La historia de Juanito Liner, el “niño cantor” chileno que Diego Maradona hizo parte de su familia y llevó a cantar a Villa Fiorito

Juanito Liner tenía 11 años y triunfaba en Argentina. Como cantaba un tango que lo nombraba Diego lo quiso conocer. Fue la puerta de entrada a la intimidad familiar de los Maradona en la época de la vida en La Paternal.

El 5 de agosto de 1979 fue un día especial en Villa Fiorito. Como un rey mago en el Día del Niño, Diego Maradona volvió al barrio con unas bolsas llenas con 7.000 juguetes. Una nota que salió en la edición del martes siguiente en El Gráfico muestra muy bien que pasó ese día. Ahí está Diego con un vaquero y una campera marrón de muchacho trabajador; los rulos no tan largos, su humanidad feliz desparramada sobre las bolsas de nailon con los juguetes.

En otra foto de la revista Diego está parado con una guitarra. El epígrafe de la nota comenta que la guitarra era de Juanito Liner, un chico chileno cantor que Diego había ido a conocer a los estudios de la tele y de paso había aprovechado para invitarlo al barrio.

Hace poco Juanito, Juan Liner, que ahora tiene 54 años, subió a Facebook una foto que Maradona se sacó con él en el aeropuerto de Ezeiza, cuando Juanito iba a viajar a Madrid. Casi toda la vida fue al revés, pero esa vez fue así. Diego se quiso sacar un foto con alguien, con Juanito.

El chico tenía 11 años y pasaba por su pico de popularidad en Argentina. Cantaba con Palito, con Libertad Lamarque, tenía temas sonando en la radio y había hecho tres especiales de televisión. Diego, de 19 años (una remera a rayas, imagen poco vista porque Juanito atesoró la copia todos estos años) llevó su cámara para tener la foto con el pequeño ídolo y su hermano Lalo, que aparece en la escena

Juanito Liner en España

Miramos con un poco más de atención la foto de la guitarra en Villa Fiorito y delante de Diego, lo vemos a Juanito firmando un autógrafo. Ese día el chico cantó un tango, el mismo con el que años después se animó -y se lució- Diego en uno de los programas que conducía Antonio Gasalla.

Una pinta bárbara Diego aquel día con Gasalla. La corbata estampada bien ancha y una afinación más que digna. En un tramo de la letra original, “El Sueño del Pibe”, el tango que Diego cantó tan bien, tan lindo, dice: “seré un Baldonedo, un Martino, un Boyé”.

Pero en la voz de Diego en la tele se escuchó una versión aggiornada: “seré un Maradona, un Kempes, un Olguín”. La misma que había cantado Juanito Liner en Villa Fiorito el 5 de agosto de 1979.

Como en todos lados por Fiorito siempre pasaron los Reyes, pero esos reyes eran pobres.

“Los reyes pobres de Fiorito”. Tranquilamente pudieron haber sido una murga bautizada con un estilo de realismo sincero de barrio.

Pero fueron el recurso de una madre; una herramienta de comunicación para hacerle entender al mayor de sus hijos varones, el más porfiado de la familia, que las bicicletas que les pedía todos los años a Melchor, Gaspar y Baltasar iban a tardar un poco en llegar.

Por Fiorito también pasaba un tranvía, “Línea del Puerto”, ramal  “F” de Fiorito. Una de sus unidades presta servicio al comienzo de esta historia.

“Con la panza dura” y su marido, la mañana del 30 de octubre de 1960, Dalma Salvadora Franco se tomó el tranvía hasta Lanús. El destino final era el hospital Evita, un orgullo de la infraestructura de salud peronista que en ese momento tenía el nombre cancelado. Gobernaba un presidente electo en la urnas, Arturo Frondizi, pero el peronismo no podía presentarse a las elecciones, el líder tenía prohibido volver de su exilio y ya hacía unos años que al hospital le habían puesto Gregorio Aráoz Alfaro, por un médico higienista de ideas conservadoras.  

Ahí en la calle, a una cuadra y media del hospital, ocurrió un hallazgo famoso: el prendedor con forma de estrella salpicado de una especie de strass que para la parturienta fue lo mismo que un anuncio.

Años después la Tota, el nombre con el que la conoció la parte del universo que habita en la Tierra, lo contó con amor (también con amor por las palabras, como se ve):

“Me lo puse en el pecho. Al ver esa estrella que brillaba supe que mi hijo iba a ser especial. Quince minutos después nació Diego“. 

Porteños, una cosa, sin ofender:

Diego Armando Maradona pudo haber sido uno de ustedes si unas décadas antes no hubieran enderezado al meandroso Riachuelo para transfomarlo básicamente en una línea recta.

