Lomas de Zamora, mayo 22 (AUNO).- Recién amanece en el sur de Buenos Aires. El rocío cubre el pastizal de una chacra de Llavallol. Los peones ordeñan unas vacas. Un hombre de mediana edad avanza tranquilamente hacia ellos con un jarro, dispuesto a buscar leche fresca. Ese hombre fue Albert Einstein cuando en 1925 visitó la Argentina. Si bien existe una amplia documentación sobre el revuelo que causó su estadía, lo cierto es que apenas hay datos de su breve paso por Lomas de Zamora, al punto tal que se cuestionó su paso por la localidad. Sin embargo, AUNO ratificó que sí, que estuvo allí y que la escena del jarrito y otras más ocurrieron en ese lugar.
Por aquellos días, un amigo de Einstein, el próspero comerciante en la industria papelera Bruno Wasserman, era dueño de una chacra ubicada en las afueras del municipio lomense y le ofreció alojamiento al recién llegado premio Nobel, que aceptó la propuesta para descansar de su apretada agenda argentina y del acoso constante de personalidades y medios de comunicación.
Con ese plan, Einstein llegó a la Llavallol el 5 de abril y fue llevado en auto por el vecino Agapito Otero, quien era el único en esa época que tenía un vehículo cerca de la estación. Otero es el apellido de una de las familias por entonces más influyentes en la historia de esa ciudad, y el nombre del chofer eventual de Einstein hoy lo tiene un colegio privado de la ciudad.
“Él vivía donde ahora está la inmobiliaria (de la misma familia) y como era uno de los pocos que tenían auto llevaba a la gente cuando bajaba del tren para ganarse unos mangos. En una de esas, lo enganchó a Einstein y lo llevó a la quinta del amigo”, contó Oscar, dueño de la casa de fotografía ubicada 50 metros de la estación. Esta versión que se transmitió de vecino en vecino fue corroborada por historiadores locales.
Lo cierto es que el recién llegado pudo integrarse con relativa facilidad a la comunidad local, donde fue bautizado respetuosamente como “Don Albert”.
ENTRE ÁTOMOS Y MORTADELA
“Mi padre conoció a Einstein y le dio una galletita con mortadela, esa fue la primera vez que la probó”, reveló a AUNO Eduardo Corrado, director del Teatro Municipal de Lomas de Zamora. Su padre, Pascual, era el mecánico de los Wasserman y tuvo el lujo de introducir al físico alemán a la gastronomía de la clase obrera bonaerense.
“Don Albert” solía levantarse temprano para aprovechar los lujos que disponía la chacra. El favorito del científico durante aquellas tempranas horas era el de “ir con un jarrito a buscar leche recién ordeñada”, puesto que la familia Wasserman disponía de un tambo en la propiedad. Hay varias anécdotas que dan fe de ello.
Corrado también contó que lo que más recordaban con cariño aquellos trabajadores era la afición que el intelectual tenía por el violín. En la chacra, Einstein solía aprovechar su tiempo libre para tocar el instrumento e incluso llegó a ser la atracción principal en una festividad familiar: “Fue en una reunión en la quinta de los Wasserman, durante el cumpleaños de una tal Carmen”.
La chacra fue el remanso de Einstein en la intermitencia de sus compromisos sociales. Allí, según su diario íntimo, encontró un “maravilloso clima y hermosa quietud” y además fue el sitio donde tuvo “una idea sobre una nueva teoría sobre la conexión entre la gravitación y el electromagnetismo”.
El tiempo que pasó en Llavallol fue breve debido a que sus constantes conferencias, banquetes y condecoraciones honoríficas lo alejaron de la tranquilidad que encontró en esa estancia. El último día que estuvo en Lomas de Zamora fue el 11 de abril, día que partió hacia Córdoba como parte de su recorrido por el país en el que estuvo hasta el 23 de ese mes.
Desgraciadamente poco quedó del paso del Nobel por Llavallol puesto que, según Corrado, varias fotos de él las tenía el mayordomo de los Wasserman y le fueron “robadas”. La únicas que más circulan son una en que “Don Albert” está tocando el violín y otra en la que detrás de él se ve un cartel que dice “Llavallol fútbol club”. Las dos son de dudosa procedencia y no podrían dar fe de la estadía.
Como si fuera poco, la propiedad de lo que fue la chacra de los Wasserman fue vendida a mediados de los ‘40 a una orden religiosa que construyó allí un convento de monjas y fundó el colegio “La Milagrosa”. Lo único que se preservó de la estructura original fue un minúsculo cuarto de herramientas, según relató a esta agencia una de las monjas del lugar.
En el proceso de confirmación de datos, AUNO estuvo allí. Y como si se tratara una tragicomedia, la única monja que podía aportar datos fidedignos sobre la historia de la propiedad y los vestigios del paso de Einstein había fallecido a los 99 años en la misma semana en que estos cronistas iniciaron la investigación.
EL PASO DE DON ALBERT
En 1923 Einstein recibió la primera invitación al país de parte de la Asociación Hebraica y la Universidad de Buenos Aires (UBA) con el objetivo de exponer sus postulados, entre los que destacan la Teoría de la Relatividad y la del Efecto Fotoeléctrico, por la que fue galardonado con el premio Nobel de Física en 1921.
La idea fue promovida por el escritor Leopoldo Lugones, probablemente el enlace más fuerte que tenía el alemán con la comunidad intelectual argentina puesto que ambos ya se conocían.
Luego de un año de idas y vueltas, Einstein aceptó la invitación y el 25 de marzo de 1925 a las 2 de la madrugada arribó al país en el barco “Cap Polonio”. Según el diario hebreo Di Presse, el Nobel representaba a los “judíos buenos y conscientes”.
Durante su paso por Argentina, el científico tuvo la oportunidad de encontrarse con las personalidades más destacadas de la elite intelectual, tales como el doctor José Ingenieros, el entonces presidente Marcelo T. de Alvear e incluso con el futuro premio Nobel de Medicina Bernardo A. Houssay. Pero ninguno le convidó mortadela, como en aquella chacra de Llavallol.
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AUNO-22-05-18