El escritor en su laberinto

El escritor colombiano falleció este jueves a los 87 años en el DF mexicano. En 2012 se cumplieron 60 años de la publicación de su primer cuento, 45 de la primera edición de _Cien años de soledad_, una década de su último libro de memorias y 30 años de haber obtenido el Nobel de Literatura. AUNO lo recuerda con una nota publicada en diciembre de ese año en la revista El Cruce.

Alejandra Fernández Guida

Más allá del cúmulo de aniversarios que sirve de pretexto, escribir sobre Gabriel García Márquez excede los calendarios. Es sencillo, el escritor colombiano rompió, de alguna forma, con un paradigma de imitación instalado. Desafió modelos de escritura impuestos, vía Europa, a través de siglos de dominación cultural. No lo hizo solo, claro, pero ayudó y mucho. Su narrativa internacionalizó la marca latinoamericana no como huella de ficción, sino como signo de lo real. Lo hizo dándole vida propia al realismo mágico, un género que le huyó a lo establecido por las vanguardias de la época, mostrando como real algo fantástico.

El escritor fue, además, pieza clave del “boom de la literatura latinoamericana”, una marca necesaria que sirvió para que los ojos ajenos se posen sobre este lado del mundo y ya no con ideas colonizadoras. En las décadas del ‘60 y el ‘70, García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, entre otros, terminaron de sembrar un terreno que habían abonado años antes otros escritores como Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo, que no lograrían hasta mucho tiempos después imponer su literatura fronteras afuera.

Tal vez la clave para entender la importancia del escritor colombiano está en comprender lo que genera en el lector: puede gustar o no, aquí entran a jugar las subjetividades, pero se lo respeta. Su estilo enmarañado e híper descriptivo no es para cualquiera, pero acá hay que desterrar un mito: eso de “universal”, como la lógica del consenso, no deja de ser más que un lindo eslogan.

Después de cometer la proeza de escribir algunos párrafos sobre García Márquez sin mencionar a su novela Cien años de soledad, llegó su hora. Gabo cimentó su popularidad gracias a ese libro escrito en 1967. Por eso, hablar sobre la importancia de su narrativa sin referir a los enredos de la familia Buendía es casi una evasión histórica. Esta obra fue su vidriera al mundo y el llamado de atención fundamental para que la Academia sueca pose sus ojos en él y le entregue, en 1982, el Premio Nobel de Literatura. Fue en su famoso discurso de aceptación, conocido como “La soledad de América latina”, que García Márquez se encargó se trazar, con humildad, la importancia de su narrativa en un contexto mundial de hegemonía cantada: “América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental”.

*Ejes de su narrativa *
Ahora, que el meritómetro parece zanjado, es momento de reconocer qué elementos de la cotidianeidad rescata García Márquez en su obra. Entre novelas que vendieron millones de ejemplares y que fueron traducidas a decenas de idiomas; cuentos que se subastan en dólares; y notas periodísticas que se recopilan en libros, la producción de Gabo resulta inabarcable. Sin embargo, tiene en su historial libros fundantes que sirven de bastón para sostener un análisis de su narrativa en general.

La etiqueta divulgada que se usa para reconocer su obra dice “realismo mágico”. Así de sencillo, como si semejante oxímoron se definiera por sí solo. Tal vez lo más simple, si es que se puede serlo, sea decir que este género se caracteriza por fundir en un mismo plano lo real y lo fantástico. Tal vez la respuesta a por qué él es uno de los máximos exponentes de este estilo esté en su costado periodístico: el detallismo exhaustivo de los personajes, que padecen y gozan a la par del lector; las descripciones detalladas y a veces exageradas del ambiente, que a muchos les resultan tediosas; y el relato de realidades rescatadas del seno de América latina.

Esos son los rasgos centrales de su obra. Y ahí está la clave de la confluencia entre escritor y periodista: ficcionaliza la realidad hasta convertirla en algo mágico e imposible.

