia, donde la tarea periodística deja de ser individual y se convierte en colectiva y el lugar donde siempre encontrás un mate, probablemente lavado o frío, pero que te invita a ser parte de la mística aunera. Esa que te hace saludar como si fuera tu amigo de toda la vida al compañerx que viene por primera vez y que te levanta ante cada una de las tantas cachetadas que este trabajo suele darte.
Las experiencias dentro de la agencia son incontables y es difícil destacar una, pero desde ese día en el que conocí al inmenso y frontal Leo Castillo y me pidió que haga unas cabezas, AUNO me hizo sentir periodista.

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Nahir Escobio Buono

Participar de AUNO es una gran ayuda para perder los miedos de la profesión entre colegas que no te van a juzgar, sino que te van a empujar a romper las barreras que cada uno se pone por temor a equivocarse. Es encontrar un lugar en el que te sentís tan cómoda que entre nota y nota, y entre mate y mate, le contaste TODOS los dilemas de tu vida a tu editor. Una base excelente para cualquier trabajo.
Es ayudar a tus compañeros y dejarte ayudar. Aprender de cada uno que pasa por ahí. No solo de su talento al escribir, sino de cada consejo ante la situación de búsqueda laboral. Es ir a llorar cuando el mundo se te cae abajo y llevar facturas cuando algo te salió bien. Es: un criadero de ideas revolucionarias, es lucha, es amor, es mi casa.

AUNO 23-05-2018
AFG

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