Lomas de Zamora, octubre 14 (AUNO).- Acabo de llegar del 31° Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó en Rosario. Me vine directo a la casa de mi mamá. Es el primer encuentro que transito sin su presencia. Entonces le hago una pequeña crónica tratando de resumir en no sé cuantas palabras “algo” que justamente no se puede transmitir con ellas, porque faltan los olores, los sabores; faltan los cantos que no pueden reproducirse en una sola voz cuando fueron cantados por miles. Falta la piel de gallina, las lágrimas de emoción.
Sensaciones, energías, gritos de justicia, pies cansados pero adrenalínicos que se mueven marchando hacia adelante y continúan casi por inercia. Pero una inercia que no es solo esa fuerza física que te obliga a seguir moviéndote; está acompañada de sentimientos profundos que necesitan desesperadamente un futuro más justo para cada una de nosotras. Sabiendo siempre, casi con absoluta certeza, que cualquier relación humana se construye día a día, pulso a pulso, encolumnadas en el amor que genera sentirse parte de un colectivo maravilloso que nos aprieta el pecho, que nos aglutina con las otras hermanas que luchan, aún en las individualidades.
Somos tantas y tan hermosas en las diferencias y en las causas comunes que dejamos afuera las miserias que todas heredamos de un sistema patriarcal que defiende su aliento con uñas y dientes.
Sumar a más de nosotras se me presenta como un desafío cotidiano. Aún resuenan en mis oídos esas palabras cantadas a los gritos —“¡Mujer escucha, únete a la lucha!”— con tanta potencia que no hay forma de escapar de ellas.
Con la alegría inmensa de ir sumando amigas, compañeras de lucha, conocí a una periodista —enorme y sencilla como pocas— que despertó en mí las ganas de escribir, de poner el cuerpo. Una de esas mujeres increíbles que con cada frase que pronuncian intentan romper las estructuras. Una madre que, al igual que una, trata de guiar a sus retoños por fuera de los mandatos preestablecidos. Sólo las madres sabemos lo difícil que eso es.
Entonces me encontré cumpliendo el compromiso que asumí ante de ella —con un placer inmenso y acogedor— de ser parte de la prensa por un día, observando y sintiendo este Encuentro de Mujeres desde otro escenario, aprendiendo y accionando.
Me enamoré de los Encuentros de Mujeres. Hay una fuerza inexplicable que año a año me dirige a ellos casi sin planearlos, un imán que me atrae, me muta y me evoluciona.
Dejo entonces las imperfecciones que nacen de estos espacios, los finales violentos que nos reprimen porque simplemente les da bronca que seamos muchas, tantas, cada año, miles más. Dejo de lado los egos y —siendo un poco redundante— los egoísmos, porque estoy absolutamente convencida de que al lado de ellas, juntas, es la única manera de modificar este mundo que nos violenta todo el tiempo de todas las maneras posibles.
Quizás ese poder colectivo me animó a escribir esta nota. El Encuentro rompe los moldes, te deja marcas, aprendizajes, te revoluciona, te empodera. A partir de ahí jamás volvemos las mismas, volvemos mejores y por sobre todas las cosas, acompañadas.
Así, juntas y empoderadas, hasta el próximo Encuentro Nacional de Mujeres.
AFD
Julia dice:
Gracias Ale por tus bellas y certeras palabras, es eso lo que el Encuentro nos deja, marcas profundas, nuevas amigas, viejas amistades reforzadas, y un sentimiento y un saber de que no estamos solas