Esas nuevas caras poniéndose al frente de marchas callejeras, tomas de colegios o defendiendo reivindicaciones sociales, dan cuenta de un cambio. El escenario político argentino está adoptando un paisaje diferente que refleja el retorno de un actor fundamental que se había diluido en décadas anteriores: el joven militante.
Producto de un proceso que comenzó a tomar fuerza con el estallido social de 2001, avanzó con la recomposición nacional impulsada desde 2003, y se consolidó con luchas puntuales en favor de los derechos humanos o de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, por ejemplo. Los jóvenes empezaron a asomar desde el horizonte, con una importante presencia, a partir de un activismo dinámico y una enérgica participación.
Mediante formas de organización diversas, en muchos casos nacidas desde la propia iniciativa, esta camada intensa de militantes desafía a esas expresiones estereotipadas que pretenden encasillarlos cerca de la “apatía política”.
Lejos de esas corrientes auto reproducidas, según estadísticas de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), ya asciende al 36 por ciento la cantidad de jóvenes argentinos que “se interesa de alguna manera en la política” y se sumerge en un terreno complejo, construido sobre una constelación de constantes transformaciones culturales que proponen nuevos modos de relación y una valorización especial de la sociedad civil y lo privado por sobre el Estado y el sistema político.
En ese contexto, a causa de las profundas mutaciones de las últimas décadas, los modos de participación juvenil adquieren una tónica diferente. “En un movimiento de ‘re-politización’, lo que antes era visto como un espacio de sacrificio, utopías y disciplina, hoy se percibe como un espacio de diálogo cara a cara, orientado a priorizar la posibilidad de obtener resultados concretos a través de acciones inmediatas”, sostiene el psicólogo Sergio Balardini, investigador del Flacso, uno de los principales especialistas del país en el tema de adolescencia y autor del libro “¿Qué hay de nuevo, viejo? Una mirada sobre los cambios en la participación política juvenil”.
A partir de expresiones tradicionales renovadas, como los partidos políticos actuales, o bien desde agrupaciones alternativas, la juventud define nuevos vínculos con la política. Dentro de esas aguas propone empaparse El Cruce, luego de consultar a sociólogos, académicos, referentes partidarios y jóvenes militantes, para intentar tomarle el pulso a la neomilitancia, un fenómeno complejo de analizar, pero no por eso imposible.
Una nueva generación política
De origen social diverso, con una importante presencia de sectores medios y un protagonismo no menor de masas populares, la juventud militante (esa franja variable que comprende a quienes están entre 15 y 29 años) desde hace tiempo se ubicó en el centro de la pantalla.
Como punta de lanza, en los últimos tiempos, estos sectores empezaron a tornarse más visibles en el tablero de la política argentina, tanto que los medios de comunicación como los círculos sociales buscaron caracterizar a las nuevas generaciones, por lo general, y compararla con la militancia epopéyica y mitificada de los años 60-70.
Ese tipo de relación está tan arraigada que hasta la presidenta Cristina Fernández, durante el último acto kirchnerista en el Luna Park, buscó establecer una continuidad histórica entre estas “dos juventudes”.
No obstante, de acuerdo a la postura de algunos especialistas consultados por esta revista, como el director de la Facultad Libre de Rosario, Fernando Peirone, es “oportuno” ejercitaruna observación que resalte las diferencia notables que existen entre una y otra generación “para evitar los paralelos en abstracto e introducirse en los cambios de la participación juvenil en pos de sentar una buena perspectiva”.
Hay que partir de una aclaración: se trata de dos corrientes distintas, en dos contextos totalmente diferentes. Eso está claro. Los motivos que disparan las movilizaciones son marcados: “Ya no existe una monocausa, como el cambio radical por la vía revolucionaria, sino una multiplicidad de impulsos para actuar”, resalta el investigador del Conicet Pablo Vommaro.
El empuje de la participación ahora se emparenta en mayor medida con búsquedas fragmentadas con metas como la defensa del medio ambiente, el apoyo a los pueblos originarios, los derechos sexuales, la justicia social o la igualdad de género.
Las banderas de movilización pueden ser tan variopintas, como los modos en los que se organizan las agrupaciones. Pero, ¿por qué sucede esto? Simplemente, porque los tiempos han cambiado y en las últimas tres décadas las transformaciones fueron ampliamente significativas.
Tras el terrorismo de Estado, con la recuperación de la democracia resurgió el entusiasmo por la militancia política, pero la tendencia creciente que se dio de la profesionalización de la política lo fue desinflando. La profundización del modelo neoliberal ahondó la brecha, la desmovilización a partir del descreimiento en las instituciones y la represión contra lasdemandas populares.
