Lomas de Zamora, octubre 28 (AUNO).- Pintó así: Marcos Gorbán descubrió en Secretos en Rojo, libro de Alberto Nadra, un relato breve sobre un supuesto agente argentino que le armaba la logística a Ernesto Che Guevara en sus viajes por América Latina, Europa y África.
Quedó fascinado con ese pequeño retazo y le pidió a Nadra si se lo podía presentar. Nadra dudó porque no era muy usual que él hablase con desconocidos. Él es Fernando Escobar Llanos; Losojo, u Orlando: la misma persona.
Fernando Escobar Llanos o Losojo u Orlando
Para sorpresa de Gorbán, y del propio Nadra, la respuesta del “hombre invisible” fue afirmativa. Y la predisposición, grande. Él lo quería conocer. Resultó que el supuesto agente había conocido a los padres de Marcos. El doctor Luis Gorbán lo había atendido, y militado con él en el Partido Comunista. A partir del dato, ambos se relajaron y el productor le planteó la posibilidad de hacer una serie de entrevistas para escribir un libro.
La verdad de las cosas que le contó Orlando siempre estará cubierta bajo algún umbral de la duda. Sin embargo, en el libro las hazañas inciertas de este argentino oculto son puestas en la morsa de la rigurosidad y los hologramas nómades del pasado o son desentrañados con el desafío de un buceador de aguas oscuras. Un rasgo de luz proviene de una foto de Losojo con unas mujeres, en una tribu de Tanzania. Si el relato de Orlando es exacto, él y su jefe estaban juntos en ese lugar, y esta foto fue tomada por el Che Guevara.
La foto que el Che le sacó a Losojo en Tanzania
Pero la chispa que aceleró el recorrido fue un objeto. El fetiche del relato. El mate de la famosa foto del Che en la selva, tal vez la más conocida luego de la inmortal imagen de Alberto Korda.
¿Es el mismo mate que alguna vez sostuvo el guerrillero heroico, flaco, en cuero, en un lugar con plantas, está ahora en la mesita de un living en un departamento de Caballito?
-¿Qué tan importante es ese mate para la historia?
-Para mí, mucho. Me causó mucha impresión constatar que enfrente mío había un mate exactamente igual al de aquella foto legendaria del Che. Fue impresionante. Orlando abrió la duda de que quizás fuese o no el mismo, porque, según contó, el Che tenía varios mates. Si ese que estaba ahí apoyado era parte de la colección de mates que tenía el Che, y tranquilamente pudo haber sido el de la foto, para mí es impresionante.
El mate del Che
-¿Puede ser que la incerteza sea más atrayente que la ratificación?
-Claro, porque te lleva a un punto en el que completás con imaginación la información que no tenés. Te imaginás que pudo ser y te das manija.Ese día salí de su departamento dándome mucha, mucha manija. Llegue a casa y lo único que hice fue sentarme a googlear, a investigar, a desgrabar la entrevista y a tratar de registrar lo que había hecho.
-Dada tu militancia comunista en la juventud ¿Te imaginaste estar con alguien y con algo tan cercano a Ernesto Guevara?
-Para nada… De hecho yo estuve en Cuba de vacaciones con mi familia y me conmovió ir a conocer la cabaña, el cuartel donde estaba. Y haber pisado los lugares históricos por donde el Che pasó. Ernesto Guevara es uno de personajes más relevantes, admirables y más polémicos de la historia del siglo XX. Entonces, encontrarme con esta historia tan cercana y encima constatar que el personaje era vecino de Lomas, vecino de la casa de mis viejos, fue muy fuerte.
-El hecho de que parte de la historia haya ocurrido en zona sur, hizo que te atrajera mucho más…
-Fue lo que me terminó de atar a la historia. El gran impacto que hizo que yo dejara mi idea inicial, que era que me contara anécdotas y empezar a procesar e investigar a ver qué había detrás. Y, sobre todo, saber por qué me había dado un crédito a mí, por qué me hablaba. Él tenía confianza en mí por mi historia familiar.
El libro y su autor
-En el libro contás que te regaló un libreta que supuestamente perteneció al Che. ¿Qué mambos pasaron por tu cabeza en el momento en que te la dio?
-Me contó que el Che siempre tenía una libretita para anotar. Todo el tiempo anotaba cosas que se le cruzaban por la cabeza o que debía recordar. Siempre tenía algo para escribir. Él le regaló en uno de los viajes una libretita que el Che usó un tiempo y después la descartó porque como era de tapa blanda le resultaba incómoda. Se la quedó y es la que me regaló. La tengo conmigo, guardada en un cajón donde tengo esas cosas que son tan importantes para uno. Lo mismo: es una libreta. No hay ninguna marca visible que asegure que fue del Che. Es creer en la palabra. Lo determinante es lo que uno pone en ese objeto. Es algo casi místico.
La libreta del Che
-En algunos pasajes volvés sobre esa ideas de que “la verdad puede arruinar una buena historia”. ¿Qué tanto crees tanto en Losojo?
-Si yo no creyera no hubiera escrito Los Ojos del Che.Todo el camino del libro es parte de una investigación que me llevó más de dos años. Un camino en el que yo luché internamente todo el tiempo entre una especie de tensión entre lo que uno va descubriendo, lo que es y lo que uno quiere que sea. Todo el tiempo trataba de seguir y de diferenciarlo claramente. Obviamente me hubiese encantado que me contara historias épicas de combate, cosas que no me contó por que no sucedieron o si sucedieron pero no estaba o no me quiso contar. No lo sé.
-¿Entonces?
-Entonces, enfrentarse ante esa tensión es un ejercicio que se profundiza aun más cuando vos te sentás y empezás a escuchar lo que dice, sus pausas, sus silencios, cuando ves su mirada pensativa… no se trata de llenar esa falta de palabras con afirmaciones que bien pudieron ser mías, pero no reales. Ese tratar de encontrar las diferencias es como una prueba de narcisismo: las cosas son como son y no como uno quiere. De hecho, en la segunda entrevista con Orlando me di cuenta de eso, y cuando desgrabé lo que me había dicho, corroboré que algunas cosas no tenían validez. Fue un desafío mío el tener que quedarme callado para que los silencios los llenara él con sus palabras.
AUNO 28-10-16
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