El testigo del cielo: después de 45 años de servicio, “Lopecito” de Escalada tuvo su última jornada en Aerolíneas

Osvaldo López se jubiló tras una vida de servicio y su historia personal se funde con la del país: desde los «vuelos de la muerte» hasta el resurgimiento de la empresa, pasando por las tensiones con el actual gobierno liberal de Javier Milei. Él, como muchos de sus compañeros, lleva el logo de Aerolíneas en la piel. Y mucho más allá también.

Lara Lukaszewicz
Fotos por Andrés Álvarez para AUNO

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El 4 de abril de 1976, un Falcon verde -símbolo del terror perpetrado por la dictadura militar- esperaba frente a la casa de Osvaldo López. Apenas una semana antes, su mejor amigo, Omar Cichero, había sido asesinado por las fuerzas golpistas que derrocaron a la presidenta María Estela Martínez de Perón.

López cuenta su historia desde la comodidad del salón de su casa en Remedios de Escalada, en el sur del Gran Buenos Aires. «Me considero afortunado porque trabajé en lo que me gustaba, algo que no sucede a menudo», dice a AUNO.

A sus 65 años, lleva dos meses jubilado tras 44 años de carrera en Aerolíneas Argentinas como técnico aeronáutico. Entró cumplidos los 18  y su juventud fue la excusa perfecta para el apodo que lo acompaña aún hoy: Lopecito.

Lopecito sits at his Remedios de Escalada house.
Lopecito en su casa de Remedios de Escalada

La aerolínea estatal fue creada en 1950 por el Presidente Juan Domingo Perón y ha experimentado numerosos altibajos a lo largo de su historia.

“¿Conocés a alguien que se tatúe el logotipo de su empresa? Yo conozco a más de mil personas”, afirma. Él se cuenta entre ellas, con el logo de la aerolínea en el brazo izquierdo.

Su trabajo es complejo, pero él lo simplifica diciendo que un técnico aeronáutico es la persona autorizada para «trabajar y tocar un avión». Como responsable de aprobar cada vuelo, debe estar in situ una hora antes que la tripulación y dos horas antes del despegue.

López se atiene a un principio que aprendió cuando entró en Aerolíneas Argentinas y que ahora transmite: “Mi preocupación no es que salgas, sino que llegues”, un mantra muy utilizado en aviación.

“La medicina y la aviación son las dos profesiones en las que hay sanciones civiles y penales. Un médico puede ir a la cárcel por un error médico. Si se descubriera que yo cometí un error, iría a la cárcel”, advierte.

Además, la complejidad de su trabajo excede los aspectos técnicos y exige una especial dedicación humana: “Los técnicos tenemos horarios antisociales: podemos trabajar noches de cumpleaños, Navidad, Año Nuevo y fines de semana familiares”, subraya.

López sabe de mil compañeros que llevan el logo de Aerolíneas tatuado en la piel

“Cuando vino la guerra de Malvinas, Aerolíneas viajaba a las islas. No había seguridad; las fuerzas armadas vigilaban los hangares. No se hablaba de huelgas ni de asambleas”, recuerda.

Su vinculación con la empresa comenzó en junio de 1980, durante la última dictadura militar del país, de la que aún quedaban tres años para su fin. “Hay una palabra que nos enseñaron cuando teníamos tu edad, en medio del caos: resistir. Hay que ser inteligente y resistir”, afirma.

«De los cuatro hangares, el número uno fue arrebatado a la compañía y asignado a la Marina. De ese hangar partieron los aviones tipo Electra que transportaban los vuelos de la muerte. Nosotros los veíamos. Si tenías un poco de imaginación, lo entendías”, rememora Osvaldo. Según su experiencia, estos vuelos solían tener lugar a primeras horas de la mañana.

Los vuelos de la muerte formaban parte del plan de exterminio sistemático llevado a cabo durante el régimen militar de 1976 a 1983. Aviones de las Fuerzas Armadas argentinas arrojaban personas al Río de la Plata o al mar: su objetivo era hacerlas desaparecer.

Además, López recuerda que en aquella época trabajaba con un horario de seis noches de guardia y una de descanso. «A la quinta noche ya te dabas cabezazos contra la pared», bromea. 

Con la vuelta de la democracia, llegaron sus hijos. Andrés en 1985, María Victoria en 1987 y Martín en los noventa. Los crió con Fernanda, con quien comparte vuelo desde la adolescencia: se conocieron haciendo voluntariado en la Iglesia de Escalada a principios de los 70, donde colaboraban con el trabajo social organizado por Acción Católica.