Sin embargo, pese a sus grandes limitaciones, estos mismos factores mutaron y funcionaron como una luz de alerta que pedía a gritos el renacimiento de la participación de los diferentes actores de la sociedad. “De ahí quedó fuertemente arraigada la herencia de la desconfianza, el rechazo a las organizaciones tradicionales y la idea que postulaba que el cambio podía venir desde arriba”, asegura Florencia Sacarelo, de la Juventud MTS-Nueva Izquierda.
Con esto, quizá llegue a entenderse por qué un grupo de esta juventud militante de hoy prefiere el “saldo resolutivo” por sobre el “saldo organizativo” (según Balardini, la construcción de partidos), a través de armados de tipo horizontal que revelan la falta de confianza en los mecanismos clásicos de verticalidad, jerarquía, disciplina y centralismo democrático, difícil de permear.
Más allá de eso, no puede negarse que existen jóvenes que intentan salvaguardar las estructuras de los partidos tradicionales, con algunos cambios pequeños. “La organización vence al tiempo. El militante tiene que defender su espacio y yo soy leal a la idea de un PJ como partido hecho para la transformación social”, sostiene José Ottavis, representante de La Cámpora y secretario general de la Juventud Peronista Bonaerense.
Los valores a los que alude el dirigente marcan una clara vinculación con el imaginario setentista de ese espacio, una postura que se mantiene en otros tantos aparatos y plataformas kirchneristas. De todas maneras, ese perfil dentro del oficialismo, no parece tener relación con el ideal de un sector de la Juventud Sindical.
Sin ir más lejos, Facundo Moyano, al frente de ese movimiento, evidencia una posición bastante disímil a la de su hermano Pablo, secretario general del Sindicato de Choferes de Camiones) y da pelea en el armado de nuevos espacios, con un discurso que tampoco se condice con el de su padre, Hugo, titular de la CGT.
Entonces, ¿de qué habla la suma de esos diversos espacios y tendencias incipientes hacia diferentes formas de hacer política? ¿De la falta de una estrategia, objetivos, un fin último particular que coinciden con una única táctica de activismo social? ¿O de acciones separadas
que pueden desembocar en una solución a largo plazo?
Modos heterogéneos de participación
Las miles de miradas posibles dentro del arco de la neomilitancia lo convierten en un emergente y muy interesante objeto de estudio. A partir de todas estas opciones, la vuelta de los jóvenes al espacio central de la política le trae una bocanada de aire al escenario público.
“En esencia eso es lo que todos pedían años atrás”, recuerda Vommaro, que investigó a la juventud no sólo en el país, sino en toda América latina.
Por eso, a pesar de las diferencias primordiales, los especialistas e involucrados en la causa militante aplauden la posibilidad de contar con un mosaico de posturas “a la carta”, con peronistas, socialistas, trotskistas, humanistas, marxistas, feministas, radicales y latinoamericanistas, que conforma un mapa de organizaciones militantes completo con múltiples formas de hacer, modos y colores.
Para darse una idea de la expansión de ese tipo de expresiones sólo hacen falta revisar algunos datos: en el último lustro surgieron en el país alrededor de 230 agrupaciones juveniles, según cifras del Centro Latinoamericano de Juventud (Celaju), entre iniciativas íntegramente
políticas, sociales, barriales y culturalesencabezadas por adolescentes, hombresy mujeres con ganas de participar activamente en la sociedad.
“Entonces, la acción militante, en este panorama, logra surgir a partir de múltiples plataformas. Hay grupos que sólo militan con un fuerte trabajo social; existen organizaciones que hacen política desde lo cultural, la lucha ambiental o desde espacios digitales si bien acompañan en marchas y movilizaciones frecuentemente”, señala Maximiliano Ferraro, que a los 15 años hizo sus primeros pasos en el radicalismo para pasar luego a la Coalición Cívica.
En ese movimiento, los partidos políticos tradicionales tampoco estuvieron ajenos y forjaron sus espacios propios como el de los “Jóvenes por la Igualdad” (de la CC), la “Juventud con presente con visiones de futuro” (PRO), “Movimiento La Falcone” (Socialismo), la Federación Juvenil Comunista o la “Juventud Secundaria Peronista”.
Como queda claro, la participación democrática va más allá de la difusión de consignas y el panfleteo. “Lo pueden hacer a través de un blog o redes, algo que está muy explotado actualmente, como son los grupos de 6-7-8 (el programa que se trasmite por Canal 7), a través de proyectos socioculturales de gestión concretos y con efectos visibles y tangibles”, comenta Peirone, que diferencia a este tipo de participación en la vida política con lo que fueron las luchas por la Reforma Universitaria de 1918, el Cordobazo o las disputas de la Unión de Estudiantes Secundarios por el boleto estudiantil en los ’70.