Pero esa obra descomunal -la rectificación- se hizo. Y la porción de tierra donde se instalaron Los Maradona, que en su momento formaba una especie de punta de la Capital que penetraba casi un kilómetro adentro de la provincia, quedó del lado del Conurbano bonaerense.

Así que Maradona es de los nuestros porque porteño no es.

De Lomas de Zamora, como subrayó el propio Diego en un reportaje en el 96. Ese día Diego habló sobre Eduardo Duhalde, dijo “acá hay que poner las cosas claras”, y con un par de frases pasó en limpio quién de los dos tenía mayor autoridad para hablar sobre el territorio que uno gobernó y el otro elevó a una dimensión mitológica.

“Yo soy de Lomas. Lomas de Zamora, que no se olvide Duhalde. Yo nací en Lanús, soy de provincia, provincia de Buenos Aires. Porque ahora yo creo que puedo ser porteño, y capitalino, y no… yo vengo del barro, de Fiorito ¿Me entendés?”

Aunque el apellido tiene una sonoridad italiana, las raíces de Los Maradona son gallegas y croatas. Según el sitio MyHeritage.es, Diego tenía un bisabuelo materno llamado Mateo Kariolić, nacido en territorio que hoy corresponde a Croacia. En el movimiento de migración interna, la familia llegó dese Esquina, una localidad de sur de Corrientes, sobre el Paraná.

En el pueblo, Diego padre, Chitoro, cruzaba vacas en un bote a lugares seguros, durante las crecidas del río. En Fiorito se ubicó laboralmente en un tramo distinto de la cadena. Consiguió trabajo en la molienda de huesos Tritumol, sobre la propia orilla del Riachuelo, un curso de agua con otro aroma, otro color y destino.  

Primero alquilaron una vivienda precaria, pero llegaron a la casa de material, de tres ambientes. En el contexto, y en palabras del propio Diego, no estaba mal, más allá de que los ocho hermanos y hermanas se las tenían que arreglar para dormir en una sola pieza.

Quizá Diego no percibió en el momento que fue una infancia de privaciones. Eso mismo que de grande sintetizaba al reiterar, con la cara de asombro de quien una y otra vez hace un hallazgo, o un descubrimiento dentro de su propia vida, la anécdota que conocemos todos y todas, la de su mamá y el fingido dolor de panza a la hora de la cena.

“Me crié con amor, ni con bicicletas, ni con asfalto, ni con patio de baldosas -dijo Diego en una entrevista con el canal TyC Sports, en 2019-.Yo tenía un patio de tierra y comíamos y nos íbamos a acostar ocho en una pieza; carne comíamos solamente cuando cobraba papá. Todos los 4 cobraba el sueldo y ese día comíamos milanesas a la napolitana“. 

Seguro fue una infancia de libertades. El patio de tierra al frente de la casa, la calle y los potreros, las ampliaciones del campo de la batalla insistente contra la llegada de la noche, el demonio de la infancia que pone fin a la parte del día que vale. Eran los escenarios agrestes donde Diego mostraba su incomparable don con la pelota y donde se registró la increíble filmación, ese bendito testimonio audiovisual, que pudo no haber existido, pero existió, en el que lo más serio, lo más tranquilo, lo más Diego que hay, dice que su sueño era jugar en la selección y salir campeón.

La otra familia de Diego en Fiorito era la que el periodista Federico Rivas Molina llama “la aristocracia”. El colega cuenta en una nota que escribió cuando murió Diego que “los miembros más selectos” están retratados en una foto sacada en 1974 colgada en una pared de Estrella Roja, el primer club de fútbol del astro. Los chicos están posando durante uno de los torneos Evita, que se habían retomado en esa última etapa de gobieno justicialista antes de la Dictadura.

¿Quiénes serían los aristócratas de Fiorito? La murga antinómica de los “Reyes pobres” hubiera estado bien. Pero se trata de un grupo autopercibido de esa forma. Son, exactamenete, quienes conocieron a Diego en Fiorito.

Los regresos de Diego al barrio “fueron pocos, y se mezclan con el mito”, como apuntó el colega Rivas Molina. Una vez apareció con una limusina y whisky para compartir con los amigos; otra vez entró a la casa de Azamor, para la película de Emir Kusturica, en 2005; un domingo a la noche le habilitaron especialmente el tren (qué menos podían hacer por el pasajero ilustre) y pisó por un rato el andén de la estación, en una nota para Andy Kusnetzoff.

