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Fue un verano. Jugando al truco con un tío. Bien de noche. Había una mesa, cartas y vasos de vino. En un momento, hubo más vasos que cartas. Y a un jugador, sin querer, se le cayó un ancho. «Yo me acuerdo», dijo el tío, «cuando a tu viejo se lo llevaron los milicos». «Ahí yo dije ¿QUÉ? Y hubo una escena…», recuerda Walter Van Hoof (51). Años después, hay escenas pero son otras, y en las mesas hay cartas pero también cartulinas. Son de sus chicos del taller de Derechos Humanos del Centro Socioeducativo «La Biblioteca» de Villa Caraza, donde Walter sigue la labor que inició su padre hace 45 años. O, si se lo quiere ver así, toma sus cartas y continúa la mano.
Walter Van Hoof, de ascendencia holandesa, creció en una familia de carniceros y tenía 35 años cuando descubrió que su padre, Rolando Agustín Van Hoof, obrero metalúrgico y militante de la Juventud Trabadora Peronista, no había muerto en un accidente: había desaparecido durante la última dictadura cívico-militar argentina.
Sin pretenderlo, mientras investigaba la historia de su papá conoció a un muchacho que le preguntó si militaba en H.I.J.O.S. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), una organización de Derechos Humanos creada por los y las descendientes de personas desaparecidas por la dictadura. Antes de eso, nunca había protestado ni manifestado en defensa de los Derechos Humanos (DD.HH.). “Cuando lo descubrís, H.I.J.O.S. te ayuda a ver cómo seguir”, señaló Walter. “Cuando me invitaron a la primera choriceada dije ‘voy a ir con mi auto porque por ahí es un embole o no me gusta el ambiente y me quiero volver antes’. Me quedé hasta las 12 de la noche porque nos quedamos charlando tanto… se ve que sí me sentí cómodo”, recordó.
Van Hoof está seguro de que interactuar con personas que sufrían lo mismo le ayudó a comprender cosas de su niñez. Por ejemplo, por qué solo dos amigos asistían a las fiestas de cumpleaños de su infancia. “H.I.J.O.S. me ayudó a encontrar lo que me faltaba: la historia, mi historia”, aseguró.
“La ‘venganza’ de los hijos es ser feliz”, aseguró el docente de DD.HH . “H.I.J.O.S. es vida, H.I.J.O.S. no es muerte”, definió.
¿Cómo es la militancia en “H.I.J.O.S.”?
Es lo más lindo que me pasó porque empezás a escuchar historias de personas que vivieron lo mismo que vos. Te ayuda a seguir adelante con ciertas cosas. H.I.J.O.S es la organización de Derechos Humanos más federal de Argentina porque hay hijos en todo el país. H.I.J.O.S. ya es mi vida, soy parte de ella desde hace más de diez años y he conocido gente muy buena de todos los orígenes políticos.
Cuando empezaste en H.I.J.O.S., ¿qué cosas pudiste entender mejor de tu vida?
Uno conectó ciertos puntos. Recuerdo, por ejemplo, lo que pasaba en mis cumpleaños de niño durante la dictadura y comienzo de la democracia. Solo venían dos amigos. Ellos eran hermanitos entre sí e hijos de padres desaparecidos. Las madres tenían miedo de traer a sus hijos a mi cumpleaños, porque imaginate si venía una patrulla y se los llevaba a todos. Así, hemos conocido toda nuestra vida lo que ahora se llama “bullying”. Era muy normal que durante la infancia se armaran grupos y nos dejaran afuera.
¿Cómo está formada la organización?
Los H.I.J.O.S. de la Provincia de Buenos Aires se reúnen una vez al mes en diferentes lugares. Hay más o menos 15 reuniones regionales más dos reuniones principales por año: una es para delegados y se lleva a cabo en una provincia diferente cada año. A esta reunión asisten dos representantes por región y definen los temas que se tratarán en la asamblea general. Esta última se celebra en otra provincia. A la asamblea general más reciente asistieron más de 200 hijos.
¿Qué te pasó cuando supiste tu verdadera historia?
