(AUNO*) “Penitenciaría trae muchos pacientes y en general, vienen con custodia y, alguna vez de urgencia ingresan al quirófano”, afirma el jefe de Cirugía, Jesús De Pedro a quién le robaron su capacidad de asombro en alguna de sus guardias y la reemplazó por una crítica firme: “Penitenciaría trae todas las patologías urgentes pero tienen un hospital propio, equipado con todos los recursos materiales” al que no le asignaron “los recursos humanos”, confía De Pedro al borde de la indignación.
De Pedro, como todos los que caminan sonámbulos por el Hospital tiene la certeza de que la diferencia entre la noche y el día no existe.
Ahora el neonatólogo Alberto Espinoza se aleja de un pasillo custodiado por un hombre y una mujer de penitenciaría que prefieren esperar sentados el amanecer, para sentarse, por lo menos por un rato, a escuchar una radio AM y a coincidir con el jefe de Cirugía en que el sistema carcelario “debería tener un lugar propio”.
Pero lo que debería ser se esfuma otra vez en una realidad bajo custodia. Por eso, la sala de Cirugía de Consultorios Externos repite su propio ritual: “Hay dos custodios cuando un paciente ingresa a la sala de Cirugía. Se hace entrar a uno hasta que el paciente se duerme por la anestesia y regresa cuando se despierta, porque son agresivos”, confía una instrumentista en la puerta que lleva al despacho del director del Hospital, Oscar Sicco.
Nadie en el hall de la guardia puede estar sentado y el tiempo va a tomar la forma de decenas de números escritos en cartoncitos blancos con los que un par de médicos jóvenes despertarán una atención que se durmió entre diálogos circunstanciales y algún mate tibio.
Entonces una abuela de 71 años, que más tarde contará que se llama Dora, pregunta a nadie y a todos:¿A dónde se llevaron a mi viejo?. Una mujer se da vuelta, se apiada y le explica que lo llevaron a hacer una tomografía y que eso tarda.
El joven de seguridad insiste con desgano “esperen en la puerta” hasta que decide descansar en una silla por un par de minutos. Los suficientes para que Dora apure unos pasos inquietos hacia el interior de la Guardia de Adultos zona vedada para los que no sean pacientes donde está Mario, el otro rebelde que “no piensa dejar de fumar los cigarrillos que él mismo arma”, lo delata Dora minutos antes de sentarse a su lado.
Seguramente, a Mario lo atendió el enfermero Eduardo Fernández que atiende alrededor de 30 personas por guardia quien en un descanso comenta que “los sueldos del Estado son bajos”, pero reconoce que en el ámbito público tiene “más libertad” para trabajar, en cuanto al reglamento.
En este Hospital, al que muchos pacientes consideran “muy bueno” y que elegirían para atenderse tanto el neonatólogo como el enfermero porque “hay muy buenos profesionales”, también hay un grupo de especialistas con destino incierto.
Recostado sobre un viejo colchón al que alguien le quitó la sábana para no alentar al sueño, el jefe de Cirugía plantea el complicado panorama laboral que le espera a partir del 2005: “Este año me espera ver como puedo tener un trabajo porque después me quedo sin sueldo, sin nada” porque “no se abren nuevos servicios”.
De Pedro está enojado con una situación que tiende a multiplicarse y entonces compara: “En otros hospitales, tienen más posibilidades de guardias, pero posibilidades acá, cero”, se lamenta.
Para el 18 de este mes está anunciado un paro al que el Hospital se adherirá en reclamo de mejoras salariales y nombramientos, entre otros puntos. Sin embargo, como ocurrió el jueves pasado, el equipo de Cirugía se solidarizará sólo ideológicamente con la medida porque “Cirugía tiene operaciones planificadas y las de urgencia” que no admiten retrasos. Así contesta De Pedro a sus pares que le preguntan “por qué no hicieron paro”.
Es que ellos saben que en cualquier momento pueden llegar nenes heridos, hombres accidentados y hasta presos con “quince custodios armados” y todos saben que esta vez la ficción quedó detenida en una imagen lejos de una realidad que no admite edición.