“No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad”, dijo alguna vez alejando por completo la ciencia de la ficción. En su obra se refleja la cotidianeidad, sobre todo, de su Colombia natal, a la que alude a través de Macondo, el pueblo imaginario más famoso de la literatura. Un sitio donde se funden las pugnas entre liberales y conservadores, y donde la lucha por la independencia económica y cultural con los Estados Unidos se da en el día a día. Ese pueblo costero con las características de Macondo, que se hizo popular en Cien años de soledad, ya aparece en su primera novela, La hojarasca.

A ese realismo, que refleja una cotidianidad palpable, Gabo le imprime un costado fantástico que esfuma las fronteras entre lo terrenal y lo onírico. De esta forma, la “normalidad psicológica” de los personajes convive con los espíritus, los fantasmas –los propios y los ajenos- y los fenómenos que escapan a lo racional.

Esa estética del relato se traza en el marco de temáticas que se repiten en sus novelas. Tal vez la más visible es el abordaje de la violencia, y el sufrimiento como consecuencia. En ese tema deposita huellas de una infancia, marcada por la devastación de su pueblo natal, Aracataca, en manos de un ejército que obedecía órdenes de intereses extranjeros, y del abandono de sus padres durante su niñez. Esa violencia se refleja en El otoño del patriarca donde retrata la brutalidad de las dictaduras militares que gobernaron con puño de hierro este lado del continente, o en el ambiente de persecución y enfrentamientos que se manifiesta en La mala hora y La hojarasca. En este contexto, las injusticias y la violencia las sufren personajes cotidianos que enfrentan acontecimientos paranormales. Así, los protagonistas de las historias se ven envueltos en situaciones de desesperación en las que apelan a soluciones superiores que nunca llegan.

“La sensación de soledad impregna la labor de los escritores”, expresó García Márquez. Este escriba de oficio pasó parte de su vida solo y parece que eso lo marcó. En algunas de sus novelas se percibe con claridad esa atmósfera, casi como si se tratara de un aura, de melancolía y pesar por esa carencia de compañía. En Cien años de soledad esto se refleja en la vida de los integrantes de la familia Buendía, que se mueven en el tiempo y el espacio como tratando de ahuyentar el fantasma de la soledad. Ese sentimiento de desamparo también se lee en las páginas de Relato de un náufrago, en la que describe las peripecias de un tripulante de un buque militar que logra sobrevivir después de diez días de estar a la deriva. Como si se tratara de una huella de concepción del relato, Gabo nos traslada al momento mismo de realización cuando decide llevar ese sentimiento de soledad, que atraviesa el escritor, a sus historias y lo hace, quizá, para liberar fantasmas y concluir que se trata de un destino inevitable.

Tal vez ese rasgo popular, con que algunos críticos definen la literatura del escritor colombiano, tenga algún tipo de anclaje en los temas que explota de la realidad. El amor, por ejemplo, encuentra otra forma de manifestación a través de personajes atípicos, relaciones anormales o situaciones grotescas. El lector no va a encontrar en sus obras lo que se conoce como “amores típicos de novela”. Tanto en El amor en los tiempos del cólera como en Del amor y otros demonios, el autor representa este sentimiento sometido a un contexto que le es hostil y en el que los protagonistas tienen que sortear obstáculos, como la diferencia de clase o el prejuicio, para poder vivirlo en libertad.

La violencia, el sufrimiento, la soledad y el amor se resumen en su obra a partir del sentimiento de nostalgia. Los personajes se esmeran por recuperar amores perdidos, volver a habitar rincones del pasado y transitar tiempos que ya se consumieron. El resultado: frustración y decadencia narrada a través del desparpajo de sus personajes. Hombres y mujeres que esperan, entre el miedo y la resignación, que algún acontecimiento mágico los rescate de ese sentimiento de vacío constante.
Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

Para lograr que estos temas atraviesen al lector, García Márquez apela a la descripción detallada. Con ese recurso provoca que quien lee sus historias sepa qué dirección van a tomar los personajes antes de girar. Claro, esta introducción a la piscología de los protagonistas es, tal vez, una de las respuestas para amar u odiar su literatura.

AUNO 28-12-12 AFG EV

Dejar una respuesta