Con dos tangos interpretados por Susana Rinaldi para matizar el gélido ambiente del salón Auditorio del Colegio Público de Abogados porteño, Estela de Carlotto y la organización que lidera abocada a la promoción de los derechos humanos, las Abuelas de Plaza de Mayo, sumaron este vienes un nuevo apoyo a su mención para el premio Nobel del Paz 2008. Alejandro Sandoval Fontana, el único de los 95 nietos recuperados presente en el acto, no sólo habló con AUNO sobre la postulación de Abuelas, sino también sobre su reencuentro con familiares de sangre.
El homenaje, que contó con la presencia de referentes del kirchnerismo como el diputado nacional por Buenos Aires Carlos Kunkel, el padre Luis Farinello y autoridades del Colegio. Durante su oratoria, el presidente, Jorge Rizzo, convocó a los presentes a dedicar un minuto de silencio para reclamar por la aparición del testigo en el juicio al represor Miguel Etchecolatz, Jorge Julio López, y señaló que en la semana previa al acto varios miembros del Colegio recibieron amenazas “de algunas voces cargadas de bronca que aunque parece que estaban acalladas siguen vigentes”.
Alejandro, el 84º nieto “recuperado”, escogió el doble apellido en recuerdo de sus padres desaparecidos Liliana Fontana y Pedro Sandoval, y a la vez enseña una moderada prédica sobre quienes lo criaron por casi tres décadas.
—¿Esta nominación significa una reivindicación a la labor humanitaria de las Abuelas?
—Creo que es importante más que nada por el trabajo que están haciendo, pero a la vez es un reconocimiento que les queda chico porque lo que ellas hacen no tiene parangón.
—¿Por qué lo decís puntualmente?
—Como dijo esta tarde Estela, en la sociedad no está todavía bien definida la lucha que llevan las Abuelas, aunque hay gente que está ayudando, especialmente desde el Estado.
—¿Cómo es la relación entre los 95 nietos?
—Es muy plena porque muchos de ellos trabajamos y acompañamos a las Abuelas. Recientemente encontramos dos casos nuevos con los que no tenemos demasiado contacto, porque hay que esperar su tiempo. Pero estaremos siempre a la espera para recibirlos.
Según informa la página web de la organización, esos nuevos hallazgos son los de un chico secuestrado en la ciudad balnearia bonaerense de Mar del Plata, adonde sus padres fueron “chupados” a poco tiempo de mudarse en octubre de 1977, y el de una chica cuyos padres fueron víctima de los operativos parapoliciales del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional en la localidad sanfernandina de Virreyes, en la provincia de Buenos Aires.
—¿Cómo es el acercamiento a una persona que desconoce su identidad biológica?
—Para cada persona es diferente porque la adaptación es muy grande. Uno vivió un lapso importante de su vida con una realidad y después hacer un cambio tan radical lleva su tiempo. En mi caso, por ejemplo, me costó mucho la adaptación: aunque arrancó en 2004, a mis abuelos los conocí recién hace un año y medio. Fue todo un proceso que consistió en conocer quiénes fueron mis padres. Es un camino en el que te vas enterando de cosas, no sólo de tu identidad, sino también sobre quiénes eran tus viejos.
—¿Qué sensaciones predominan en ese camino?
—Hay un proceso interno y uno externo. El interno es el más fácil, pero el externo es difícil porque siempre hay inadaptados que no te ayudan, como aquellos a los que se refirió Estela (la alusión a los autores de los mensajes intimidatorios contra los organizadores del agasajo).
—Parece existir una visión facilista que insta a “demonizar” a los padres apropiadores y reivindicar a quienes fueron desaparecidos por sus convicciones. ¿Hay un viso de injusticia en esa mirada del fenómeno?
—Hay una realidad de la que hay que dar cuenta: acá (a fines de la década de 1970 en Argentina) hubo un proceso en el que se cometieron muchos delitos. Tuve la suerte y el agrado de tener a unos padres adoptivos que me dieron todo, y a mis viejos (sus padres biológicos) que dieron todo. No se los puede comparar, es un absurdo.
—¿Los ves a ambos como victimas de lo ocurrido en esa época?
—Sí, pero ellos solos no. La sociedad en general fue víctima de un sistema que quisieron imponer pero que por suerte no pudieron.
—Tuvieron que pasar 30 años para que la sociedad se diera cuenta…
—Pasaron 30 años y hubo un quiebre en la sociedad, y lo importante es que finalmente se reconoció una lucha que se realizaba incesantemente pero a escondidas. Esta gente (por las Abuelas) estaba peleando oculta, (pero) hoy en día puede mostrar su lucha y buscar los mejores mecanismos democráticos para seguirla.
GD-AFD
AUNO-24-09-08
locales@auno.org.ar