Las distintas formas del olvido

En la obra de Nicolás Blandi, Rafael comienza a sufrir las consecuencias del Alzheimer. Quedó viudo y tiene una hija adolescente a cargo. La teoría del olvido cerró su año este sábado en el Galpón de Diablomundo.

Lomas de Zamora, noviembre 27 (AUNO).- ¿Qué es el olvido? ¿Un barril sin fondo en el que caben personas, objetos y situaciones? ¿Un agujero negro donde todo se pierde? Rafael, un hombre morocho de unos 50 años, se planta frente al público con la mirada perdida. Trata de recordar el poema que tiene que presentar para la escuela y reflexiona sobre su desmemoria que día a día crece: «Quizá sea lo único que me quede, cuando ya no me quede más nada». Esa frase comienza la montaña rusa de sensaciones que despidió el 2019, a sala llena, el sábado en el Teatro Galpón de Diablomundo, de Temperley: La teoría del olvido, de Nicolás Blandi.

En el centro del escenario hay una mesa de madera enorme. Ese será el lugar donde se cruzarán los 13 personajes, interpretados por siete artistas, que construirán la historia del protagonista. Rafael es un viudo que luego de la muerte de su esposa comienza a sufrir los achaques del Alzheimer. Manuela, su hija adolescente, está enojada con el mundo. Un artista más compone la obra: un tecladista de máscara blanca con el que los personajes interactúan según la situación lo amerite.

La teoría del olvido es una ficción que en su interior presenta otra. Una trama transcurre en el monoambiente de Cande, una docente que da clases particulares grupales y ayuda a Rafael con Lengua y Literatura. Al ser un espacio habitado por varios personajes se darán situaciones hilarantes que crearán mini tramas complementarias: el amor entre un milennial y un homosexual reprimido; el divorcio de Cande de su ex pareja; la amistad de Rafael con la extraña adolescente Dolores y la relación con su propia hija adolescente que no soporta los achaques cognitivos provocados por el avance de Alzheimer.

En ese ambiente, el público conocerá la segunda trama, la de Mandarines, un pueblo lleno de árboles de mandarina, inventado con lujo de detalles por Rafael. Al enterarse de la existencia de este pueblo de fantasía, Cande indaga en ese universo del que Rafael recuerda todo, incluso un hecho desgraciado que le pedirá que lo plasme en papel, como método para ejercitar la memoria: la tragedia de Mandarines.

El intercambio constante de líneas temporales y tramas hace que la obra sea dinámica y compleja. Temor, repulsión, lástima, comprensión, reflexión, amor, alegría y tristeza podrían ser algunas de las sensaciones suscitadas a lo largo de la obra, que busca algunos guiños del público rompiendo la cuarta pared.

La versatilidad de los actores y actrices es más que destacable: con timing perfecto se cambian el vestuario en escena y se ponen unas máscaras que atraviesan sus rostros para transformarse en los habitantes del pueblo imaginado por el protagonista. Gritan, dialogan, discuten, acompañando todo con un marcado lenguaje corporal y con la densidad psicológica justa para atrapar al público con ambas tramas. Les artistas también tienen la chance de mostrar sus dotes musicales, acompañados del teclado y la percusión. «Creep», de Radiohead, suena en las diferentes situaciones de ambos mundos, planteando con su letra –«soy un desgraciado, soy un bicho raro ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? No pertenezco aquí»– un interrogante sobre el protagonista: ¿en cuál de ellos vive realmente?

Mandarines es un espacio risible, onírico, lleno de referencias hollywoodenses, con fragmentos musicales y burbujas en el aire. Sus personajes, de neurosis intensas, son representaciones de las personas que transitan el monoambiente de Cande y los guiños a ellos serán constantes creando el hilo conductor entre ambos universos. Los recuerdos de la vida de Rafael son importantes también porque se cuelan en Mandarines, como por ejemplo los que tiene de su difunta esposa o la constante presencia de una adolescente malhumorada y enojada, su hija. En ese universo se desatará una tragedia clasista entre dos familias.

En el seno de cada una de ellas el público podrá ver reflejadas problemáticas sociales como los diferentes niveles de violencia que hay en los tratos cotidianos. O cómo las discusiones matrimoniales afectan a les hijes que se ven expuestos a ellas constantemente, entre otras temáticas tratadas. Varias son las preguntas que se pueden pensar al ver el enorme despliegue escénico para la compleja y atrapante obra que presenta el joven director: ¿Es el olvido la elección de una realidad alterna que contiene la esencia de las personas de la cotidianidad? ¿Hasta dónde es un agujero negro donde todo se pierde? ¿Es quedarse con lo bueno o con lo malo de las personas?

«Le encantaban las burbujas, decía que la conectaban con lo efímero: algo que dura tan poco y es belleza pura», recuerda Rafael sobre su esposa muerta, mientras las burbujas se cuelan entre público. Tal vez el olvido también sea efímero a veces.

La función del sábado fue la última de 2019. La obra volverá a las tablas en marzo de 2020. El actor Damián Trotta dejará de participar del elenco integrado por Valentina Costa, Florencia Bonetti, David Fernández, Débora Palladino, Gabriel Raso y Gustavo Suárez. En la musicalizacion en vivo de teclados y percusión se encuentra Federico Meier. En el diseño de las máscaras está Guido Llordi, detrás las luces Fernando Chacoma y en la asistencia de dirección Agustina González.

AUNO-27-11-2019
AEB-MDY

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