Lomas de Zamora, noviembre 02 (AUNO) – “Nuestros mulatos, ¡y hay mucho miles!, tienen una vehemencia sexual que revela en ellos el espectro del negro y va unida a una gran incapacidad para reproducirse. En las provincias del interior, el clima agrava las pasiones carnales”, escribe Manuel Gálvez en su libro El Diario de Gabriel Quiroga (1910).
El texto forma parte del discurso nacionalista y nativista conservador que proliferaba en el Centenario de la Revolución de Mayo, pero no sólo por ese aniversario, sino porque era un ariete contra la inmigración pobre que llegaba en masa desde Europa.
Organizado básicamente sobre dicotomías informadas por la ideología de ‘civilización o barbarie’, el libro contiene una sobredosis de racismo, discriminación y de casi todas las taras de la sociedad argentina, muchas de las cuales todavía sobreviven en el alba del siglo presente.
Impunemente cínico, el escrito está dedicado a la “memoria de aquellos dos espíritus eminentes que enaltecieron a la patria de prestigios insignes, espíritus fecundos y prodigiosos (…) aquellos dos espíritus románticos y buenos (…)”. Los destinatarios de la lisonja: Mitres y Sarmiento. Gálvez necesitaba sintonizar con el diario La Nación si no quería ser declarado muerto civil.
El personaje ‘Gabriel Quiroga’, el alter ego de Gálvez, es nacionalista e ideólogo de la Patria frente a los inmigrantes, opone falsamente, ya veremos por qué, las provincias frente a Buenos Aires, tiene melancolía por un pasado que para estos casos siempre fue mejor que el presente, añora la etapa colonial, el rosismo y el mitrismo.
El discurso está teñido de prohispanismo, una característica típica del nacionalismo de aquel momento, frente al cosmopolitismo representado por los inmigrantes; presenta un cambio de los espacios que corresponden a la civilización y a la barbarie: Buenos Aires, es el lugar de la enfermedad; las provincias, el espacio de la salud y las dadoras de nacionalidad.
El personaje central es católico y conservador; reivindica a los caudillos federales, aparecen constantemente los polos ‘ciudad-campaña’, la sublimación de algunos aspectos de las provincias y la condena a indios, inmigrantes y mulatos.
El país estancia
En un escrito para celebrar la fiestita oligárquica del Centenario no podían faltar las referencias a ese ideario básico de la Argentina, según el cual el país tiene un supuesto destino de país proveedor de granos para el mundo entero, aunque ‘mundo’ se debe entender por las potencias coloniales de turno.
Al lamentarse amargamente por visualizar a Rosario como una ciudad industrial próspera y moderna, y a Santa Fe como una ciudad “atrasada”, escribe: “admito que difícilmente existen disposiciones tan semejantes como las que se requiere para sembrar y gobernar” (165). Al preguntarse: “Si los trigos valen millones, ¿cuánto vale la libertad?”, revela la presencia del país granero, como hegemonía política.
Para reafirmar esa ‘institución’ argentina que es la estancia, defendida hasta por asalariados que jamás podrán tener una, Gálvez escribe sobre las características que tienen los unitarios y los federales.
Hace la defensa de los último porque “el federal casi nunca es doctor: es estanciero, general, comandante de campaña; no tiene ideas sobre la patria, pero la siente, criollamente”.
Después repasa un tópico que es el hueso duro de la ideología estancieril. El federal, en tanto estanciero, “forma con el país un solo todo pues es un producto genuino de la tierra: como el ombú, como el caballo criollo, como la vidalita (…)” (194). Cultivar el suelo es servir a la patria, pretende la SRA.
Periodismo y mulatillos
Gálvez, como su personaje, llevan a cabo en el libro un duro ataque al periodismo popular, al nacimiento de la industria cultural y especialmente a las personas que se dedican a escribir libros y trabajar en diarios: “(…) esa turba anónima de literatoides, cuya única labor consiste en eyacular diatribas insustanciales, tales individuos –mulatillos envenenados o hijos de inmigrantes que aún apestan a conventillo- nutren su espíritu a base de periódico, de conversaciones de café (…)”. (179).
Por aparte, clasifica a la literatura de la época en “mulata”, “del inmigrante”, “abogadil” y “normalista”. La primera “es realmente temible y malsana” y la segunda “peligrosa”. “El mulato exhibe defectos irremediables. Ante todo su impotencia, real tanto en la procreación como en la literatura”. ¿De qué manera una impotencia se puede trasladar a la creación literaria? Qué desgraciado este Gálvez.
“Híbrido como el mulo, de cuyo nombre procede su denominación genérica, no se reproduce, materialmente e intelectualmente, sino en frutos mediocres. Así, lo hijos de su inteligencia son obra menguadas y chirles. Es incapaz de un esfuerzo continuado (…)”, escribe después en referencia a los mulatos. (180).
La Rioja, el paraíso del nativismo
Gálvez y su personaje huyen hacia el interior en su intento por tomar distancia del aluvión inmigratorio. Por eso, en las páginas finales se dedica a describir aspectos superficiales de algunas ciudades, entre ellas de La Rioja.
“Estas ciudades de provincia tan viejas y tan pobres atesoran encantos singulares (…) Lugares remotos y solitarios. Ellos propician las plenitudes del ensueño; favorecen el reposo del alma; disponen el espíritu para el advenimiento de la filosofía; inducen a los hombres a la piedad y a la indulgencia; contagian la poesía de los paisajes. Adoro estas ciudades muertas”.
Y luego señala que en las ciudades de provincias “hay en ellas un sentido profundo de la nacionalidad (…)” (144-145).
Leemos allí una sobredosis de nativismo conservador. Es exactamente lo mismo que escribe Joaquín V. González unos años antes y sin fisuras ni contradicciones. En sus libros La Tradición Nacional (1888) y Mis Montañas (1893).
“En las provincias del interior, el clima agrava las pasiones carnales”, había escrito el mismo Gálvez en el mismo libro. Después asegura que las provincias o algunas de sus principales ciudades “tienen un profundo sentido de la nacionalidad”.
Se trata sencillamente de un atajo que el nacionalismo conservador del Centenario tenía para hacer frente a los inmigrantes. Una falsa defensa de las provincias.
Bibliografía
Manuel Gálvez, El Diario de Gabriel Quiroga, Buenos Aires, Taurus,2001. La primera edición es de 1910.
AUNO 02-11-13
HRC