Mediante una fórmula tan antigua como la vida en el planeta y utilizando los desechos orgánicos de todo un pueblo, un grupo de ingenieros del Grupo de Energía No Convencional de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) construyó el primer biodigestor del país, con el que se obtiene gas y fertilizante.
El método antiguo es el de la descomposición anaeróbica, realizada desde hace 3.400 millones de años por millones de bacterias, las primeras en habitar la Tierra. Estos descomponedores, capaces de vivir sin oxígeno, consumen materia orgánica y la transforman en una mezcla denominada biogás, que contiene una alta proporción de metano, igual que lo que se conoce como gas natural.
El biodigestor es un recinto construido con materiales comunes: cemento, ladrillos y algunas piezas de carpintería metálica. Se construye con una parte bajo el nivel del suelo y con dos aberturas con tapas en la parte superior. Por una se introducen los residuos y las bacterias, que se encuentran en pozos ciegos o en las heces de los animales de granja, y por la otra se retira el fertilizante producido por los microorganismos, un barro parecido al humus, que se mezcla en los suelos cultivados.
En Emilia, el biodigestor, que funciona desde octubre de 2002 está preparado para recibir y procesar los desechos orgánicos de sus 1000 habitantes, unos 300 kilogramos por día. Con esa cantidad se obtiene el equivalente a 12 kilos de gas envasado, el cual es utilizado en la Escuela Agrotécnica Vicente Zazpe, en donde está instalado el equipo. Allí, el gas se usa para la calefacción, para calentar agua en una caldera y para cocinar dulces con las frutas de los árboles que son abonados con el humus que se logra en el proceso de biodigestión.
La construcción, el mantenimiento y la operación de un biodigestor son simples y económicos. El que funciona en Emilia costaría actualmente 35 mil pesos. Según el ingeniero químico Eduardo Groppelli, quien está a cargo del Área de Biogás de la Facultad de Ingeniería Química de la UNL y dirigió el proyecto en Emilia, “no es mucho si se tiene en cuenta que a toda ciudad que esté enterrando basura en rellenos sanitarios le está costando 30 pesos por tonelada, sin considerar los daños o costos ambientales”.
Los pequeños pueblos no son el límite de la biodigestión. “Existe la posibilidad de realizar un paso de escala que permita, con este mismo esquema tecnológico, tratar los residuos sólidos orgánicos de una localidad de hasta 6 mil habitantes. Incluso es posible llegar a mayores volúmenes, para los residuos de municipios de diez mil a cien mil habitantes”, explicó Groppelli.
A pesar de la capacidad del sistema, Groppelli señaló que “la Argentina ocupa un lugar poco importante en América latina y en el mundo en cuanto al desarrollo de la biodigestión. Mientras que en el mundo se destaca la
India, en América tiene un papel importante Brasil, y en menor medida, México y Cuba”.
El ingeniero Groppelli cree que el desarrollo de la biodigestión “depende de la concientización de la gente respecto del impacto ambiental de los residuos y del agotamiento de las reservas de petróleo”. Y remarcó que “todo el proceso de biodigestión empieza en los hábitos y costumbres de las personas, ya que si separa la basura en dos bolsitas, se disminuye un 60 por ciento el impacto ambiental, porque el 60 por ciento es basura orgánica que puede ser transformada eficazmente en energía por medio del biogás, mientras que el otro 40 por ciento, de metales, papeles, vidrios, se encuentra en buenas condiciones para ser reciclado”.