Una jarra cerámica de fernet, uno de los presentes que recibió el técnico aeronáutico por su jubilación

Bajo la presidencia de Raúl Alfonsín, a pesar del regreso de la democracia, los salarios eran bajos: «Para que te des una idea, nuestro sueldo no llegaba a los 50 dólares, mientras que un televisor color de 20 pulgadas costaba entonces 75 dólares.»

Aquel no fue el peor periodo para la empresa. Durante la presidencia de Carlos Menem, en noviembre de 1990, se privatizó Aerolíneas Argentinas. Se transfirió el 85% de la empresa, quedando el 10% para los empleados y el 5% para el Estado argentino. El comprador fue un consorcio liderado por la aerolínea estatal española Iberia, seguida de Austral e inversores privados.

«Fue simbólico. Se llevaron los aviones nuevos. La desmantelaron, casi provocando su quiebra. Fue una época de protestas; traje a toda mi familia. Me eligieron delegado de sector por primera vez», cuenta sobre el inicio de su trayectoria sindical.

Los años siguientes no fueron más ligeros. «En 2003, estuvimos seis días en la base, antes de que asumiera Néstor Kirchner, custodiando los aviones para evitar cualquier sabotaje, como cortar los cables de un avión. Seis días. Ese año estuvimos cinco meses sin cobrar», asegura.

Su hijo menor, Martín, se suma a la charla y cuenta que de chico sólo faltaba a la escuela para acompañar a su padre a las protestas de Aerolíneas Argentinas. Incluso repartía pegatinas en las aulas.

Para Osvaldo, los «pétalos de rosa» empezaron a caer en 2005, cuando se recuperaron aviones y edificios que habían sido vendidos. En 2008, la aerolínea fue nacionalizada bajo la presidencia de Cristina Kirchner.

Su familia, Talleres, Escalada, Aerolíneas, capas de pertenencia para Osvaldo y su familia

Según un informe de Página 12, en 1990, antes de la venta, la empresa tenía 28 aviones propios y uno alquilado. Cuando fue reestatizada, sólo quedaban dos aviones internacionales, un puñado para vuelos domésticos y 30 alquilados.

En cuanto a su trabajo, dice que le llevó a lugares que de otro modo no habría visitado: Santa Cruz de la Sierra, Lima, Madrid, Roma, Barcelona, Londres, algunas partes de China e incluso Costa de Marfil. Allí aprendió a «abrir la mente».

«Fui a los lugares más periféricos, siempre hablando con la gente, y hay un denominador común: piensan como nosotros. Un chico me preguntó por qué Europa y Estados Unidos estaban interesados en mantener subdesarrollados a África, Sudamérica y Asia. Era un chico de 14 años, en la calle, desnudo; en parte en francés, en parte en español», relata sobre un viaje a Costa de Marfil.

Osvaldo espera escribir un libro sobre sus experiencias, aunque admite que aún no sabe cómo. Dice que sigue en contacto permanente con Aerolíneas Argentinas, pero sueña con experimentar por primera vez la vida sin ceñirse a un horario.

En un momento de intimidad antes de terminar la entrevista, Osvaldo revela algunos de los apodos de sus compañeros: Viento en contra, Cañaveral, Vinagre, El Ternero, Pulgón, Alf, Caballo de Madera. Hay leyendas detrás de cada nombre, claro, pero revelarlas no es menester de esta nota.

Imagen gentileza familia López – Casinghino

A lo largo de su vida, ese espíritu fraternal ha sido clave para este veterano de los cielos y su familia: todos pertenecen a Remedios de Escalada, todos al club Talleres, todos a Aerolíneas y todos los hijos de Osvaldo y Fernanda concurrieron a la Escuela Nacional Antonio Mentruyt, un hito de la educación pública en el Sur del Gran Buenos Aires.

Por eso, en su último día de servicio, Osvaldo no se iba a ir sin emociones fuertes: «En mi último día de trabajo, me dieron una despedida que no esperaba. No quiero emocionarme, pero fue algo hermoso. Les dije: ‘No sé si merezco todo esto’. Y la respuesta me dejó anonadado. Dijeron: ‘Si estamos haciendo esto, debe de haber una razón’. Y eso me dejó sin palabras», concluye.

Imagen gentileza familia López – Casinghino.

Texto e imágenes producidos en el marco de los talleres de Inglés para Periodistas e Introducción al Fotoperiodismo de AUNO.

LL / AA / JJR

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