“Este espacio es un refugio para la Memoria, es un oasis de todo lo que estamos viviendo.” Rubén “El polaco” Schell reflexiona mientras recorre el interior del sitio de memoria ex Pozo de Quilmes. Él es una de las más de 250 personas que estuvieron detenidas-desaparecidas en ese antiguo centro clandestino de detención entre 1975 y 1979 e integra el Consejo que gestiona el lugar desde su recuperación, en marzo de 2017.
A partir de la toma de posesión de una parte del edificio, también conocido como “Chupadero Malvinas”, comenzó un trabajo de recopilación para completar los espacios en blanco y rescatar las historias de quienes pasaron por allí en calidad de detenidos-desaparecidos, a través del relato de sobrevivientes, familiares y testigos, para mantener viva la memoria.
En total, 25 sobrevivientes volvieron a Garibaldi 650 tras su desafectación parcial –allí había funcionado la Brigada de Investigaciones y luego la Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) de Quilmes– y brindaron su testimonio. “Es espectacular lo que está pasando. Todos los días surge algo nuevo y se van sumando cosas”, se emociona Schell en diálogo con El Cruce y señala que “se vienen dando testimonios que son bravos”. “Algunos no te quieren contar, porque les cuesta mucho, pero otros tienen una necesidad de volcar todo eso guardado durante un montón de años”, detalla “El polaco”, sobrino-nieto del obispo de Lomas de Zamora entre 1958 y 1972, Alejandro Schell.
“¿Cómo no vamos a estar contentos de por lo menos tener un lugar de contención, tanto para nosotros como para los familiares que desaparecieron, a pesar de lo triste que nos podemos sentir por todos los recuerdos?”, se entusiasma el sobreviviente, que se transformó el guía del espacio. Entre mates y recuerdos, “El polaco” recibe a los grupos y comparte con ellos la historia de su secuestro, detención y liberación, mientras explica los valores y el clima de la época.
La red de memoria se expande de diversos modos y a través de distintos canales, como en el caso de Jorge Allega, un sobreviviente que brindó testimonio desde Italia vía Skype, o Andrea Dykyj, sobrina del detenido-desaparecido Pablo Dykyj, que se contactó con “El polaco” por WhatsApp desde Presidencia Roque Sáenz Peña, en Chaco.
Aunque vivían a tres cuadras de distancia, Schell y Dykyj se conocieron el 12 de noviembre de 1977, cuando fueron secuestrados en Temperley y trasladados en el mismo auto al Pozo de Quilmes. Entre ambos se formó un lazo que ni el horror vivido ni el paso de cuatro décadas pudieron disolver. “La militancia te hermanaba de una manera muy especial. En determinado momento te jugabas la vida por el otro, que no era tu sangre”, explica “El polaco”, cuyo hijo mayor se llama Pablo en honor al compañero de cautiverio.
Historia de un sobreviviente
El 6 de diciembre de 1977 Alberto Derman fue secuestrado de su casa en Ranelagh, junto a su compañera, Cristina Gioglio, y trasladado, por segunda vez, al Chupadero Malvinas. Estudiante de Historia en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Derman militó en el Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria (CNRR). Cuando estalló el golpe de Estado de 1976, era delegado en el Astillero Río Santiago, en Ensenada.
“El 24 de marzo del ‘76 no me presenté a trabajar, porque estaba absolutamente marcado. Ya me habían ido a buscar a la casa de mi papá, donde yo tenía domicilio”, recuerda Derman, que por aquel entonces vivía en los alrededores de La Plata. Al día siguiente, un compañero de mucha confianza lo visitó para advertirle que no volviera al Astillero. Luego de un tiempo y tras cerciorarse de que no era buscado en los municipios de Quilmes, Berazategui y Florencio Varela, se mudó a Ranelagh.
