Los 30 años de las Madres de Plaza de Mayo

Una historia de la organización, los años de lucha y el vigente reclamo por la memoria, la verdad y la justicia.

A poco más de un año de haber asaltado el poder, el proyecto del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional parecía no contar con fisuras: las organizaciones armadas se encontraban a en franca retirada, luego de los duros golpes asestados por la represión; los sindicatos estaban intervenidos y los partidos políticos proscriptos, mientras los medios de comunicación oscilaban entre la autocensura y la complacencia ante un estado terrorista que ya se había cobrado 15 mil desaparecidos. En ese contexto de miedo y silencio, 14 mujeres se atrevieron a cuestionar al poder de turno e interrogarlo sobre la suerte corrida por sus hijos secuestrados. Fue hace 30 años —un 30 de abril de 1977— que se llevó a cabo la primera reunión de Madres de Plaza de Mayo, una de las primeras organizaciones en denunciar públicamente el accionar de la pasada dictadura y que, con el correr de los años, se convirtió en la piedra angular de un movimiento por los derechos humanos que todavía hoy lucha a favor de la memoria y contra la impunidad.

“Individualmente no vamos a lograr nada, empecemos a juntarnos, y cuando seamos muchas, alguien nos va a recibir”, les propuso Azucena Villaflor a un grupo de madres que, como ella, procuraba alguna información sobre sus hijos en la iglesia Stella Maris, y que ya se habían cruzado en distintos lugares con el mismo propósito. Se eligió entonces un sitio histórico para elevar el reclamo; la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada y al lado de la Catedral Metropolitana.

El primer encuentro se llevó a cabo el 30 de abril, y por tratarse de un día sábado, no alcanzó ninguna repercusión. Lejos de desanimarse, las madres quedaron en juntarse el viernes siguiente a las 15.30, pero enseguida una de ellas advirtió: “es día de brujas”. Así que decidieron congregarse los jueves.

El estado de sitio imperante impedía que se llevaran a cabo reuniones de más de dos personas en los lugares públicos, por lo tanto, la policía les exigió que ‘circularan’, algo que ellas acataron de inmediato. Se juntaron entonces en parejas y comenzaron a dar vueltas a la Pirámide de Mayo en el sentido contrario al de las aguas del reloj.

De boca en boca, la presencia de las madres en la plaza trascendió entre la población, y a medida que la matanza se incrementaba en la Argentina, el grupo crecía en medio del terror que imponía la dictadura. ¿Quiénes eran esas mujeres que daban vueltas frente a la Casa de Gobierno?, preguntaban los corresponsales extranjeros acreditados en el país, “Son unas delirantes que buscan gente que no está en ningún lado”, respondían los funcionarios del Proceso, y así surgió un calificativo que adquirió fuerza en los círculos oficiales de entonces, el de las “Locas de Plaza de Mayo”.

En octubre de aquel año, las Madres participaron de la peregrinación a Luján y para distinguirse entre la multitud se colocaron cada una sobre sus cabezas, el primer pañal que usaron sus hijos. Así surgió el pañuelo blanco, el símbolo que acompañó al movimiento de derechos humanos en su búsqueda de justicia.

Pero dos meses después las Madres sufrían un golpe devastador. Mientras se reunían en la iglesia de la Santa Cruz con la intención de reunir fondos para publicar una solicitada en reclamo de información sobre los desaparecidos, fueron infiltradas y denunciadas por un oficial de la Marina que se hizo conocer como Gustavo Niño. Se trataba de Alfredo Astiz, el mismo que años después se rendía ante las fuerzas británicas en las islas Georgias sin disparar un solo tiro. El marino organizó el secuestro de las madres Azucena Villaflor, Esther de Careaga, Mary Ponce y de dos mojas francesas que las acompañaban e su búsqueda. Alice Domon y Leonis Duquet. Todas fueron conducidas hacia la ESMA y luego arrojadas al mar.

“Fue un golpe durísimo para nosotras. Eran las mejores, las que mayor conciencia política tenían. Azucena era peronista, con una larga experiencia en la lucha sindical y Esther era paraguaya y como había vivido toda su vida bajo una dictadura sabía cómo moverse ante los milicos. Fue algo muy duro, pero no nos podíamos quedar de brazos cruzados, teníamos que seguir, era el compromiso que habíamos asumido ante nuestro hijos y no podíamos quedarnos atrás.”, reseña hoy Hebe de Bonafini, titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

En 1978, se organizó el Campeonato Mundial de Fútbol y los militares aprovecharon ese acontecimiento para ganar oxígeno ate la opinión pública internacional, pero las Madres seguían en la Plaza y a pesar del hostigamiento que recibían de parte de las fuerzas de seguridad, aprovecharon la presencia de los medios extranjeros para denunciar las sistemáticas violaciones a los derechos humanos que se perpetraban a diario en una Argentina donde las torturas y desapariciones eran acalladas por los gritos de los goles.

