“Todos somos vulnerables”, asegura la periodista Marta Dillon mientras pedía un café en algún bar santafecino cuando le sonó el teléfono, era su hija llamando desde Buenos Aires para contarle las novedades. Hace trece años, un análisis de VIH le dio a Marta positivo. Un año después comenzó a escribir en el suplemento “No” del diario Página/12 la columna semanal “Convivir con virus”, relatos que expusieron durante casi una década la intima experiencia de una portadora y que fueron recopilados en el libro del mismo nombre. “Comencé a escribir para ayudarme a vivir.” Sin embargo, sostiene, su “suerte” no es la de la mayoría: “Hay personas que no tienen acceso a un buen sistema de salud ni a condiciones básicas aseguradas”.
— ¿Cómo es vivir con la enfermedad en un sistema sanitario como el argentino?
— Es un tema muy amplio. Lo primero que hay que marcar respecto de lo que significa tener sida en Argentina es la enorme diferencia entre una persona que puede acceder a un buen servicio de salud y tiene las condiciones mínimas aseguradas, para la que vivir con el virus en este momento es algo parecido a tener cualquier otra enfermedad crónica. Y otras que no tiene acceso a un buen sistema de salud ni a condiciones básicas aseguradas. El gran problema del sida en la actualidad es que cada vez son más pobres y más jóvenes los que se infectan. Es cierto que la calidad de vida cambió mucho y ya no está la amenaza de muerte pisando los talones. Pero lo tremendo es que no haya bajado la curva de infecciones. Y no sólo se trata de la diferencia entre quienes pueden acceder a un tratamiento adecuado y quienes no, sino también a un sistema de inclusión, porque además del tratamiento uno debe tener cierta perspectiva de vida.
— ¿Cuál es la relación que establece entre las personas infectadas por VIH y sus condiciones sociales, económicas y culturales de vida?
— La cantidad de infectados por el virus crece sobre todo en las poblaciones más vulnerables, en la gente que está más desprotegida no sólo económica sino culturalmente. En esto, la educación es fundamental. Sin ella, las personas no tienen un proyecto de vida. Es lógico que los más jóvenes no se cuiden en sus relaciones sexuales porque en realidad están descuidados desde muchos aspectos. Me parece que es un problema de exclusión y de educación que va más allá del sida, de cómo los jóvenes no pueden pensarse más allá del instante. Si algo enseña el sida, yo creo, es a proyectarse más allá de ese momento, sea del contagio por vía sexual o intravenosa en usuarios de drogas. Son momentos que están asociados al placer y la investigación, que se pueden atravesar sin la necesidad de “quemar las naves”.
— En cuanto al rol del Estado en promoción y prevención, ¿cómo ve las políticas públicas implementadas durante los últimos años?
— No alcanza con una campaña aislada. Claramente cada vez hay más casos de infectados, muchos no están informados. Probablemente haya más gente que se haga los análisis, pero hasta ahora lo que puedo decir es que el número de infecciones si no aumenta, se mantiene, no se ha logrado bajar. Y no es algo que suceda solamente acá, sino en todos los países subdesarrollados, en los que menos han invertido en prevención, que es algo que se debe sostener en el tiempo.
— En sus columnas establece una relación entre sida y violencia de género.
— Sí, es un tema imposible de obviar: la violencia hacia las mujeres y el sistema de jerarquías entre varones y mujeres, donde los primeros suponen que tienen que conseguir sexo de las chicas porque es la moneda corriente. Lo cierto es que a las mujeres les cuesta mucho imponer el uso de preservativo, les cuesta mucho cuidarse en su primera relación sexual. Por eso no es casual que cada vez sean más las jóvenes de entre 15 y 17 años las que se infectan. El preservativo se lo tienen que poner los varones y por ahora no hay otra forma de prevenir el VIH más efectiva que esa. Sin embargo, los varones no reciben educación sexual suficiente para entender que cuidarse, usar preservativos, no es una manera de perder virilidad sino de cuidarse y cuidar a la otra o al otro.
— ¿Cómo entra en juego la discriminación en ese “sistema de jerarquías”?
— Cualquier ejercicio de la sexualidad que se escape de la norma heterosexual tradicional está asociado a grupos de personas que son discriminados, sean las mujeres porque tienen una sexualidad más activa de la que tradicionalmente se espera, sean homosexuales o travestis. Es decir, hay factores culturales que son ancestrales. Se lo puede llamar patriarcado, machismo o morales impuestas desde algún grupo religioso. Lo cierto es que hay un estándar de normalidad, como si fuera que hay una forma normal de hacer las cosas y otra anormal. Entonces, como el sida es una enfermedad que viene asociada a prácticas que desafían las normas tradicionales, se produce un entrecruzamiento entre la enfermedad y el hecho de portarla, pues significa que “algo hizo” para tenerla. Eso parece ser suficiente para que haya discriminación. Esta es una sociedad totalmente pacata: hay muchas cosas que han cambiado pero lo que se supone “normal” sigue teniendo un peso de opinión pública muy fuerte.
— Cuando se enteró que tenía VIH, ¿por qué decidió socializar sus temores a través de la columna “Convivir con Virus”?
— Me enteré de mi infección, la gente moría a mi alrededor. Es por eso que había que convencerse seriamente de que había herramientas para vivir lo mejor posible, para que esa sombra de la muerte no opacara el resto de la vida. Comunicar no es solamente un oficio sino que es un aprendizaje de mí misma y de los demás, es la forma en que me relaciono. Entonces naturalmente y reflexionando comencé a escribir para ayudarme a vivir, sobrevivir, entender la vida. En cuanto a comunicarse con otras personas con VIH, sucedió naturalmente. Uno se relaciona con personas que estén atravesando la misma situación porque ayuda a poder mirarse en los ojos de otro. De todas formas, no creo que sea algo necesario. Estoy en contra de la idea del “ghetto”. Tenemos que poder llevar esta reflexión fuera del grupo en que todos entienden. Hay que poder compartirlo tanto con quienes comprenden la enfermedad como con quienes no la entienden. Es una forma de informar, de poner en común, de saber que todos somos vulnerables y de poder aprender juntos.
FG-AFD
AUNO-30-11-07
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