Lomas de Zamora, mayo 29 (AUNO).- En la plaza de Temperley, los pibes se mueven como hormigas en fila hacía Auditorio Sur. Allí es la cita de este sábado húmedo, apenas fresco y por momentos lluvioso. Un chico se cruza en el camino de otros para venderles cerveza, que vale 50 pesos la lata y que lleva en la mochila. Los une una complicidad: esta noche toca Eterna Inocencia.
Apenas son las 21, todos dicen que “ya está por empezar” porque es el horario habitual en que la banda de hardcore punk sube al escenario. Al llegar a la puerta, los de seguridad separan a los concurrentes. “¿Tenés entrada? Por acá. Vos por allá, donde está la chica que te va a vender la entrada”.
Una vez adentro, el escenario se ve a lo lejos. No hay mucha gente. Pero con el correr de los minutos el espacio se llena. La oscuridad se parte con el brillo de la pantalla que muestra las letras de la tapa del disco Entre llanos y antigales. Son irregulares porque el diseño es artesanal, lo hizo la cooperativa editorial Eloisa Cartonera.
Los ojos ansiosos se centran en las sombras que preparan los instrumentos. Minutos después, la música funcional deja de sonar. Sólo se escucha el murmullo de los nerviosos. “¡Vamoooo’!”, grita un pibe que está por el medio, y con un potente y ensordecedor golpe de batería comienza “Viejas esperanzas”, del disco Las palabras y los ríos de 2004. Aparentemente, a lo largo de la noche la banda va a recorrer su historia.
Los saltos y los gritos que cantan se escuchan en los diferentes puntos del auditorio. Las manos se turnan para romper con la altura media de la multitud. Algunos alzan el puño con una sonrisa hacia el escenario mientras que otros levantan el dedo índice y le dedican esas palabras a alguien invisible, a esa persona especial que ahora no está a su lado.
A ese primer tema le sigue “A los que se han apagado”, del disco homónimo de 2003. “Las semillas ya sembradas”, como dice la letra de la canción, cantan con más fuerza. El contexto político del país tal vez sea el motivo de que esa canción sea más sentida por el público. Guillermo Mármol, el cantante, se emociona cuando terminan los acordes. “Gracias loco, es terrible esto. Gracias de verdad por acercarse a este lugar en el que no tocábamos hace un montón”, dice y arranca con “Encuentro mi descanso aquí”.
Con el correr de los temas, los abrigos quedan tirados sobre las mochilas que están en el centro de los círculos que forman los chicos, que no se pierden ni un segundo del show. Algunos esperan el tema que más los identifica para correr en dirección al pogo que se agita a los pies del escenario. En realidad es un slam, y cada dos por tres los cuerpos son transportados por los brazos de todos los que saltan.
Detrás de las vallas, los patovicas miran nerviosos para todos lados. Ningún pibe se tiene que lastimar cuando cae, así que la responsabilidad recae solo en los brazos de ellos. Los chicos se tiran sobre el gentío según la canción. Con la que más van a sufrir los seguridad es con “Abrazo”.
Antes de que las anatomías sean sostenidas, Guille anuncia el tema y reflexiona sobre el fallo de la Corte Suprema por el 2×1 a favor de los represores de la última dictadura: “Hoy más que nunca esta canción. Es increíble que a esta altura tengamos que estar discutiendo esto. Por eso, tenemos que cantar más fuerte y darnos ese gesto que nosotros consideramos universal: un abrazo”. Los vasos de cerveza se juntan el costado de las paredes para dejar paso a quienes se unen al pogo lleno de energía.
Pasada la mitad del set, la noche se tranquiliza y suena “Le pertenezco a tus ojos”, esa canción que es de amor. Que habla de una chica que se acuesta sobre el cuerpo de su novio en cualquier rincón del conurbano. Porque los Eterna, oriundos de Quilmes, transpiran sus calles en las canciones.
El momento emotivo sucede cuando Guille y Roy, el guitarrista, se estrechan en un fuerte abrazo antes de interpretar “Mis maestros”. Con esa canción, el cantante le agradece al violero por todos los años de acompañamiento. Veintiún años que los llevaron no solo a los diferentes rincones de nuestra geografía sino también al país vecino de Chile, donde la banda es adorada al punto tal de que una agrupación le pidió que hagan un tema para Matías Catrileo, un militante mapuche que fue asesinado en 2008 por el Estado.
Quedan algunos temas más, entre ellos “Cártago”, que es un viaje histórico a la Masacre de Pasco: “Cártago era Túnez, o era Pasco y Caaguazú, Montevideo y la ruta. No estoy seguro, pero sí del calor de los cuerpos pudriéndose al sol”. Guille desgarra la garganta junto a Ale y su bajo, en uno de los temas más hardcore de la noche y en el que la multitud se descarga. El poder que le aporta la batería de Germán es demoledor, como las guitarras de Javier y Roy. Chicos y chicas vuelan por los aires. Muchos muchachos ya no soportan el calor y están sin remera.
La noche ya termina. Llega el último tema. “Puente de piedra” es una balada poderosa. Las parejitas se abrazan y algunos cantan la canción al oído de sus novias. “Yo sé que vos pudiste ver hasta lo más profundo de mi ser.” Ellas sonríen y, además de la canción, se llevan un beso tierno en la mejilla. No hay bis. Los 30 temas que sonaron dejan a todos contentos y felices a las once y media de la noche.
A la salida muchos aprovechan para pasar por la feria donde la banda vende sus discos, remeras, fanzines, stickers, gorritas, pósters y algunas cositas más. Mauro, de Los Black Flowers, atiende a todos con celeridad y una sonrisa. Hace un rato le contaba orgulloso a un pibe: “Los conozco hace veinte años y ahora me pagan por verlos. Igual, sé cómo es la movida y yo quiero pagar mi entrada igual. Es autogestión y amistad”. Un chico le pregunta por los stickers y él se los regala. “Toma, feliz cumpleaños.”
AEB-AFD
AUNO-29-05-17