Lomas de Zamora, octubre 16 (AUNO).- César Brie levanta el telón con una recomendación: “Lean mis libros con ojos puros”. Y parafraseando al escritor ruso Fyodor Dostoievski anticipa lo que serán dos horas de relato encarnizado y visceral. “Karamazov”, la versión libre de la novela “Los hermanos Karamazov” que interpreta este actor y director argentino junto a la compañía italiana Fundación Emilia Romgana Teatro, se interna en un relato espeso hecho de dudas y conflictos de tono existencialista. La trama de la obra deja en carne viva dramas y cuestionamientos morales, éticos y religiosos (esquivos a las etiquetas del tiempo) tejidos sobre un trasfondo universal de angustias y dilemas que atraviesan a toda la humanidad.
La historia de los Kamarazov se escribe a partir de un “por qué”, una incógnita profunda que se convertirá en el hilo conductor tanto del relato novelístico como del teatral. Por eso, el desafío de Brie es múltiple; no sólo pone en escena una obra monumental de más de mil páginas. También se sube a los tormentos de una sociedad compleja (encarnados en la vida de esta familia arquetípica) en la que la fe convive en cortocircuito con el libre albedrío, y la necesidad insoslayable de conocer la causa oculta detrás de todas las cosas.
Desde el principio, la obra camina por la frontera entre lo azaroso y lo planificado. En algunos casos, el por qué (la razón) es más evidente que en otros. La historia sigue un desarrollo que descubre a cada instante algo nuevo al espectador.
Ese dinamismo necesita de espacios amplios que den libertad corporal al grupo de actores que, entre intervención e intervención, cambian de vestuario en escena, tocan el piano o la guitarra, cantan, acomodan la escenografía y además actúan. Usan cada centímetro de escenario y cada elemento para estimular la imaginación del público.
La misma soga puede ser el límite del escenario, la correa de un perro, la frontera entre el bien y el mal, el lazo que une (o separa) el amor, las riendas de un carreta. Un huevo que se estruja entre los dedos de un actor puede ser signo de vida y, a la vez, de muerte.
La opulencia para Brie es sinónimo de otra cosa. Así la austeridad escenográfica se contrapone a una destacable interpretación actoral que combina textos laberínticos con un manejo corporal más que perfecto. Hasta se dan el lujo de incorporar marionetas y convertirse ellos mismo en títeres de esa realidad (destino) que constantemente los sumerge en el drama.
Se dice que un artista no puede abstraerse de su contexto. Y el escritor ruso no escapó a esta determinación. Cuando los personajes de “Karamazov” dicen a Dostoievski, lo reviven a él y a esa Rusia de finales del siglo XIX con toda su tortuosidad y angustiante existencialismo.
“Si Dios no existe, todo está permitido”, justifica uno de los hermanos. Los diálogos entre los personajes, la constante pelea con su padre terrenal y con Dios, ese padre espiritual que no logra saciar las dudas que los interpelan, matizan el planteo filosófico con otro de tinte psicoanalítico. El parricidio, figura más que retomada por la teoría freudiana a través de la tragedia de Edipo, toma en escena la riendas del relato. Es que cada uno de los hermanos Karamazov (todos huérfanos de madre) fantaseará alguna vez a lo largo de la historia con asesinar a su padre.
Lo increíble de la obra de Brie es que cada detalle se presta a múltiples interpretaciones. Podría discutirse horas sobre cada detalle escénico, el por qué de los diálogos elegidos, qué deseo satisface cada objeto en escena.
La recomendación inicial de Brie cobra sentido al final de la obra, sobre todo cuando, entre aplausos, el asombro se sintetiza en “Nunca vi algo así”. Nada es casual, ni siquiera la elección de aquella frase. El logro de esta versión de los “Karamazov” no es sólo la impecable adaptación de la obra de Dostoievski, sino cómo la combinación de los diálogos, la puesta en escena austera y la múltiple interpretación actoral logran conmover hasta al menos erudito de los espectadores.
DR-AFD
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