Malvinas Siempre: el museo lomense donde la memoria sigue viva

Fue uno de los primeros en inaugurarse en la provincia de Buenos Aires, hace 17 años. Reabierto en 2022, hoy funciona como espacio pedagógico, gracias al compromiso de excombatientes que comparten sus historias con la comunidad.

Es sábado 14 de junio, el cielo está cubierto de nubes grises, llueve y el frío advierte la pronta llegada del invierno. Un día como hoy, pero hace 43 años, el gobernador militar de las Islas Malvinas, el general de brigada Mario Benjamín Menéndez, firmaba el cese del fuego ante el general inglés Jeremy Moore. Después de 74 días de ardua batalla, se terminaba el conflicto bélico. 

En esta sala de conferencias que alguna vez fue un quincho, Juan Carlos Peralta revive ante cada visitante un fragmento de esta historia, su historia, que es también la de todos los argentinos y argentinas. “A esta hora (13:07 hs), en este momento, caíamos prisioneros. Nos sacaban las armas y todo. Son momentos muy caros para nuestros sentimientos porque lo vivimos y lo sufrimos”.

Juan Carlos, quien con apenas dos meses de servicio militar formó parte de la Compañía Ingenieros de Combate 601, creada especialmente para ir a las Islas y disuelta tras la Guerra de Malvinas, hoy viste ropa verde militar con el logo de la agrupación de los veteranos. Su relato lleva consigo memoria, emoción y también cierta nostalgia. No solo por lo significativo de la fecha, sino también por el presente del Museo Malvinas Siempre Argentinas.

Y es que, aunque la institución exhibe documentos y reliquias, son los relatos como el suyo los que le añaden un valor especial a este lugar. Con el paso del tiempo, de 20 excombatientes que daban su testimonio pasaron a ser siete u ocho que están “siempre firmes”. Para dar charlas —a todos los niveles educativos, incluyendo centro de jubilados o boy scouts— se turnan de a dos o tres integrantes, como la que dieron el jueves 19 de junio Antonio De Luca, Daniel Ledesma y Guillermo Carro a un grupo de 15 mujeres de primer y tercer año del profesorado de primaria del Instituto 103 de Villa Fiorito.

En otra época, estaban Margarita y Mari, dos museólogas que prestaron sus conocimientos en el museo durante cinco años hasta que se jubilaron. Después no vino nadie más. Aunque hoy son pocos, no quieren que gente que “no sepa nada” interactúe con el público.

“Quieras o no cuando te ponés a hablar, algo te hace un clic y te transporta. No está bueno que todos los días estés sufriendo o llorando. Estamos grandes, estamos más sensibles, estamos con los achaques”, explica Juan Carlos, expresidente y actual vicepresidente de la Comisión de Enlace de Veteranos de Guerra —las autoridades se renuevan cada dos años y no se pueden repetir más de dos mandatos—.

Cartas enviadas y recibidas, fotos de distintas épocas y piedritas que trajo a su regreso del primer viaje a Malvinas después de la guerra, en 2013, son los objetos que este veterano donó para su exhibición al público. Pero no son los únicos: también dejó una nota que le hizo el diario La Prensa en 1995. En el artículo periodístico, contaba —atemorizado por posibles represalias— que sus superiores lo habían estaqueado durante ocho horas por robarse una lata de mondongo a la genovesa. “Si no estuviera eso, la gente no sabría, porque no le cuento a nadie. Hay cosas que pasaron, que no las contás”.

La causa 1777/07 investiga torturas y otros tormentos sufridos por soldados conscriptos de parte de los altos mando.

Los cimientos 

Una mesa rectangular con fotos enmarcadas en el museo —ubicado entre las calles General Frías y Garibaldi, a la misma distancia de las estaciones de trenes de Lomas de Zamora y Temperley— sintetiza un momento clave: la entrega de la escritura del predio por parte del entonces intendente Juan Bruno Tavano, en 1993, a los miembros de la Comisión de Enlace de Veteranos de Guerra para su construcción.

Poco a poco, lo que antes era un descampado tomó la forma de una galería que fue inaugurada el 6 de mayo de 2008 ante la presencia de Jorge Omar Rossi, el jefe comunal de ese tiempo. De ahí en más, todos los sábados de 10 a 13 horas abre sus puertas al público para su recorrido.

Preservarlo en el tiempo no fue tarea fácil. En una época, sufrió alrededor de 20 robos de objetos materiales que servían para reacondicionar el lugar, como ventanas y bidets. Un corte en la avenida, realizado por los excombatientes, motorizó que el municipio le brindara al museo seguridad las 24 horas; y este año, en medio de los tarifazos a los servicios básicos, lo eximió del pago de las boletas de electricidad, gas, agua e internet.

