Recabar las evidencias del horror con el propósito de establecer la verdad y habilitar así el camino de la justicia fue el compromiso que se fijaron hace 22 años un grupo de jóvenes estudiantes universitarios y militantes de derechos humanos cuando decidieron formar el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). En las fosas comunes, en los cementerios municipales y hasta en los archivos oficiales, el grupo recolectó información con la cual desentrañó una parte importante de la metodología criminal que la última dictadura militar aplicó en la Argentina durante el período 1976-83, lo que le permitió identificar a más de 300 cuerpos de detenidos desaparecidos. El trabajo del EAAP resultó tan provechoso que el organismo desarrolló tareas de indagación en 37 países, en los cuales las matanzas indiscriminadas fueron moneda corriente. A 30 años del golpe, el equipo continúa su labor en pos de la reconstrucción de la memoria colectiva de todo un pueblo.
En los últimos años de la dictadura, tras la Guerra de Malvinas y cuando las elecciones presidenciales estaban próximas, se descubrieron algunas fosas comunes con decenas de cadáveres identificados simplemente con una sigla: N. N. Con la llegada de la democracia y la conformación de la Comisión Nacional sobre los Desaparecidos (CONADEP) se asumió que estas exhumaciones colectivas serían de gran provecho para conocer la verdad. A través de la entonces Subsecretaría de Derechos Humanos fueron convocados científicos de la Sociedad Americana para la Divulgación de las Ciencias, una entidad de origen estadounidense, para que colaboraran en el análisis de la información que se había hallado en las tumbas encontradas.
Entre ese grupo de científicos, hubo uno que decidió comprometerse más allá de las recomendaciones generales que brindaron sus compatriotas. Se trataba del antropólogo Clyde Snow, quien propuso la conformación de un equipo de forenses que se empeñara en la búsqueda y recolección de restos fósiles que permitieran esclarecer la matanza que se había perpetrado en la Argentina. Snow pensó primero en convocar a profesionales y especialistas del área, pero chocó con una cerrada negativa. Sin embargo, no se desanimó y decidió solicitar la ayuda de estudiantes avanzados de las carreras de Antropología y Arqueología que estuvieran comprometidos con la tarea que iban a desempeñar.
Ese fue el origen del Equipo Argentino de Antropología Forense, que nació a fines de 1984, y que fue dirigido inicialmente por Snow, un norteamericano que decidió compartir su saber con un grupo de estudiantes argentinos, y juntos iniciaron el camino de reconstruir la verdad que necesitaban conocer los familiares de las víctimas que reclamaban justicia.
Durante la década de los ochenta, Snow estuvo varias veces en el país asesorando al grupo que había formado hasta que los jóvenes estudiantes se recibieron y adquirieron cada vez más experiencia en el desarrollo del trabajo forense. Al grupo originario de diez antropólogos se sumaron abogados, expertos en informática y también militantes que se pusieron a trabajar en la reconstrucción de un pasado que la Argentina no podía dejar de lado.
En un principio, el equipo se abocó a la búsqueda y exhumación de cadáveres en los cementerios públicos del Gran Buenos Aires, en los cuales se sabía que existían fosas comunes. Con apoyo oficial de un Estado que por entonces sentaba a los ex comandantes de la dictadura militar en el banquillo de un juicio que tuvo características históricas, el equipo practicó sus primeros hallazgos e identificó las identidades de varias personas que permanecían como desaparecidos.
“La tarea que realizamos en los primeros años fue un poco como tantear a ciegas. No sabíamos donde buscar y muchas veces nos movíamos por rumores, comentarios y el recuerdo de algunos memoriosos. Íbamos por ejemplo a un cementerio y hablamos con los cuidadores o empleados y allí alguno se acordaba de un camión con efectivos de alguna Fuerza Armada que habían enterrado cuerpos en un determinado lugar. Allí se practicaba la exhumación y se llevaban a cabo las identificaciones, basadas en base a los datos de los que disponíamos, que en esos años no eran muchos por cierto”, reseñó en diálogo con AUNO Tercer Sector, Daniel Bustamante, un militante de derechos humanos que se incorporó al equipo en 1986 y llevó a cabo un trabajo de informatización de las tareas realizadas desde entonces hasta nuestra fecha.
