Lomas de Zamora, febrero 25 (AUNO).- “Deber ser” y “querer ser”. Lo que parecen dos instancias antagónicas convergen en “Al carajo clown”, de Carla Pollacchi, una propuesta de payasos para todo tipo de público que pone el foco en las etiquetas, las normas, los estereotipos y mandatos sociales que actúan frente a determinadas situaciones de la vida: ¿Cómo hay que comportarse?, es el interrogante que acompaña en todo momento al texto.
La payasa se mimetiza en la vida de dos adolescentes que, frente a un determinado hecho, actúan en contra de lo que ellos quieren. Charlotte, la payasa anfitriona, tratará de resolver este conflicto, pero por las normas no logra contener la emoción y todo parece salirse de control.
Pollacchi dialogó con AUNO sobre la conformación de su obra, los espectadores y los motivos para centrar su obra en personajes payasos adolescentes. “Los sentimientos toman las riendas del espectáculo. El deseo prevalece ante las reglas y la sociedad”, sintetiza la actriz.
-¿Por qué utilizaron el humor para hablar de los mandatos sociales?
-En realidad fue al revés. Lo primero que surgió fue hacer un espectáculo de humor que entrara en una valija. Empezamos con mucho trabajo de improvisación. Ayudaron Graciela Pereyra, quien colaboró desde la dramaturgia, y Marcos Tesoro en el clown. De ahí salieron temas, por ejemplo la sexualidad, lo femenino y lo masculino. Justo encontré un libro en mi casa que se llama “Crecer con gracia”, de la década de 1970, que habla de cómo debe comportarse la mujer y el hombre. Un libro espantoso, muy discriminatorio, inhumano. A las improvisaciones después le fuimos dando forma y nació la parte más femenina de mi clown y la más masculina.
-Como sociedad estamos atravesados por estereotipos sobre lo femenino y masculino, ¿cómo los trabajaste para ponerlos en escena?
-Tiene que ver con muchas vivencias personales, en el código de clown tenés que mostrarte. Tuve un trabajo de investigación: hablar con amigos, ver mi adolescencia, ver qué nos pasaba. El clown no está denunciando, lo demuestra. Creo que la cuestión está en cómo se siente uno con estas cosas, cómo el sentimiento queda oculto detrás del mandato: “Tenés que ser de esta manera”.
-Muchas de estas representaciones suelen aparecer en la pubertad y la adolescencia…
-Creo que es un momento complicado: está el despertar de las hormonas, la sexualidad, el cuerpo transformado, el orgasmo de ella, la erección de él. El clown siempre trabaja con el conflicto a flor de piel y fue muy rico trabajarlo desde ese lado. Hubo ensayos que eran charlas, de experiencias, mostrarse.
-¿Qué papel juega el público en la obra?
-Uno tiene que aprender a adaptarse con el lugar y la gente. Uno empieza pidiendo permiso y no deja de aprender. El público es incierto, responde de mil maneras; te puede ayudar o patear en contra. Generalmente, los primeros cinco minutos son claves para que entiendan de qué estamos hablando. La persona no está fuera, sólo como espectador. Participa todo el tiempo hasta con un suspiro. Hay ruido de llaves, celulares, llanto de bebés, todo entra en el espectáculo y nunca se corta la respuesta del público.
*-En cada función los acompaña un diario de viaje, ¿contribuyó a nutrir la obra?
-Todo es aprendizaje. El viaje sirvió para adaptar la obra en tiempo. Tuvo varios cambios de ritmo: en Capital es muy acelerado y hacia el interior es más tranquilo. Pero siempre prevalece el respeto.
Más información sobre el proyecto “Al Carajo, Clown” en: http://www.alcarajoclown.blogspot.com.ar/
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