Al año siguiente, llegó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y en medio del delirio por los festejos de otro Mundial, el juvenil, que se disputaba en Japón, las Madres se acercaron para dar a conocer su verdad al mundo. Mientras la gente festejaba en las calles el triunfo de aquel equipo que integraron Diego Maradona y Ramón Díaz, los familiares de las víctimas hacían cola en la avenida de Mayo con la intención de brindar su testimonio ante la Comisión.

Un año después nació la Asociación Madres de Plaza de Mayo y se estableció su primera sede, gracias a las donaciones recibidas desde Holanda. Era una señal de que la causa de estas mujeres argentinas trascendía al mundo. Las madres fueron también un ejemplo por seguir en otros países de América Latina, arrasados por el terror de estado, como Salvador, Chile, Guatemala y Honduras, en los cuales se constituyeron grupos similares que pedían por sus desaparecidos.

La primera marcha de la resistencia se realizó en diciembre de 1981 y por primera vez, permanecieron juntas durante 24 horas en la Plaza y acompañadas por el recuerdo de sus hijos. Fue entonces que surgió una consigna que resumiría la lucha de las Madres: “aparición con vida”.

Por entonces, el descontento de la población crecía a medida que la situación de los sectores asalariados se deterioraba día a día. La plata dulce, el deme dos, el dólar barato y los viajes de la clase media a Miami se desvanecían como meros artificios de una política económica que mostraba su verdadera faceta; el endeudamiento externo y una desindustrialización progresiva

A la par, los reclamos en torno al destino corrido por los desaparecidos se incrementaban de forma notable en un país que parecía despertarse de la pesadilla que había vivido e los primeros años del Proceso. El jueves 18 de marzo de 1982, más de tres mil personas se congregaban en Plaza de Mayo junto a las Madres. Era la manifestación más grande de este tipo que se producía en Buenos Aires desde la instauración de la dictadura.

Los militares eligieron fugar hacia adelante: 48 horas después de haber reprimido con dureza una manifestación de la CGT en el centro porteño, el gobierno del general Leopoldo Fortunato Galtieri decidía recuperar las Islas Malvinas, una acción delirante que sin embargo contó con el respaldo mayoritario de la población. En medio de esa euforia colectiva, las Madres denunciaron la guerra como otra mentira del régimen. “Sentíamos que no podíamos apoyar el accionar de los que habían tirado nuestros hijos al mar. Fue un período de mucha discusión entre las Madres, pero después de analizarlo, decimos no apoyar la guerra, ni nada que hiciera la dictadura”, reseña Hebe.

“Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”, era el lema que la asociación había elegido para referirse al conflicto que se desarrollaba por aquel tiempo en el Atlántico sur. Y aunque muchos sectores las tildaron de ‘antinacionales’, las Madres mantuvieron la coherencia y no pararon de denunciar a la dictadura genocida.

La derrota de los militares ante las tropas británicas abrió la salida democrática y la sociedad empezaba a reconocer la lucha de las Madres, Abuelas de Plaza de Mayo, así como la de los demás organismos de derechos humanos en su reclamo de justicia. “Juicio y castigo” era ahora la consigna que ganaba las calles en los últimos días del proceso militar.

En 1983, Raúl Alfonsín ganó las elecciones y la marcha de la resistencia que se realizó en ese año las madres colocaron siluetas que simbolizaban a quines no estaban, y habían sido víctimas de la dictadura. El Gobierno democrático creo la CONADEP, pero las Madres se negaron a integrarla. Seguían en la Plaza, en su reclamo de justicia para los desaparecidos.

Durante el juicio a las Juntas de Comandantes las Madres se presentaron en las audiencias, les exigieron sacarse los pañuelos y se retiraron. Jorge Rafael Videla y Emilio Massera fueron condenados a reclusión perpetua, el resto de los imputados recibió condenas leves o fueron absueltos.

Las diferencias de enfoque en la lucha, que se habían disimulado en tiempos de la dictadura afloraron en el seno de la Asociación. Críticas con la política implementada con Hebe de Bonafini, un grupo de Madres lideradas por Nora Cortiñas, Taty Almeida y Laura Conte crearon en 1986 la “Línea Fundadora”, y siguieron la lucha desde un enfoque distinto.

No obstante, la denuncia contra las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, las rebeliones carapintadas y los indultos de Carlos Menem, las encontraron en la misma lucha, aunque en lugares diferentes. En diciembre de 2001 estuvieron otra vez ahí, en la Plaza, en desafío al estado de sitio impuesto por el gobierno de Fernando de la Rúa en un desesperado intento por evitar su caída.

Hoy, con una radio (am 530), una universidad y el reconocimiento de distintas organizaciones internacionales, las Madres siguen con su histórica misión, la convertir el dolor en lucha, la memoria en justicia. Treinta años en la Plaza de Mayo, venciendo a la muerte y al olvido; la mejor forma de honrar a sus hijos.

LC-AO

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