Veo a Marian por la pantalla de la cámara. Está bailando en una de las camionas que iluminan la edición número 27 de la Marcha del Orgullo en Buenos Aires.
Yo estoy parada sobre una valla de Av. 25 de Mayo. Saco fotos, filmo, me sumo a algunos cantos por aborto legal, educación sexual y respeto a las disidencias.
¡Ey, Marian! muevo un brazo; con el otro me sostengo de un poste.
Se ríe de encontrarme ahí, retorcida para no caerme. Me río de la causalidad de verla.
Es una chica soltó una tarde hace diez años, como si hubiera estado juntando aire hasta hacer explotar un globo: _La persona con la que salgo es una chica.
Bueno dije rápido. Hablábamos en un baño de la facultad de nuestras relaciones de pibas de dieciocho. Yo tenía un amor tormentoso, ella nos había contado que veía a alguien.
_¿Eso es todo lo que vas a decir?
No dije nada.
¿Qué se dice cuando alguien “sale del clóset”?
La primera Marcha del Orgullo fue en 1992, sólo hace 27 años. Era la Marcha del Orgullo Gay-Lésbico. La incorporación de la btiq+ llegaría mucho después. Buena parte de los participantes marcharon a cara tapada, porque tenían miedo de perder sus trabajos.
El reconocimiento, el respeto y la integración todavía son materia de reclamo para todo el colectivo. Enunciarse es todavía un hecho político.
Este año, la marcha coincidió con el Día de la Militancia y la noticia que todos compartieron fue la publicación de Instagram del diputado Leonardo Grosso, el primer legislador que se reconoce gay en la historia de Argentina.
“Soy Marica, y así elijo nombrarme, como decía el compañero Carlos Jáuregui, ‘en una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política’”, contó.
La veo tirar espuma sobre las cabezas de les que bailan amuchades en el corredor que queda entre las parrillas de chori y las ruedas de la carroza. Todavía me pregunto qué se dice. ¿Por qué sería necesario decir algo? ¿Qué tenemos que opinar sobre el cuerpo, el sexo y el amor del otre?
La cultura del odio, sin embargo, está a un paso. Saco el celular y leo algunos comentarios sobre las primeras imágenes de la marcha.
FACHO UNO: “Este sería un buen momento para que los anarquistas pongan una bomba”.
FACHO DOS: “Me da dolor de estómago”.
FACHO TRES: “Si estuviera el general Jorge Rafael Videla esto no pasaría en nuestro país… Es una falta de respeto a la patria esta gente”.
FACHO CUATRO: “No tengo nada en contra de los gays, pero el exhibicionismo está mal”.
El reclamo principal de esta marcha fue el rechazo al genocidio de las personas trans, cuyo promedio de vida en Argentina no llega a los 40 años. El foco: conseguir la aprobación de una Ley Integral Trans que garantice un cupo laboral del uno por ciento en la administración pública.
La iniciativa de cupo laboral se basa en la Ley bonaerense 14.783, que fue sancionada en 2015 y nunca reglamentada. Se la conoce como la Ley Diana Sacayan, por el nombre de la activista trans que la impulsó y que murió dos meses después, víctima de un travesticidio –el primer caso en que la Justicia argentina condenó a un homicida con ese agravante-.
Bajo a la calle y filmo besos bajo el inflable de arcoíris que cruza Av. de Mayo.
Uno, dos, cinco besos.
Un grupo de amigues festeja uno de telenovela entre dos chicas. Aplauden y cuesta pensar que es el mismo país en el que una piba de 24 años (Mariana Gómez) fue detenida por besar a su esposa en una estación de subte de la Ciudad de Buenos Aires. Todavía enfrenta cargos por “resistencia a la autoridad y lesiones graves”.
Siguen los besos. De a dos, de a tres. También de amistad, de amor, de cariño. Besos transformadores y en tránsito.
Como dice la maestra Susy Shock, “besarse sabiendo que nuestras salivas arrastran besos denegados, opacados, apagados, cercenados, mutilados, hambrientos, que no son sólo los nuestros. Qué tus labios y los míos, mientras rajan la tierra, la construyen. Y que hay una historia de besos que el espanto no ha dejado ser”.
RM/LT
Esta nota fue publicada originalmente en medium.com/@ro.amagnani