Es que la militancia tradicional funcionaba en concomitancia con una idea de poder y un modo de abordarlo. Ese modelo incluía la formación de cuadros, el disciplinamiento y la generación de tácticas para “ocupar espacios y conquistar poder”. La juventud actual está lejos de disputar espacios (cada vez más virtuales) y confrontar del mismo modo: no está organizando la toma de la Bastilla. “Sólo son diferentes formas emergentes, distintos niveles de compromiso militante”, reconoce Alfredo Furman, integrante del Partido Obrero. Así, el juego está abierto.
Condiciones, intervención y democracia
Los jóvenes son un grupo relevante dentro del padrón electoral. De acuerdo con los últimos datos de la Dirección Nacional de Juventud, la franja entre 19 y 29 años representa el 26,8 por ciento de la población. Sin embargo, los números son de 2004 y según datos de la provincia de
Buenos Aires su nivel de incidencia aumentaría un poco más: casi diez puntos, con lo que los alcanzarían a representar aproximadamente 39 por ciento del padrónelectoral.
Además, no se les puede quitar influencia en el escenario dominado por las nuevas formas de comunicación y los avances tecnológicos. “Mediante los foros, blogs, Facebook o Twitter se puede difundir un determinado mensaje en la agenda política cotidiana y a veces ese texto tiene sus consecuencias”, asegura Balardini.
Si no, recordemos el mediatizado (y exagerado) affaire entre el bloguero Lucas Carrasco y el periodista Alfredo Leuco, que tuvo repercusiones en casi todos los medios y hasta la noticia de la pelea llegó a estar impresa en las tapas de diarios nacionales, como Clarín y La Nación.
En ese sentido, el poder de la red es inconmensurable, aunque a su vez es menos palpable. Entonces, si bien la cultura 2.0 les permite a muchos militantes expandir su mensaje desde la “cibermilitancia”, es innegable la necesidad de generar espacios físicos con presencia para garantizarle a todos los jóvenes el derecho a participar, a ser escuchados y que sus
opiniones sean tenidas en cuenta por la sociedad civil y el Estado, que debe asumir ese desafío aceptando las diferencias.“
La voluntad es el motor de cambios radicales, eso es la política”, destaca el diputado provincial socialista Abel Buil. Por eso, impulsó un proyecto de ley que procura “establecer un cupo del 30 por ciento de jóvenes de 35 años” en las listas de candidatos, así como también la modificación
de la Constitución bonaerense, por el mecanismo de enmienda, con la idea de “bajar la edad requerida para ocupar cargos electivos” de gobernador y senador a 25 años, y de diputado, concejal y consejero escolar a 18.
Con este tipo de propuestas la pretensión apunta a avanzar en terrenos que está dejando de lado el Estado en relación a la juventud. Siguiendo esa línea, también ingresaron cientos de veces a la Cámara baja de Nación proyectos para disminuir la edad de tope para adquirir el derecho a participar de una votación hasta los 16 años (de forma optativa) o como el expediente de Integración para la Juventud que impulsó en la Ciudad de Buenos Aires la legisladora Gabriela Cerruti, que aún está en comisiones parlamentarias y todavía no fue tratado.
Las ideas están dirigidas a asegurar la representación pública de los jóvenes y a convocar a los que se sienten “fuera” del ágora social, para intervenir y formar parte de un sector que poco a poco puede encontrar muchas más posibilidades.
Apertura y futuro
Ante ese panorama podría preguntarse, ¿cómo es posible integrar muchos más jóvenes a la militancia social? ¿Es un objetivo lógico que tiene que recaer sobre las nuevas organizaciones o el Estado? ¿O, tal vez, es pura responsabilidad de los grupos desinteresados?
Para Maia Volcovinsky, referente de la Juventud Sindical, “si el Gobierno continúa en esta línea de lucha contra los monopolios y los grandes grupos económicos, el juego se abrirá solo, con debates, discusiones, de la misma forma que ocurrió con la 125, el conflicto con La Mesa de Enlace y la modificación del Código Civil”.
En cambio, para la integrante de la Nueva Izquierda Florencia Sacarelo “si la administración pública no le presta más atención a la juventud con planes de Gobierno específicamente dirigidos hacia todos, es difícil que haya una reconciliación completa conla política”.
Entre sus exigencias, la joven militante analiza la posibilidad de extender los planes de becas, como aconseja Balardini, la entrega de subsidios para los que menos tienen para la compra de su primera vivienda u orientados a reducir el precio de alquileres, fuera de los Planes Federales de Vivienda.
Pese a las diferencias, cada una de esas opiniones surge de la participación y la identidad propia que les permiten construir sus respectivos espacios. Por eso, en palabras de Peirone, “es más beneficioso cuidar el mantenimiento y la estabilidad de esos espacios de participación, en lugar de buscar institucionalizar uno de los paradigmas que confluyen en el espacio militante; que le dan un nuevo impulso a la política, y la ubican en un horizonte que puede ser muy provechoso de cara al futuro.
*Nota publicada en la Revista El Cruce Nº 9 (octubre 2010)
AUNO 20-01-10 NS EV