Cuando fue detenido por primera vez, Derman buscaba una guardería para su hijo Marcos, de un año y medio. Acababa de mudarse y no conocía la zona. “Vine a una guardería que está a la vuelta del Hospital (Dr. Isidoro Iriarte) de Quilmes, pero no anotaban a niños menores de tres años. Entonces, la chica que me atendió me indicó dónde había una y cómo hacer para llegar”, comenta Derman. Siguió las instrucciones y llegó al lugar indicado: era el edificio ubicado en Garibaldi 650, esquina Allison Bell. “Todo el mundo sabía que acá había un matadero. Incluso, había vallas en la vereda”, señala. A esa altura ya no era posible retroceder y, advertido del peligro, continuó caminando.
A más de 40 años de ese día, Derman evoca la secuencia: “Sacaron un Peugeot, me siguieron y, a las tres o cuatro cuadras, me alcanzaron. Me pusieron contra un árbol y me palparon de armas, me cubrieron la cabeza con una campera y me trajeron acá”. El movimiento del vehículo al pasar por la barranca y el sonido de un portón al deslizarse sobre un riel le sirvieron para reconocer el lugar a pesar de las vueltas que dieron para confundirlo, porque era detalles que había notado al pasar por la vereda.
“Me tuvieron acá un par de días y me sometieron a apremios ilegales, como se acostumbraba”, detalla y señala que “lo que los tipos no se explicaban era por qué había pasado por acá adelante”. Como en la libreta de enrolamiento figuraba que era soltero, decidió no mencionar la guardería y dijo que había ido al hospital a esperar a una enfermera y que, como ésta no había aparecido, decidió volverse. Le preguntaron dónde vivía y respondió que en una pensión en Avellaneda. “Por suerte no fueron a averiguar. Ellos no hacían esas cosas”, comenta, porque toda su inteligencia estaba basada “en lo que la tortura podía arrancar” a las víctimas. “Para ellos, la máquina era el dios y decían que nadie podía soportarla.”
Como no pudieron acusarlo de nada y tampoco dijo lo que esperaban, Derman fue liberado en una calle del barrio San Francisco Solano. Lo interceptaron a los pocos meses, cuando volvía a su casa con su hijo en brazos, la tarde del 6 de diciembre de 1977. Lo llevaron a su casa y esperaron a que su compañera regresara. Los golpearon y los sacaron cubiertos y cargados al hombro para trasladarlos al Pozo de Quilmes. Al parecer, los había cantado su responsable político, Roberto Yantorno, quien estada detenido en el Chupadero Malvinas.
Lo primero que hicieron los represores fue enfrentarlos. “Nosotros teníamos toda una preparación para impedir que llegaran a las conclusiones que no queríamos que llegaran nuestros interrogadores. Estábamos entrenados para preparar lo que llamábamos minutos, una explicación plausible de por qué estabas donde estabas”, detalla Derman.
Ese entrenamiento los ayudó a resistir. Sin embargo, Yantorno, que conocía a Derman desde la adolescencia, “se quedó en la tortura. “Cuando lo vuelven a colocar en la sala de tortura y le preguntan por mí y por Cristina, resiste, el corazón no le aguanta y se queda”, grafica el sobreviviente, que se enteró de la muerte de quien fuera su responsable político por medio de un guardia apodado “Pipo”. “Perdoname, te tuve que cantar. No aguanté”, le había dicho Yantorno en el único momento en que estuvieron sentados juntos en el garaje.
Las torturas continuaron y la pareja fue separada. Derman compartió celda con Alcides Chiesa, hasta que el 28 de marzo de 1978 le taparon la cabeza y lo subieron a un auto. “Se terminó la carrera acá”, pensó en ese momento. Del Pozo de Quilmes lo llevaron a Comisaría Octava de La Plata, donde lo blanquearon. El 4 de mayo fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y en junio, con el Mundial de Fútbol iniciado, fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata, donde permaneció hasta abril de 1979, cuando lo pasaron a la Unidad 6 de Rawson. Finalmente, Derman fue liberado el 28 de diciembre de 1982 en La Plata.
