Lilia Essie Amaya y Oscar Rincón tienen en sus manos un “rescate histórico con la premisa de no olvidar”. Ella se desempeñó como empleada administrativa del cementerio municipal de Almirante Brown hasta 2016; él es tataranieto del propietario original de esas tierras. Juntos realizaron un relevamiento del espacio ubicado en la localidad de Rafael Calzada. Tienen un libro en proceso. Buscan editorial.
Los autores pusieron el foco en el casco histórico, es decir, el área antigua del cementerio, porque “ahí está la historia”. Ese sector cuenta con piezas artísticas similares a las que se pueden ver en los cementerios porteños, así como también mausoleos pertenecientes a las familias más antiguas del Conurbano.
El proceso de investigación comenzó en 2005, cuando Rincón le planteó a la Asociación Nativos de Brown su deseo de encararlo, interesado en la identidad de la comunidad. Durante ese año se realizó la primera etapa que duró hasta que el camposanto cambió de gestión. Tiempo después, Rincón pudo retomar la labor, que sumó a Lilia y a la licenciada en Antropología con orientación en Arqueología Cinthia Riquelme.
“Anotábamos cada bóveda, cada sepultura, tal fecha, tal difunto que estuviera ahí”, recuerda Rincón sobre el trabajo realizado. El libro cuenta con un registro fotográfico dividido en apartados como “bóvedas antiguas, sepulturas, simbología, identificaciones de entrada al casco”.
Todas las imágenes cuentan una historia, como la de un banco de mármol de carrara que se encontraba en el extremo de una lápida para quienes quisieran visitar al difunto, devorada literalmente por un árbol de plátanos que se encontraba cerca.
Otra imagen muestra una particular placa que reza “HIJA del Dr. José León Suárez”. Amaya estima que la falta de nombre se debe a la prematura muerte de la niña. En el cementerio también se encuentra la bóveda de Claudio León Sempere, quien creó el monumento a la bandera de Burzaco. Su diseño luego fue utilizado para construir el que se encuentra en Rosario, capital de Santa Fe.
Tanto Rincón como Amaya quisieran que alguna editorial se interesara por su trabajo para así terminarlo, pero también para poder ganar visibilidad y encarar proyectos de preservación de algunos espacios de valor arquitectónico. “Como ahora están los cementerios privados, los grandes jerarcas se van para ahí que está todo con césped, pero este se está cayendo a pedazos”, denuncia Rincón.
“Se perdieron muchas cosas”, agrega Amaya. Recuerda que hubo una época en que tuvieron que cuidar la escultura de un ángel de mármol dentro de las oficinas de la dirección. “Ya se lo estaban por llevar, lo habíamos encontrado envuelto, pero pudimos salvarlo.» Estuvo guardado hasta que se construyó el nuevo osario, donde actualmente se encuentra.
Ese ángel no era el único que habitaba el cementerio. El otro ya había sido robado. Así es como Rincón recuerda cuando se llevaron las dos puertas de una bóveda: “Hay cosas que se robaron que no se las puede llevar alguien que pasa por la calle”, insinúa, indignado.
En 1920, la necrópolis tuvo una mención especial por la arquitectura de sus bóvedas en una importante exposición de la ciudad de Buenos Aires, ya que “son similares a la que se pueden ver en Capital”, asegura Lilia.
Otro de los proyectos que están alrededor de este trabajo es señalizar los caminos que existen o existieron, como también la función que cumplían algunas viejas construcciones. Para lograrlo es fundamental que alguien se interese por lo que ya han investigado Oscar, Lilia y Cinthia, y lo convierta en un libro para la memoria del colectiva de Almirante Brown.
AUNO-14-06-2023
AEB-MDY