Casandra, una vagabunda refinada y loca*

Varios escritores argentinos escribieron páginas lamentables contra el peronismo. Hay varias decenas de cuentos, poesías y novelas, que contienen páginas llenas de burlas, odio, racismo y discriminación.En este caso leemos el relato ‘Casandra’ de Juan Rodolfo Wilcock.

Horacio Raúl Campos

Lomas de Zamora, set 11 (AUNO) – “Desde lejos se ven los estaqueados, los enterrados hasta el cuello en el barro helado, los flagelados. La gruta queda en el fondo de una hondonada pedregosa (…) No es una gruta, es una casa; pero conserva su nombre de gruta porque Casandra, en otras épocas, cuando todavía era una escuálida vagabunda, solía refugiarse en una gruta cerca del puerto, y con sus persistencia de trastornada siguió llamando gruta a la casilla de madera que en cierto momento le instaló el Arcontado de Entretenimientos, y luego la espléndida casa-templo que su popularidad vertiginosa no tardó en exigir”.

Así empieza el relato ‘Casandra’ que escribe el argentino y furiosamente antiperonista Juan Rodolfo Wilcock para el diario La Prensa, el 26 de febrero de 1956. El personaje ‘Casandra’ alude claramente a un personaje político de la historia del siglo XX argentino. Ese escritor, casi desconocido para el gran público argentino, nace en 1919 y fallece en 1978.

“El cuento que Wilcock le dedica a Evita, ‘Casandra’, quiere denunciar
de manera inequívoca el ambiente de tortura, degradación y violencia que
su autor siempre asoció con el peronismo” (Balderston: 574).

Wilcock se va a Italia en la década del 50, voluntariamente exiliado como Cortázar, y escribe en el idioma de ese país porque a su entender el castellano no era suficiente para desplegar su literatura. Una verdadera zoncera, que ni Borges practica.

La pluma del amigo de Borges, Bioy Casares y las Ocampo, se ensaña cuando el peronismo ya había sido derrocado por la revolución fusiladora. A la sazón, el cadáver de ‘Casandra’ ya estaba desaparecido por los aqueos que llegaron en el 55 para sitiar el país e incluso ya había sido meado por uno de ellos.

La tradición occidental de una literatura que ultraja a la mujer, allí se cristaliza en un cóctel fulminante al servir como ingrediente, para una nueva vuelta de tuerca, en un relato antiperonista, machista y de vocación por el pasado estancieril.

Quién es Casandra. Es la adivina de la mitología griega, hija de Príamo y Hécuba, los últimos reyes de Troya. Apolo le da los poderes adivinatorios a cambio de sexo. Un acosador. Se los da, pero Casandra no cumple y entonces el acosador la maldice. La castiga haciendo que nadie crea en sus vaticinios y la acusan de estar loca y enferma. Es la versión clásica.

Casandra está en no poca literatura occidental. Desde la Ilíada y tragedias hasta en una canción de Ismael Serrano (2007), que la reivindica.

El relato que nos ocupa está contenido en el libro El Caos. Recordemos que del ‘Caos’ surgen entre otros, la Noche. Y según la ideología de Wilcock, después del ‘caos’ llega el orden.

En el relato, el narrador antiperonista se indigna porque Casandra pasó de pobre y animalizada que residía en una gruta, a tener poder y residir en una casa-templo. Es decir, pasó de los espacios de la barbarie a la civilización. Y eso para el sistema político y cultural europeísta-oligárquico se castiga con bombas, el destierro y el olvido organizado, tanto en la ficción como en al mundo de la experiencia real.

Extranjera, mendiga y loca

El personaje central tiene cualidades de inmigrante, “es extranjera”, para la familia del narrador, porque le encuentran “defectos de pronunciación”, que es una forma sutil de rechazar sus discursos políticos: “Mis cuñados consideran denigrante que una extranjera nos subyugue hasta ese punto”.

Casandra reúne sobre sí una serie de cualidades negativas: tiene “extravagancias”, actúa “desde las tinieblas de su demencia”; “goza con el poder, con la arbitrariedad”; se recuerda que “cuando era una mendiga loca que erraba por nuestras calles, nadie se interesaba en sus jergas de solitaria” y de “su rápido ascenso de la miseria al poder, de la indiferencia y el menosprecio, a su situación actual”.

