“Siento la responsabilidad del juicio en mi espalda”

La historia de Cristina Comandé, una de las ex detenidas desaparecidas que elabora el diario del juicio de la causa Vesubio-Brigada Güemes.

Gabriel Santana

Lomas de Zamora, marzo 23 (AUNO).- “Me dejaron en libertad el 30 de diciembre del ‘76. Cuando llegué a mi casa le conté a mi familia lo ocurrido y no se volvió a hablar del tema”, recuerda Cristina. Tenía 22 años cuando fue secuestrada la noche del 16 de septiembre de 1976 en su casa del barrio porteño de San Cristóbal. Una patota de civil y con armas largas golpearon las puertas de la vivienda familiar anunciándose como Policía Federal. Encerraron a sus padres y a sus dos hermanos menores en el baño. A ella la hicieron vestirse y en un auto se la llevaron con la cabeza contra el piso, no sin antes revolver la casa y robarse cuanto objeto pudieron. “Hasta unos borceguíes de mi hermano Luis”, recuerda.

De allí la trasladaron hasta la Comisaría 6°. “Imaginaba que era la de cerca de mi casa pero no lo sabía.” Con el paso del tiempo lo confirmó. Incluso cuando fue a hacer el reconocimiento identificó el altillo que utilizaban como sala de tortura y las escaleras por las que la bajaban y subían. En ese lugar calcula que permaneció dos o tres días. “Estaba vendada y esposada, perdí la noción del tiempo.”

Esa misma noche, la mamá y su hermano Luis —testigo en el juicio Cuatrerismo y Comisaría de Monte Grande— fueron a ese lugar a hacer la denuncia y descubrieron que la zona estaba liberada. Luis recuerda que uno de los policías les preguntó “¿ustedes son los de la calle Moreno?”, pero al darse cuenta de que había metido la pata dio algunas excusas y se fue.

Cristina había comenzado a militar en el ‘75 mientras cursaba Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Cuando terminé la secundaria sentí que salí al mundo. Antes había estado en una caja de cristal. Empecé la facultad y trabajaba, y me di cuenta de que tenía que participar en política. Aparte era el año ‘73, un momento de mucha ebullición.” Pero no fue sino hasta el ‘75 que comenzó a militar de forma orgánica. Ese mismo año se había puesto de novia y junto a su pareja decidieron unirse a la Juventud Guevarista (JG) de la universidad.

En la comisaría, entre los secuestrados estaba su compañero de la JG José Martín Mendoza, y luego de pasar algunos días y sesiones de tortura fueron nuevamente trasladados en el baúl de un auto hacia el centro clandestino Puente 12. “Pensé: ‘Menos mal, ya se termina estera calvario’. Creía que nos iban a matar. Pero fue un simulacro de fusilamiento nada más. Y nada menos.” Ambos compartieron allí el cautiverio, pero Mendoza estuvo en los “calabozos de los incomunicados”. Años más tarde serían encontrados sus restos. El Equipo Argentino de Antropología Forense estableció que fue fusilado arrodillado y por la espalda.

Los casi tres meses en el “chupadero” fueron de “sobrevida” para Cristina. De los calabozos de 2×2 eran rápidamente trasladados a espacios más grandes porque el lugar estaba sobre poblado. La comida era inmunda, baños en pésimas condiciones y sin ninguna privacidad, y tenían con lidiar con piojos de ropa. Además, constantemente eran sometidos por las patotas que se encargaban de los interrogatorios y las torturas. “La guardia también hacia de las suyas. Muchas chicas fueron violadas. Yo entiendo que el hecho de la desnudez ya es una violación. Todos fuimos torturados desnudos.”

No obstante, en el cautiverio también hubo actos de resistencia. “Para la libertad, sangro, lucho, pervivo…”, se escuchaba cada vez que alguien era torturado. Quien cantaba era Hugo González, esposo desaparecido de la actriz Cecilia Rossetto, para que la persona que era torturado escuchara y para que el resto no escuchase los gritos. “Cantaba canciones de Serrat y lo hacía hermoso. ‘Canción para la libertad’ en ese lugar era una sobredimensión del poema. Esas eran las cosas que nos permitían sobrevivir”, recuerda Cristina.

En su hogar, su familia también vivía un calvario. Luis recuerda que la preocupación era constante, aunque empeoraba de noche. Él fue al Ministerio de Interior en busca de información sin suerte: “El milico de turno intentaba sacarte más información de la que te daba”. Se presentaron algunos habeas corpus y la madre fue al Episcopado de La Plata, pero nunca encontraron respuestas.

El 30 de diciembre Cristina fue liberada a dos cuadras de su casa. La bajaron del auto y después de amenazarla le dijeron que se vaya y no hable con nadie de lo que pasó. “A los 50 metros reconocí a mi mamá de espalda, estaba caminando en mi misma dirección pero más adelante. Le empecé a gritar, pero no giraba. Hasta que me acerqué, por fin giró y nos dimos un abrazo tan impresionante que todavía me cubre”.

Si Cristina fue liberada, en parte fue por su madre. Ella le tiraba todo el material del partido que tenía en su casa y cuando fue secuestrada no pudieron encontrar nada que la relacione con la militancia. “Tuve la suerte de tener compañeros que no se quebraron. Para mí son referentes. Los sigo extrañando, me siguen faltando”, evoca.

“El 31 a la noche cuando festejamos fin de año era como si los mirara a todos detrás de un vidrio. Eso todavía me sigue pasando muchas veces. No puedo integrar. Siempre digo: ‘A mí me pasaron un montón de cosas malas y un montón de cosas buenas’. Muchas veces antes de cruzar la calle miro para el cielo y digo: ‘¡Qué suerte que yo puedo hacer esto!’ Todos mis compañeros no pueden ver el cielo como lo hago yo. Esa falta se siente y atraviesa el cuerpo.”

Después de recobrar la libertad, Cristina se reecontró con su novio, quien había abandonado la militancia a partir de su secuestro y estaba viviendo en Mar del Plata. Juntos convivieron en la costa hasta la vuelta de la democracia. “Allá éramos una pareja sin historia.”

En 1996 Cristina retomó letras y un cartel de los desaparecidos de la facultad en el que figuraba su nombre le generó una crisis. “Me surgieron muchas preguntas: ‘¿Soy la que oculta la historia? ¿La que desapareció? ¿La que nunca secuestraron? Cuando le comenté a mi familia lo que me había pasado, mi hermano me dijo que mi nombre figuraba en el Nunca Más. Mirá como será la mente que cuando lo leí, me busqué y no me encontré. Y después de esto me volví a buscar y ahí estaba.”

Casi 42 años después de su secuestro, Cristina toma testimonio de sus compañeros sobrevivientes que declaran en el juicio oral por delitos de lesa humanidad ocurridos en los centros clandestinos de detención de Puente 12 y la Comisaría de Monte Grande. “De alguna manera siento la responsabilidad del juicio en mi espalda”, dice ella. Y escribe.

GS-AFD
AUNO-23-03-18

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