Sobrevivir, volver a las Islas y una interrupción abrupta

Rubén y Carlos llevaron a su nieto a conocer el museo. Mientras el nene de diez años se mueve inquieto entre las vestimentas y los objetos utilizados en la contienda, la curiosidad de los adultos de unos setenta años los hace detenerse en la maqueta del Crucero ARA General Belgrano. La réplica exacta mide un metro ochenta y pertenece a Guillermo Carro, sobreviviente del hundimiento que se llevó las vidas de 323 tripulantes, casi la mitad de los caídos en la Guerra de Malvinas. En un principio, se lo había mandado a construir para él, pero —para que no le ocupara lugar en el living y quedara deslucido en su casa— finalmente decidió donarlo al museo. 

“Yo soy del ‘55 y tenía miedo de que me llamen a hacer la colimba. Ya estaba juntado y tenía familia”, le dice Rubén al veterano que se desempeñó como mecánico de la primera cuadrilla aeronaval de helicóptero y se dispone a responder las inquietudes de los visitantes mientras sus compañeros hacen el fuego para el asado.  

Cuando impactó el primer torpedo del submarino nuclear británico HMS Conqueror —por orden de la primera ministra de Reino Unido Margaret Thatcher, figura elogiada por el presidente Javier Milei— contra la sala de máquina del Belgrano, eran las 16:00 horas y Guillermo se había quedado dormido. Despertó con el crucero a oscuras, tomó lo que pudo y buscó el número de su balsa, guardada en una cápsula blanca que, una vez abierta, era arrojada al mar. 

El haber sobrevivido lo hizo convencerse de tres cosas: de que está vivo gracias al “Barbudo”, de que muchos no hubieran resistido otro día más naufragando a la espera de ser rescatados —porque estaban empapados y hacía mucho frío— y de que los simulacros de abandono del buque, que realizó hasta cuatro veces por día, fueron fundamentales para que pudiera salvarse. “Había que tomar una decisión y tenía que ser la correcta, tanto en el abandono como en el rescate. No podía pensar nada de lo que hacía”.

En tono de voz baja, Héctor González, exsoldado de la Compañía de Ingenieros de Combate 601 —que derribó el puente Fitz Roy para retrasar el avance británico hacia Puerto Argentino— se suma a la conversación.  A diferencia de Guillermo, a él le hizo bien volver a Malvinas, tanto que —después de haber ido con su esposa— viajó por segunda vez en mayo de este año.

En la primera oportunidad, logró “descargarse” y en la segunda, pudo disfrutar un poco más del lugar junto a sus compañeros. Aun así, quiere ir una tercera vez porque siente que le queda más por conocer. “Es un túnel en el tiempo. Visitarlo me hizo sentir que nada fue en vano. Pese a todo, estoy orgulloso de haber combatido en las Islas”.

Pasan los minutos: Rubén, Carlos y su nieto ya se fueron. De repente, se escuchan insultos y nadie entiende qué está pasando ni tampoco de qué parte del museo provienen. “¡Pero la puta que los parió! ¡Váyanse de acá, la concha de su madre, hijos de puta! ¡Los voy a cagar a tiros!”. Todos se miran entre sí e intentan seguir con la charla con naturalidad hasta que de pronto se abre la puerta y entra Antonio De Luca. “Perdón, ¿escucharon los gritos?”, nos pregunta con la expresión de alguien avergonzado por lo que acaba de hacer. Mientras que con su mano derecha empuña un cuchillo y con la izquierda sostiene el picaporte, nos explica que dos hombres estaban haciéndose pasar por excombatientes, pidiendo dinero a quienes pasaban por la entrada del museo, y que no era la primera vez que ocurría algo así.

No olvidar a los que no volvieron

Tanto adentro como afuera del museo, hay placas que conmemoran a los 14 héroes caídos de Lomas de Zamora —ocho del Ejército, cuatro de la Armada y dos de la Fuerza Aérea— como la que está en el patio junto al jardín: “El pueblo de Lomas de Zamora, en reconocimiento a quienes cayeron defendiendo nuestra soberanía en las Islas Malvinas: Ángel Benítez, Omar Aníbal Brito, Francisco Cáceres, Héctor Basilio Correa, Ernesto Del Monte, Rubén Alberto De Rosa, Gustavo Argentino García Cuerva, Juan Carlos Lena, Rubén Héctor Martell, Marcelo Daniel Massad, Daniel Alberto Petrucelli, Fabián Pintos, Víctor Rodríguez y Manuel Alberto Zelarrayan”.

“Todos dimos algo; algunos dieron todo”. Una lona rinde homenaje a los 649 que murieron en combate tras defender con valor y entrega la extensión del suelo argentino. 

31.7.2025
NR-MEM
*Esta nota fue realizada en el marco de la cátedra Taller de Periodismo Gráfico.

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