Contra viento y marea

Las historias y los desafíos de cuarenta deportistas con capacidades especiales contadas en clave narrativa.

Marcos Stábile

Amirante Brown, diciembre 14 (AUNO)- Avanza treinta centímetros y corre para el costado una silla de plástico roja. La operación se repite siete veces. Poco a poco el borde de la pileta de Brown de Adrogué queda despejado, algún que otro charco de agua salpicada decora la llanura de baldosas verdes. Pero para José así está bien. Ahora puede recorrer con su silla de ruedas los 25 metros que mide el natatorio y ver a todos sus alumnos. José Bacchi es uno de los entrenadores del programa de natación que el municipio de Almirante Brown ofrece para las personas con discapacidad.

El proyecto abarca a alrededor de 40 chicos que se dividen en los clubes Brown de Adrogué y Burzaco Fobal Club. Permite que dos veces por semana, durante dos horas, personas con capacidades diferentes disfruten de los beneficios del agua. “Mejora la postura, la zona lumbar y dorsal, también reduce las molestias asociadas a las discapacidades: aquellos que están en silla de ruedas sufren mucho dolor en los codos, los hombros y las manos”, explica José.

Los chicos –la mayoría lo son- se desplazan en el agua de diferentes maneras. Los más cancheros nadan la pileta completa. Otros, simplemente se dejan arrastrar por los profes que están en el agua; algunos con los ojos cerrados, como si fuera un paseo en barcaza. Las caras en trance son la firma del alivio. Afuera, las sillas de ruedas descansan expectantes.

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Como un bote atado a los pilares del muelle, Iván se deja mecer por el suave oleaje de la pileta del Brown. Su papá, Jorge, lo monitorea de cerca. Las ojotas de los dos, como siempre, yacen al lado de la escalera. Como siempre, porque Jorge e Iván pasan gran parte de sus vidas mojados.

Iván Irusta tiene 16 años, el pelo corto y la piel trigueña y dura. En la cara suele llevar puesta una sonrisa anónima o una mirada profunda hacia la nada. Es autista. Hace 10 años que Jorge lo trae todos los días, casi sin excepciones, a la pileta.

“Ahora está mejor. Pero hubo un tiempo que no la embocábamos con la medicación. Iván se pegaba y gritaba mucho. La única forma que encontré para calmarlo era darle un té de tilo y traerlo acá”, explica Jorge. El agua funciona como un estimulante ideal. El contacto que Iván puede tener con el mundo exterior es muy limitado pero al dejar la orilla y derivar como una balsa, sus posibilidades de conexión se incrementan exponencialmente.

El cambiar de medio significa entrar en otro mundo. En el agua Iván responde de otra manera. “La pileta es un desafío en cuanto a lo sensorial. Además, permite que la motricidad no se degenere”, explica Mónica Cordomi, profesora de educación especial y ex maestra integradora.

Jorge lo trae por su cuenta. No participa de ningún programa de actividades, pero trabaja con dos profesionales que lo ayudan. Uno es Fernando, el terapeuta motriz con quien Iván se mete al agua los jueves. En su casa, Iván comparte juegos, paseos y actividades artísticas con otra doctora.

El progreso es muy lento. Pero Jorge tiene paciencia y vocación. Cuando la tormenta lo sorprende, rema aún más fuerte: “Hubo un año y medio que al estar tan mal lo traía todos los días, y estaba acá casi tres horas”, comenta tironeando de Iván, que como siempre que pasa por el pasillo que lleva al vestuario se queda hechizado por un matafuego que cuelga en la pared.

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En todo el barrio reina el silencio de las bocas mudas que almuerzan. Hipnóticos aromas se escapan por las ventanas de los comensales. A esa hora –cuando no va nadie- entrena Hernán. “Quedé medio paranoico después de la operación y siempre me dio miedo que me golpeen”, por eso le gusta nadar a sus anchas, con el andarivel vacío. El vaho espeso, casi tangible, de la pileta corta el reino de los efluvios gastronómicos del buffet. Se mete al agua y a partir de ahora, se apagan sus sentidos. Entra en otra vida. “Diferente a la del encierro y la enfermedad”.

En la pileta del Burzaco Fobal Club, Hernán Sachero nada con un riñón suyo y otro de su hermana. Hace la entrada en calor desplazándose como una vieja carabela librada a su suerte. Aislado del mundo. Muchas veces, abajo del agua e inmerso en el susurro incesante de las burbujas, piensa en el doctor leyendo sus estudios en un consultorio pintado de blanco. 14 de noviembre. Año 2008. El médico lo miró a los ojos y le dijo que tenía que ser trasplantado. “Chau, cagué” pensó. “Cuando los especialistas me hablaban de trasplantes, donación de órganos, no tenía ni idea. Pensaba: “¿un órgano de otro me van a poner a mí?”.

Varios años de sedentarismo y de mala alimentación desembocaron en una insuficiencia renal crónica. La única opción para seguir vivo era un trasplante de riñón. En 2011, su hermana le regaló un pedazo de vida. A partir de ese momento, para seguir con el viaje debía cambiar de rumbo. Retomó la actividad física y comenzó una campaña de concientización acerca de los beneficios del deporte para los trasplantados y la importancia de la donación de órganos. Con las velas más altas que nunca ganó velocidad: este año obtuvo la medalla de oro en los 200 metros medley de los Juegos Mundiales para Trasplantados en Mar del Plata.