Cambié radicalmente de opinión porque en los ‘90 no podía entender las protestas que veía por televisión. Y ahora estoy protestando en primera línea. “Eso” era como una parte que me faltaba. Porque yo sentía que pertenecía a otro lugar. Como si estuviera en una familia que no era la mía y hubiera una mentira en el aire. Después empecé a entender esos ataques de sobreprotección o nervios que tenía mi mamá. Como familia, lo mejor que nos pudo haber pasado fue haber ido a declarar. Me sentí diez años más joven. Me enorgulleció decir que mi padre era un activista político.
¿Qué hiciste cuando tu tío te dijo que tu papá había sido desaparecido por la dictadura?
Empecé a buscar datos porque me quedé con lo que él me había dicho. Hablé con un pibe del Partido Obrero que estudiaba Derecho en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y fuimos al Registro Civil de Escobar, donde apareció el cuerpo, a buscar el certificado de defunción. No fue fácil porque hubo muchas versiones extrañas. Allí nos dijeron que era mentira que había personas desaparecidas en Argentina. Fuimos al cementerio, a la funeraria más antigua de Escobar, haciéndonos pasar por trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y preguntamos por el cuerpo de mi viejo y nos dijeron que fue de los pocos que aparecieron porque, según ellos, a la mayoría los cremaron en un club que había atrás de la comisaría. Después fuimos a la policía científica de Campana y ya sabían que buscábamos información sobre mi papá. Nos dijeron que ahí no había nada y nos fuimos. Después encontré muchos datos gracias a una señora que tenía un hermano desaparecido y que resultó ser compañero de mi papá. Ella tenía muchos archivos guardados y ahí es donde pude reconstruir más o menos la historia.
¿Sabes por qué tu mamá no te dijo la verdad?
Por miedo. Ella siempre fue muy sobreprotectora conmigo y con mi hermano. Hasta el día de hoy tiene miedo y nos pregunta si tenemos nuestros documentos de identidad encima. Está aterrorizada. Con las elecciones quedó muy molesta porque por su cabeza pasan muchas cosas.
¿Cómo viviste las elecciones?
Al principio no me pasó nada, ahora me siento mal. No quiero ver televisión, no quiero escuchar nada. Intento aislarme un poco, es muy impactante. Con H.I.J.O.S. estamos creando un protocolo de seguridad, trabajando en la Asociación Civil para tener un marco legal. Nos estamos preparando para algo que no sabemos qué es y esperamos no usarlo nunca.
¿Cómo le explicarías a alguien que no sabe qué es la militancia política en Argentina que pertenecés a una organización que defiende los Derechos Humanos?
Me pasó cuando visité Chile con mis compañeros de H.I.J.O.S. En ese país también hay personas con historias similares a las nuestras y compartimos muchos momentos. Allá no entienden del todo el peronismo y yo digo que es como la muerte: nunca lo entendés… pero un día te llega, ¡ja!. También existe algo de esta “inevitabilidad” cuando hablamos de Derechos Humanos: en algún momento de la vida vas a tener que decir “tengo un derecho”. En algún momento te tocará defender tus derechos y eso puede ser en cualquier parte del mundo, entonces me parece bueno que en los lugares donde se violaron los Derechos Humanos la gente cree organizaciones para que eso no vuelva a suceder. Ese es el famoso “NUNCA MÁS”. Somos lo opuesto al “club del rifle”, valoramos la vida más que cualquier otra cosa.
¿Cómo vivís tu rol como tallerista de Derechos Humanos para niños y adolescentes?
El taller fue un desafío porque fue algo que nunca había hecho. Yo no tengo hijos y estar con los pibes fue un desafío y un aprendizaje, uno va y aprende con los pibes. Yo me sorprendo muchas veces de lo claras que tienen las cosas. Uno a veces lleva un tema que piensa que puede ser difícil y resulta que ellos y ellas la tienen más clara que uno. La juventud da la motivación de ir siempre para adelante y por más. En esta etapa de mi vida me viene bárbaro y creo que es lo que estaba necesitando.
* Nota producida en el marco del taller English For Journalists dictado por AUNO
SG/JJR