En los pocos espacios libres que quedan entre las personas que viajan pasado el mediodía en el 562 desde Lomas, y mientras trato de acomodarme para no pisar a nadie, en uno de los movimientos de cabeza noto algo diferente en el cartel de “asientos reservados”. Espero a que el colectivo se vacíe un poco para mirar mejor. El indicador muestra la silueta negra de un hombre en silla de ruedas y la de una mujer embarazada. Hasta ahí, bien. Pero el cartel se completa con la figura de una joven pelirroja en pose sensual, con un vestido ajustado que revela sus curvas, el escote, y un tajo que expone su pierna al desnudo.
Tengo que volver a mirar para confirmar que una de las prioridades en los asientos es para aquellas personas que se ajusten a un estándar de belleza instalado. El dibujo de Jessica Rabbit está pegado arriba de una de las ventanillas e invita a cumplir la consigna de reservar el asiento a mujeres lindas, atractivas.
Vuelvo a acomodarme, para lograr un ángulo mejor y capturar el cartel en una foto que subo con enojo a las historias de Instagram. Que una calco en el colectivo invite a que la mujer tenga privilegios solo por su condición femenina es de las cosas que cuestionamos y tienen que dejar de pasar. Atravesamos tiempos de empoderamiento de las mujeres que buscan salir del lugar de cosificación y luchan por la conquista de derechos y por la equidad con el género masculino. Pero en medio de la deconstrucción, con pañuelos verdes que cuelgan de las carteras de varias pasajeras, la imagen sexista se filtra.
La foto termina de cargarse antes de que mi en viaje en el colectivo finalice. Los comentarios en repudio llegan rápido. Emoticones de furia, reacciones de aplausos por el descargo, y algunos interrogantes abren conversaciones que refuerzan la idea de hacer frente a los machismos cotidianos.
Bajo del colectivo por la puerta de adelante para ver de reojo de nuevo el cartel y devolverle una cara de desagrado al chofer. Esa vez no me animo a hacer el reclamo.
Horas más tarde vuelvo a viajar en un 562. Lo primero que hago al subir fue buscar el cartel de “asientos reservados”. Esta vez tiene el oficial, el que lleva la firma de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT) y aclara: “Para personas con movilidad reducida”. De todos modos me decido a plantearle el problema al chofer. Le explico en pocas palabras por qué es inadmisible que el transporte público fomente consignas que exponen a la mujer. Se compromete a elevarlo a las autoridades de la empresa.
No me conformo con las 24 horas que estará exhibida la historia en Instagram. Hago una versión en Facebook con un mensaje un poco más largo. Las reacciones se repiten: compartidos,_ megustas_ y comentarios contra del cartel que viaja arriba de un móvil de la firma Yitos S.A.
El colectivo que para en Laprida y Manuel Castro en Lomas pasadas las 13.30 siempre viene lleno. O en esa esquina se termina de llenar. Entre el poco espacio libre que separa a los pasajeros y mientras trato de acomodarme para no pisar a nadie, busco otra vez el cartel en cuestión. Sigue ahí. Encaro al chofer, le cuento sobre mi incomodidad y la de todas las mujeres que me respaldaron.
Su respuesta: “Voy a hacer lo que pueda, pero depende de la empresa”.
Pasan dos semanas, otra vez subo a ese colectivo, y el cartel sigue ahí. Ante mi insistencia, el chofer me explica que el argumento de las autoridades para que el sticker se mantanga en su lugar: “A nadie le molesta…”.
Tu vieja dice:
Buee ahora no se puede poner una calco