(AUNO*).— Los alumnos que afrontan un examen final oral en una universidad sufren una fuerte reacción orgánica vinculada con el estrés, que puede llegar al punto de destruir neuronas. Además, enfrentar este tipo de situaciones puede provocar problemas en la piel, gastrointestinales, trastornos del sueño y el apetito, dolores cervicales y musculares, resfríos y hasta fiebre y conjuntivitis.
Estas conclusiones surgen de un estudio desarrollado por especialistas de la Universidad Nacional del Litoral, sobre una población universitaria distribuida en distintos años de la carrera de Veterinaria, que determinaron que estas son solo “algunas de las alteraciones orgánicas más comunes con que un estudiante se encuentra, casi invariablemente, cuando debe enfrentarse a un examen oral, y mucho más cuando se trata de uno de los últimos de su carrera universitaria”.
Para los profesionales, esta situación no es exclusividad del ámbito universitario, sino que “es sólo una muestra que evidencia la salud de la población”. “Los resultados pueden trasladarse a otros trabajos relacionados con conductas, memoria y aprendizaje, y fundamentalmente con comportamientos que involucren violencia y adicciones” y “estas mismas variaciones moleculares ocurren en cualquier situación social que implique temor, angustia, violencia y altere nuestras conductas”.
“Si esto es demostrable y ocurre con chicos que tienen contención, inquietudes, familias, objetivos, futuro, qué pasa con los chicos de la calle, por ejemplo, o con una pelea en una cancha. Imaginemos una señora embarazada en medio de un piquete. Gritos, nerviosismo, corridas con la Policía, sumados a la mala alimentación: cada décima de segundo de su vida modifica el desarrollo del cerebro de su futuro bebé, que ya se puede ver y registrar desde la séptima semana de vida”, añaden los responsables del estudio.
Esta situación en el ámbito académico fue analizada por la veterinaria Eva Moreyra docente de la cátedra Fisiología de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional del Litoral y el doctor en Medicina Osvaldo Panza Doliani, quienes apuntaron a determinar en qué medida el organismo de los estudiantes se modifica ante una situación de examen final.
“La respuesta fue contundente: los cambios orgánicos existen, son fácilmente medibles y verificables, y acarrean muy serias consecuencias”, destacaron los especialistas, que enumeraron que en esas circunstancias “bajan las defensas, los glóbulos rojos aumentan de tamaño y disminuyen en cantidad, se alteran las plaquetas, se incrementan las frecuencias cardíacas y respiratorias y hasta –entre otras cosas- se destruyen neuronas”.
Los resultados de este estudio fueron reflejados en el trabajo “Cambios orgánicos asociados con el temor durante las evaluaciones en la universidad”, que realizaron Moreyra y Panza Doliani y que recibió el premio Profesor Braulio A. Moyano al mejor trabajo de Neurociencia Cognitiva, otorgado por la Asociación Argentina de Investigación en Neurociencia, en setiembre pasado.
En su estudio, para establecer comparaciones, los especialistas analizaron el comportamiento orgánico de los estudiantes 15 días antes del examen –que debía ser final y oral, ante un tribunal-, el mismo día del examen y 15 días después. En cada una de esas oportunidades, los alumnos se sometieron a un hemograma completo y a una revisación clínica, que permitió establecer ritmo cardíaco y respiratorio y estado general de salud.
“Aunque algunos alumnos dieron cuenta de modificaciones más importantes que otros, en todos se evidenció una contundente alteración orgánica, directamente asociada con el temor ocasionado por la situación de examen”, se indicó. “Las variaciones que encontramos en la sangre evidencian que el cerebro se altera a partir de cambios hormonales”, explicó Panza Doliani.
Esas alteraciones “permanecen aun después de transcurridos 15 días del final”. Para el especialista, de esta manera, el efecto “se vuelve acumulativo, y recrudece cuando el alumno rinde más de una materia por fecha de examen, o si suma otras complicaciones cotidianas a esa situación”.
“Las variaciones que encontramos en sangre evidencian que el cerebro produce grandes alteraciones hormonales ante situaciones como un examen”, indicó Panza Doliani quien advirtió que el proceso puede llegar, incluso, a destruir neuronas.
“Dentro de estas hormonas, se encuentra la conocida como hormona del estrés –científicamente conocida como cortisol-, cuya producción, en exceso, destruye a las neuronas”, dijo, y graficó: “Las neuronas se destruyen por temor a los exámenes, si se expone el organismo a varias situaciones similares. Por eso nos cuestionamos qué estamos haciendo con la salud de los alumnos a lo largo de una carrera universitaria” si no se tienen en cuenta tales cambios.
Entre otros puntos, el estudio permitió determinar que “cuando esta situación se vuelve extrema, el alumno comienza a perder interés y capacidad de asombro; cuando no encuentra gratificación por aprender, todo este proceso molecular lo lleva a la indiferencia. Además, situaciones como estas inhiben la formación de nuevas neuronas”.
La alteración, aseguran, es mucho mayor en las mujeres, que deben sumar los cambios hormonales propios de sus ciclos ovulatorios, en los que baja la glucosa, se desmodula el estado anímico y disminuye la presión arterial.
Para mitigar estos efectos y evitar este tipo de situaciones, Moreyra destacó que “deberíamos hacer un chequeo a los estudiantes desde que ingresan a la universidad”.
Los profesionales sugieren que, en el futuro debería modificarse la tradicional modalidad de examen final oral ante un tribunal, por otras que eviten temor al alumno. Y aseguran que “es necesario disminuir la cantidad de información que cada materia exige al estudiante”. “Además, el estudiante debería contar con información que le indique qué puede hacer para organizar sus horas de estudio, sus horas de dormir, la nutrición que requiere, otras actividades físicas necesarias o con qué método estudiar”, añadió.
En este sentido, aconsejaron seguir un método de estudio disciplinado, que permita incorporar los conceptos gradualmente y sin que intermedie, al momento de la lectura, otro estímulo que distraiga al cerebro.
“Además, es necesario excluir de las horas de estudio las ansiedades, los tóxicos, las peleas, los deportes agresivos, las discusiones y los programas de televisión que contengan imágenes de violencia. A partir del momento del estudio hasta que se organiza toda la estructura cerebral de lo que se llama memoria, transcurren tres horas. Si después de haber estudiado el alumno se somete a estímulos como los videojuegos, música fuerte, discotecas, peleas o toxinas, el conocimiento queda tomado con alfileres”, aseguró Panza Doliani.
Y esto ocurre porque, inevitablemente, frente a dos estímulos el organismo prioriza aquel que libera neurotransmisores con mayor intensidad. “Si el estudiante pretende leer algo escuchando música fuerte –indicaron finalmente los profesionales-, un estímulo va a ceder ante otro y las horas de estudio terminarán siendo muy poco provechosas”.
*Agencia Universitaria de Noticias y Opinión)
Universidad Nacional de Lomas de Zamora
AUNO 20-12-02 mar