Evita “se fue volviendo hermosa con la pasión, con la memoria y con la muerte. Se tejió a sí misma una crisálida de belleza, fue empollándose reina, quién lo hubiera creído”, escribe Eloy Martínez en la primera página de su novela Santa Evita.
El libro empieza y termina así: “Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la certeza de que iba a morir”. El mejor inicio de cualquiera novela es inferior a ese, en el contexto de una competencia harto difícil.
En el medio está escrita la Evita terrenal, la que sufrió pobreza, insultos, la que amaron los descamisados, sus comienzos en Buenos Aires, los teatros, el cine, el encuentro con Perón, los testimonios, los discursos y el famoso Cabildo Abierto de su renunciamiento, entre otras.
En Santa Evita lo imaginario con lo real se contaminan y las fronteras entre una y otra se borronean. Tal como ocurre en su otra obra: La novela de Perón. Este siete de mayo se cumplen cien años del natalicio de Eva Duarte de Perón. Evita, como prefería llamarse ella.
A Santa Evita no se la puede incluir en la saga de la literatura gorila o antiperonista. Tampoco es un panegírico del peronismo ni del personaje central. Es más fuerte la parodia y la puesta en relieve de la paranoia de los dictadores que dieron el golpe de Estado el 16 de setiembre de 1955.
Acaso el libro del tucumano configure una metáfora contra algunos de los clásicos textos que enhebran intertextualidad en el libro.
“No parecía la misma persona que había llegado a Buenos Aires en 1935 con una mano atrás y otra adelante, y que actuaba en teatros desahuciados por una paga de café con leche. Era entonces nada o menos que nada: un gorrión de lavadero, un caramelo mordido, tan delgadita que daba lástima. Se fue volviendo hermosa con la pasión, con la memoria y con la muerte. Se tejió a sí misma una crisálida de belleza, fue empollándose reina, quién lo hubiera creído”, escribe Martínez. (11-12).
Consejos
Previo al índice final de la novela, donde los dieciséis subtítulos están compuestos por expresiones de Evita de discursos, libros y reportajes, se encuentran los reconocimientos (394-395) a quienes colaboraron con la investigación.
El primer reconocimiento es para Rodolfo Walsh, que lo inició “en el culto de Santa Evita”. Ese escritor había escrito el cuento ‘Esa Mujer’, en 1966, cuya historia básica es el secuestro y posterior desaparición del cuerpo de Evita después del golpe de 1955. Y el último para la esposa del autor, Susana Rotker, la escritora venezolana.
En medio de los agradecimientos figura el destinado a los escritores Noé Jitrik, Tununa Mercado, Margo Persin [Estados Unidos] y, “en especial” a Juan Forn, “que leyeron más de una vez el manuscrito y lo salvaron de oscuridades y caídas que yo no había advertido”.
Está claro que quien agradece de esa manera, modesta, no era nuevo en el mundo de los libros y el periodismo. Funciona como consejo para escritores o periodistas, viejos o noveles, en los albores del siglo XXI. Un antídoto contra la soberbia.
La novela Santa Evita es una obra, entre otras aristas, con varias intertextualidades: cine, novelas, cuentos. Contiene a Néstor Perlongher (El cadáver de la nación y Evita Vive), Cortázar (‘Casa tomada’ y la novela El Examen), Martínez Estrada (Catilinarias) y Onetti (‘Ella’).
Ese procedimiento contiene también a Borges (‘La muerte y la brújula’ y ‘El simulacro’), Copi (la comedia drama Eva Perón) y el cuento de Walsh, que es el que tiene más fuerte presencia.
El cine está también en la escritura: las películas Safo, La cabalga del circo y La carga de los valientes; y el guión de Julio Alcaraz y La razón de mi vida (Evita). Varios de aquellos relatos integran la saga antiperonista de la literatura argentina.
Martínez no avala las tesis paranoicas contenidas en varios de aquellos cuentos o novelas. Toma distancia, parodia también la conducta de los jerarcas del golpe fusilador del 55 y ridiculiza a Isaac Rojas.
Está claramente representada la resistencia peronista y por eso los temores de quienes habían secuestrado el cuerpo de Evita, cuyo personaje central termina degradado por el alcohol y la culpa.
“Eva nada tenía que ver con la hetaira desenfrenada de la que habla el enfático Martínez Estrada ni con la puta de arrabal [destacado del autor] a la que calumnió Borges”, escribe Eloy Martínez. (202).
Esa clara refutación es la prueba fundamental sobre cuál es lo básico en San Evita. Sin devoción, busca ubicar la centralidad del personaje político, al margen de las alabanzas y las diatribas de escritores contra Evita.
No abandones a los pobres
Esa búsqueda básica para dar en la clave se encuentra en el siguiente diálogo entre Perón y Evita, muy enferma:
En uno de los desvelos hizo llamar a su marido y le pidió que se quedara un rato con ella. Lo notó más gordo y con unas grandes bolsas carnosas bajo los ojos. Tenía una expresión desconcertada y parecía deseoso de irse. Era natural: hacía casi un año que no estaban a solas. Evita le tomó las manos y lo sintió estremecerse.
¿No te atienden bien, Juan?, le dijo. Las preocupaciones te han engordado. Dejá de trabajar tanto y vení por las tardes a visitarme. Cómo hago, Chinita?, se disculpó el marido. Me paso el día contestando las cartas que te mandan a vos. Son más de tres mil cartas, y en todas te piden algo: una beca para los hijos, ajuares de novia, juegos de dormitorio, trabajos de sereno, qué sé yo. Tenés que levantarte rápido antes de que yo también me enferme.
No te hagás el gracioso. Sabes que mañana o pasado me voy a morir. Si te pido que
vengas es porque necesito encargarte algunas cosas. Pedíme lo que quieras. No abandones a los pobres, a mis grasitas. Todos estos que andan por aquí lamiéndote los zapatos te van a dar vuelta la cara un día. Pero los pobres no, Juan. Son los únicos que saben ser fieles”.(14).
Bibliografía
Tomás Eloy Martínez, Santa Evita, Buenos Aires, Planeta, 1995.
AUNO-06-05-19
HRC