Ya en democracia, el 18 de mayo de 1984, volvió a ingresar al edificio de Garibaldi 650, en el marco del reconocimiento realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), junto con otros testigos. En esa oportunidad, reconoció el portón que corría sobre rieles y el tranque de agua de forma triangular que se veía desde un ángulo del patio.
Hacia la recuperación total
La secretaria de la Asociación Civil Colectivo Quilmes Memoria, Verdad y Justicia e integrante del Consejo del Sitio, Viviana Buscaglia, sostiene que la recolección de testimonios “es todo un proceso, que implica que el compañero/a se sienta tranquilo, acompañado, seguro”. Las entrevistas se realizan en el momento que el sobreviviente o familiar se siente preparado y, si la persona accede, se documentan. Por último, se la acompaña en un recorrido por la parte recuperada.
“Nosotros vemos la conservación del espacio vinculada también a los testimonios de los sobrevivientes”, acota Buscaglia en diálogo con El Cruce y afirma que podrán trabajar mejor cuando posean la totalidad del espacio y la posibilidad de transitar de un lado a otro “para ver también cómo era la circulación de prisioneros en aquella época”. Un ejemplo: “Hay testimonios de sobrevivientes que dicen haber estado en el chalet. Como en el caso de Dalmiro Suárez, que fue secuestrado y llevado al Pozo en el 1974. Lo entraron por el portón y lo torturaron mientras se cocinaban un churrasco, y eso ocurría en el chalet, no en el edificio de los calabozos”.
Para Buscaglia, los relatos constituyen “experiencias muy buenas y conmovedoras”, que permiten construir “un vínculo muy fuerte con los sobrevivientes y familiares”. Y destaca que esa labor “se hizo en poco tiempo y con pocos recursos”.
De acuerdo con la Ley 14.895, el edificio del ex Pozo de Quilmes fue cedido en comodato a la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) por 99 años y se creó el Consejo del Sitio, conformado por tres integrantes designados por la CPM, uno de la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires, uno de la Municipalidad de Quilmes y “las personas, instituciones y organizaciones integrantes del Colectivo Quilmes, Memoria, Verdad y Justicia, constituido a 40 años del golpe genocida a partir de la iniciativa Más que Nunca, Nunca Más, quienes conformarán la mayoría en el Consejo”. De este modo, al contar con plena participación de organizaciones sociales, víctimas, familiares y organismos de Derechos Humanos se garantiza la autonomía e independencia del Gobierno de turno.
Si bien el 15 de mayo de 2017 el Premio Nobel de la Paz y copresidente de la CPM, Adolfo Pérez Esquivel, recibió la llave del edificio de los calabozos, los plazos de desafectación y entrega de la totalidad del inmueble no se cumplieron, pues el artículo 3 de la norma establece un lapso de 60 días a partir de su sanción.
“Venimos en un tire y afloje con los muchachos”, afirma Schell. Esto se debe a que, en lugar de trasladar la DDI de Quilmes a una nueva sede en los plazos previstos por la ley, se optó por el Plan B: construir un nuevo espacio.
A pesar de la imposición de esta convivencia forzada por los tiempos de licitación y construcción, el Sitio se consolida, lo vínculos se afianzan y la red de memoria se expande. Este lugar, que estuvo marcado por la muerte y el horror, hoy se propone como un lugar de contención, promoción y defensa de los DDHH. Se calcula que la recuperación total demorará un año y medio.
En ese sentido, Buscaglia destaca la “potencialidad que tiene el espacio” y, si bien reconoce que aún “falta muchísimo por hacer”, considera que “la posibilidad de que los compañeros/as que pasaron por ese espacio, la sociedad quilmeña y el conjunto de la militancia se apropie de ese espacio es increíble y maravilloso, más en los tiempos que corren, cuando crece el Estado represivo y las fuerzas de seguridad se envalentonan porque el poder político que gobierna en este momento les da plafón para hacerlo”.
GN-GDF