“Para nosotros fue una sorpresa conocer que en los archivos oficiales había mucha información valiosa. Se consignaba por ejemplo que un cuerpo había sido hallado en un determinado lugar y enterrado como N.N. Todo eso nos sirvió para cruzar datos y establecer la identidad de varios desaparecidos”, recuerda Bustamante. Tras el apoyo inicial que los organismos de derechos humanos recibieron durante el gobierno de Raúl Alfonsín, las leyes de impunidad sancionadas tras las rebeliones militares de Semana Santa y Monte Caseros hicieron cada vez más difícil la búsqueda de la verdad en una sociedad que prefería olvidar.
Así fue como llegaron el menemismo y los indultos. La impunidad parecía consagrada en pos de una supuesta reconciliación. Ya sin ningún estímulo oficial, los organismos de derechos humanos siguieron adelante con su objetivo y el equipo hizo lo propio, aunque su tarea se presentaba cada vez más cuesta arriba, sus integrantes no se desanimaron y continuaron con las excavaciones y las indagaciones en distintos puntos del país. Así fue como con el único respaldo de las organizaciones de familiares de la víctimas se llevaron a cabo numerosas identificaciones.
El trabajo realizado hasta entonces había sido tan importante que recibió reconocimiento internacional. Naciones Unidas contactó al Equipo Argentino de Antropología Forense y lo convocó a trabajar en distintos lugares del mundo donde el horror estatal había hecho estragos entre la población civil. Irak, Bosnia, Ruanda, Congo, Centroamérica, Colombia y Chile, fueron algunos de los lugares donde el equipo desarrolló sus indagaciones. “Trabajamos en más de 37 países con una metodología similar a la que empleamos acá. Pero con la diferencia que allí, donde llegábamos intentábamos hacer lo mismo que Clyde hizo en 1984, es decir, formar un grupo de investigación local que continuara investigando tras las primeras exhumaciones”, recuerda el antropólogo Dario Olmo, titular del grupo que hoy reside en la ciudad de Córdoba, donde se radicó tras una profunda investigación de identificación llevada a cabo en el cementerio de San Vicente, donde permanecían enterradas varías personas que fueron secuestradas por el V Cuerpo del Ejército.
Entre los logros más significativos del equipo en todos estos años figuran el haber identificado los cuerpos de las monjas Francesas Leonis Dumout y Denis Duquet, junto con la totalidad del grupo de la Iglesia de la Santa Cruz, detenidas en la Escuela de Mecánica de la Armada y en cuyo caso tuviera participación el represor Alfredo Astiz, hoy procesado por delitos de lesa humanidad. Hoy, con 14 integrantes, el Equipo Argentino de Antopología Forense sigue su trabajo en busca de la verdad con trabajos de campo en las provincias de Tucumán, Salta y Catamarca. Disponen además de un banco de datos genéticos que facilita la constatación de los restos que son hallados.
A 30 años del golpe genocida, Bustamante rescata que “trabajamos con mucha voluntad y que nunca dejamos de lado el rigor científico. Los familiares de las víctimas necesitan conocer la verdad y ayudamos desde nuestro lugar a que eso ocurra”. señala. Hace dos años, cuando el trabajo del equipo cumplió los 20, Clyde Snow volvió a Buenos Aires y resumió en una declaración pública la importancia que tuvo la tarea de los primeros estudiantes que él convocó en los ‘80. “La primera vez que la investigación forense se aplicó en la resolución de crímenes de lesa humanidad fue en este país y lo hicieron estos jóvenes. Eso sí que es un orgullo para la Argentina y nadie tiene el derecho de desestimar”, consideró.
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