Eran los tiempos en que estaba en pareja con Verónica Ojeda, que también es del barrio. De esa estación arrancaba con su amigos hacia Pompeya, más a mano que el centro de Lomas, para ir a darse el gran gusto semanal de comprar unas porciones de pizza en La Blanqueada y compartirlas ahí entre todos. 

Pero aquella visita de rey mago del día del niño fue muy especial por varias razones. Entre otras por que dejó la anécdota de su vano intento de encontrarse con su gran amigo Serrucho. Lo fue a buscar a la casa, pero Serrucho, que estaba durmiendo, tenía un loro entrenado para responderle “no está” a quien llamara. El loro cumplió con disciplina su misión. Y el Diego terminó engañado.

Fue el día de los 7.000 juguetes y de un regalo extra para el barrio, el show de Juanito Liner, el astro infantil chileno que triunfaba en Buenos Aires. Es una suerte que el artista se acuerde con detalle cómo fue el vínculo que estableció con Diego. Y sobre todo con Los Maradona, para él fueron una familia de lo más normal y cariñosa.

Como parte de las obligaciones artísticas, en Canal 11 a Juanito le pidieron que cantara tangos. Se aprendió  dos, “La Pastora”,  y “El sueño del pibe”, donde, mucho antes del cartel luminoso y las ventanas de los cambios, el Matador Kempes, Jorge Mario Olguín y el propio Diego ingresaron por Baldonedo (Emilio, un histórico de Huracán), Martino (Rinaldo, un grande de San Lorenzo y la Selección) y Boyé, Mario, el del zapatazo del Racing campeón del ’51 contra Banfield.

Escuchar su nombre fascinó a Diego, que lo vio en vivo y en directo y le pidió a su representante Jorge Cysterpiller que lo llevara al canal para conocer a Juanito. “Yo estaba en mi mejor momento en Argentina, con discos sonando en la radio, los primeros ránkings, récords de venta… tres estelares de tele, transmitidos a toda Argentina en vivo. Ese día estaba en los camarines, celebrando con la gente del canal, firmando autógrafos, y en una de esas aparece Diego, para felicitarme, para abrazarme. Y allí mismo me hizo una invitación para conocer a su familia ”.

Fue la puerta de entrada a un mundo íntimo rodeado de añoranza y mitología: la vida común de Los Maradona en La Paternal, la de Lascano 2257 entre Gavilán y Bernardo de León, con su frente revestido de vidrio molido bicolor, hoy museo en su homenaje.

La vida de Juanito en Buenos Aires se repartía entre la fama y el aburrimiento del hotel, algo por momentos bastante parecido a la soledad.

“Vivía en el hotel Bauen y no tenía chicos de mi edad alrededor. Y Diego me invitó a conocer su casa. Fui un día a almorzar y para mí era muy entretenido estar con los hermanos de él, que tenían más o menos mi edad. Y ahí estábamos, en una mesa grande, con su papá, su mamá, sus hermanos, con Claudia, que era su polola en ese momento. Después de esa vez nunca más me despedí de ellos. Los iba a visitar siempre. Cuando Diego estaba en las concentraciones me dejaba la cama de él. Yo dormía en su cama”, cuenta Juan Liner desde Chile, en el julio de pandemia de 2021. 

Que de la mano de Maradona el niño cantor haya conocido Fiorito aquel día de los 7.000 juguetes es, para él, “como formar parte un poquito de la leyenda”. 

“Hicimos un show allí, para toda la gente, Recuerdo que pusimos una amplificación en el techo de la casa donde había vivido Diego, una casa muy humilde, para que todos escucharan. Estaba lleno de gente, fue un bombazo. ”, reconstruye Liner, que ese día  cumplió con un sueño. En una parte del barrio donde vivían muchas familias chilenas jugaron un clásico amistoso, con Diego de un lado y él y sus compatriotas del otro. 

Ese día Diego estaba con una cámara de fotos que se había comprado y usaba siempre. La misma que llevó al aeropuerto para la foto que Juan Liner guarda como un tesoro invaluable.

Juan Liner, en la actualidad

La relación se mantuvo unos años. Juanito se dio el lujo de que su padre, que fue futblista en Chile, conociera a Diego. Fue en el estadio Monumental, en un partido de Argentinos con River. Maradona esa vez les regaló la 10 del Bicho.

Juanito también estuvo en la fiesta de la inauguración del caserón que compró Diego en Cantilo 4452, en Villa Devoto. “La relación fue muy estrecha. La última vez que nos vimos fue en un partidos de Colo Colo con Argentinos Juniors. Yo canté en el hotel, y estuve en el entrenamiento en la cancha. No volví a verlo. No se dio. Pero voy a seguir admirándolo toda la vida”.

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