Mi mamá me encuentra en el living con Rezo por vos a todo volumen y los ojos empapados en llanto. “Mamá, me quiero morir”. “Mamá, me quiero morir”. Te amo Charly.
Mi vieja ya rezó por mí y revisó veinte mil veces la computadora mientras yo intentaba dormir en esa espera interminable de saber que no iba a poder verlo a García.
Que no va a poder ser. Que a nadie le va a dar lástima que yo haya esperado nueve horas del otro lado de una pantalla. Que Charly y yo no nos vamos a ver.
Charly García es mucho más que un inmensurable fenómeno del rock argentino. Te cae la ficha de eso cuando anuncia un show un martes, te enterás a la hora, entrás a Ticketek y ya tenés nueve horas de espera así nomás.
Se le ocurre un show de martes para jueves y ahí estamos sus enfermos y obsesivos fanáticos cumpliéndole sus caprichos.
Desde que leí “nueve horas” me desperté nueve veces a la noche por miedo a que la computadora se apagara, por pánico a desaparecer de la “fila virtual”, sumado a un dolor de panza inexplicable.
Mientras escribo lloro y pongo shows en vivo de él para sentir que a algún show fui. Que algo viví con él en mis cortos veintiún años. Pienso en lo afortunados que fueron algunos, que lo vivieron y disfrutaron más que yo, y vuelvo a llorar.
Y pensar que mi sueño era tan fácil de cumplir. Las filas virtuales se parecen mucho a un suicida que no se anima a tirarse abajo del tren, porque en el fondo quiere seguir viviendo.
Pero cómo seguir viviendo sin su amor si soy una maldita adicta. A mamá le gustaba más el Flaco pero sabe que Carlos tiene algo, algo que lo distingue de todos. Algo que me enloquece. Sigo llorando. A ella le gusta la canción nueva de Charly, la de La máquina de ser feliz.
Muchas veces me despierta con esa canción. Yo le digo que no me gusta tanto, que me quedo con Tu amor, o con “ esos raros peinados nuevos” o Yo no quiero volverme tan loco.
Después me acuerdo que una vez conocí a Charly en un museo y comprobé que tenerlo al lado te hace temblar todo el cuerpo.
Pero ahora recuerdo que estuve esperando más de nueve horas en una “fila virtual” y me vuelvo a poner triste. Qué triste es no verte Charly, qué tristes son las filas virtuales.