El desempeño de la delegación nacional en la competencia fue óptimo: Se ubicó segunda en el medallero con un total de 144 placas, 54 de oro, 44 de plata y 46 de bronce. Arriba de Argentina se asentó Gran Bretaña que robó con 246 chapas.

A sus 37 años, Hernán considera que uno de los donantes más importantes es el deporte. “Muchos trasplantados pasan un tiempo muy largo enfermos y quedan solos. Entonces encuentran en el deporte una oportunidad para conocer gente del mismo palo. Podés hablar de trasplante, de ablación, de medicación y te entienden. Podés utilizar el humor y nadie se va a sentir ofendido. Sirve un montón”.

Lejos ya de del puerto de la enfermedad, el viento cambió favorablemente para Sachero que navega con el mástil adornado por la bandera del deporte adaptado. “Levántense loco, hay un montón de actividades para hacer”, recomienda a los que aún no sueltan amarras.

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58…59… La aguja del cronómetro colgado en la pared de la pileta del Megatlon de Núñez recorre todas las estaciones de su itinerario. Milésimas antes de que conozca por enésima vez al segundo sesenta, Marco hunde la cabeza, desaparece de la superficie por un instante y despega los pies de la pared con la fuerza de un tiburón y la elegancia de un delfín. Se lo ve emerger a diez metros; corta el agua como si fuera una lancha. Concluye un ida y vuelta al mismo ritmo con el que empezó.

Esta secuencia se repetirá casi infinitamente durante la jornada. Completa así seis mil metros de entrenamiento. Alrededor de las siete de la tarde apaga el motor. Arrastra su cuerpo hasta el banco donde dejó sus muletas, escurriéndose en el camino. Camina como extraviado, parece que cargara un ancla a sus espaldas. El agotamiento se justifica: no cualquiera se banca diez sesiones de entrenamiento por semana condimentados con alguna visita al gimnasio. “Si bien venís a sufrir, es un sufrimiento que te deja feliz cuando salís, que se yo”, comenta luego de entrenar, parecido a un adicto que explica sus vicios.

Pero Marco Pulleiro no es un nadador cualquiera. Corrijo, Marco no es una persona cualquiera. Como el casco de un navío viejo, su cuerpo atesora varias fracturas. Más de 60. El verdugo de sus huesos se llama osteogénesis imperfecta, una enfermedad genética caracterizada por la fragilidad ósea. Los quirófanos los conoce casi tanto como a su amada pileta, por ellos pasó en 28 oportunidades. De chico probó con el ciclismo, pero el miedo a caerse y que estallen sus huesos de cristal lo inclinó por otro deporte: La natación. Y se la toma enserio.

Nacido en Devoto, el nadador paralímpico fue campeón panamericano en Guadalajara 2011, es campeón sudamericano, y este año salió segundo en los 100 metros mariposa –su especialidad- en los Juegos Parapanamericanos de Toronto, entre otras consagraciones. El año que viene representará a nuestro país en Río 2016.

Los de la capital canadiense fueron los mayores Juegos Parapanamericanos de la historia. Las jornadas recibieron 250.000 visitantes del 7 al 15 de agosto. El equipo nacional fue uno de los más numerosos. Se representó al país en 15 de los 16 deportes propuestos por el programa paralímpico. En el mundial de natación adaptada en Glasgow 2015, la presencia argentina no fue menor. La nadadora Nadia Báez quedó tercera en los 100 metros pecho.

Con el optimismo que los veinticinco años ofrecen a sus poseedores, analiza la actualidad del deporte adaptado: “Hoy en día hay muchas facilidades que hay que explotar para difundir el deporte paralímpico. Gran parte de las familias no conocen nada sobre el tema”

-¿Cómo crees que se puede hacer llegar eso a los chicos?
-Las redes sociales hoy ayudan muchísimo. Igual, yo cada vez que me cruzo en la calle a alguien discapacitado le hablo para que se sume.

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Las sillas afuera, los esperan. Los asientos están forrados con bolsas de supermercado para que no se llenen de humedad cuando los chicos salen mojados. Con ayuda de los profes cada uno toma su posición. En tierra firme comienza la marcha hacia los vestuarios. En su viaje, los chicos charlan entre sí.
El primer objetivo, aparte de lo físico, es fomentar la integración. “Permitirles a los pibes estar con otros chicos con discapacidad, o con gente convencional”, señala José. “Después, más cercano a lo competitivo, nosotros impulsamos la autosuperación”, concluye.

Muchos encallados en las arenas del sedentarismo y la tristeza, a los que los ancla la discapacidad, son rescatados por la marea alta de la natación y del deporte. A pesar de los embates y de las tormentas, siguen su camino con un norte claro, mejorar su calidad de vida.

“Mira como sonríe cuando entra en el agua”, suelta el papá de Ivan, desde afuera de la pileta… “Hice muchos amigos acá, el deporte es una herramienta de unión increíble”, recuerda Sachero. “Esto hay que llevarlo a todas partes”, insiste Marco.

AUNO 14-12-2015
MS-AFG

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