El personaje “durante muchos años fue una pobre vagabunda (a veces ignorada, a veces escupida, insultada y apedreada”. El narrador añora la Antigüedad o los regímenes que actúan de esa manera ante la aparición de una ‘insolente’ que desordena la sociedad injusta.

La Casandra mítica además de profetiza no escuchada es la princesa de Troya. Pertenece al poder. Con la invasión de los piratas aqueos, es raptada y esclavizada por Agamenón.

Por tanto, la Casandra mítica recorre un camino distinto de la ‘Casandra’ argentina, pero aún así hay puntos de contacto. La figura mítica, esclavizada sexualmente por Agamenón, una vez en Micenas se convierte en ‘extranjera’. Es un botín de guerra. Los aqueos tomaban mujeres de su misma condición como botín de guerra por la sencilla razón de que eran hijas de reyes vencidos.

Lo esencial de ambos personajes, el mítico y el argentino, es que nadie les cree, según los relatos. Al primero, por haber sido castigado por Apolo para que eso sea así. Al segundo, por su calidad de plebeyo, a pesar de “sus velos” y su “trono”.

La vida silenciosa de los antepasados

Uno de los tantos tópicos del nativismo conservador es la remisión a tiempos pasados, a edades de oro, cuando no había ruidos y si los había igual se tenía que escribir que no los había. A la oligarquía y a sus escritores voceros no les gusta el ruido. Así podemos encontrar calles sosegadas y una ciudad de casas bajas, aljibes, patios, esclavos, aguateros y tenues rasgueos de guitarra (Borges) o a unas montañas sin Montoneras aptas para dormir una siesta cachacienta, lejos del Buenos Aires de anarquistas disolventes, sablazos y pólvora policíaca (J.V. González).

Wilcock, en ‘Casandra, también usa ese procedimiento de huida a zonas más soñolientas al rechazar con sutileza las movilizaciones y los cánticos del peronismo y de las mujeres; como así la posibilidad de escuchar música “culta”.

Escribe: “Casandra fue en un principio una vagabunda similar a esos miles de desdichados, jóvenes y viejas, que habiendo perdido la razón recorren de día nuestros caminos cantando melodías que por error creemos tradicionales, y que justamente estás locas se encargan de hacer llegar al corazón del pueblo (un pueblo que antaño fue lacónico y por lo tanto poco interesado en músicas, pero hoy, en gran parte arrastrado por las arbitrariedades de Casandra, desconoce o desdeña la vida silenciosa de nuestros antepasados”.

El odio en la ficción por la ocupación del espacio público ya está tematizado por Borges, por ejemplo, en su poema ‘Mil novecientos veintitantos’.

En tanto, para la oposición cerril, Casandra suscita “opiniones que nadie comparte, que nadie quiere ni siquiera escuchar, muchos menos leer”. Se alude así a la actuación política, al trabajo en radio-teatros y a los libros propios y de terceros de la Casandra argentina.

Los espacios que representan al poder político, ocupados por la oligarquía que detenta la renta de la tierra durante más de dos siglos, tampoco son cedidos fácilmente en la ficción, como leeremos: “(…) Bajo la cúpula de vidrios pintados de la gruta, en un extremo del gran salón, Casandra acomoda alrededor del trono sus velos, sus colas de encaje y sus armiños, y ordena que entren los suplicantes”. Sigue en una gruta convertida en algo más, que es grotesco.

Casandra en el texto es ridiculizada por las ropas que usa, distintas según los momentos del día, y a veces “precedida por violinistas y flautistas (que no tocan ninguna música definida, sólo hacen ruido ondulante y monótono con sus instrumentos, lo que en el fondo demuestra bastante refinamiento para una vagabunda; y si bien nadie abriga esperanza de que llegue a interesarse por la música culta que ella misma ha inspirado, es en cambio evidente que sabe eludir lo chabacano, lo africano)”.

Bibliografía
-Wilcock, Juan Rodolfo, El Caos, Buenos Aires, Sudamericana, 1999. La primera edición por esa editorial es de 1974. Pero los cuentos incluidos allí fueron publicados en diarios argentinos y en revistas hispanoamericanas entre 1948 y 1960.
-Balderston, Daniel, La literatura antiperonista de J. R. Wilcock, Revista Iberoamericana, volumen LII, números 135-136, abril-septiembre, 1986. http://revista-iberoamericana.pitt.edu.

*Publicada por la Revista El Cruce. Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Agosto 2013, año 5, número 31, p.p. 40-41.

AUNO 11-09-13
HRC

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