Artl: siete pecados camino a la vanguardia

Los Siete Locos es una novela implacable que traduce los comportamientos de sectores sociales y los detalles de la ciudad porteña con el vaivén de los ánimos que van de la angustia a la alegría esporádica. En la obra están también la lujuria, la pereza, el robo y la envidia.

Fernanda Cartolano

Lomas de Zamora, mayo 19 (AUNO) – Roberto Artl en Los siete locos traduce las condiciones sociales naturalizadas que debían ser desnaturalizadas y, en forma implacable, personifica las manías de los sectores populares porteños, que oscilan entre la angustia y la alegría esporádica.

“Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. […] Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada”, escribe Tomás de Aquino en el siglo XIII.

Siglo XX. Una prostituta fumando un cigarro a la espera de quien disponga el dinero para estar con ella. Un albañil, transpirado y con ojeras después de 12 horas de trabajo duro en una obra en construcción. Una pareja y los celos de que ella no haga nada más que las tareas de la casa, por miedo a que se vaya con otro. El sábado que se agrega para que sea trabajado, un día más por más dinero. Y Artl buscando definirse en el relato, observando y tomando elementos de la realidad y las características de los personajes que la componen.

Durante su época sólo insistió en poder desarrollar la identidad del contexto aquel, reflotar el espíritu de los trabajadores y enseñar que había pequeñas picardías que, en el montón, generaban una cierta disconformidad y malestar entre la clase subordinada por el poder y los capitalistas.

Este hombre enardecido en demostrar las pequeñas falacias de esa clase era Roberto Arlt. Y su forma de describir esa cotidianeidad fue lo que detonó en una vanguardia en la literatura, marcando la contracara del relato literario argentino del siglo XX.

Industrialización

Arlt, hijo de europeos prusianos, nacido en 1900 y criado en el barrio porteño de Flores, periodista, escritor y dramaturgo, era la carne del trabajo para solventarse en una época de industrialización.

Se denominaba autodidacta y esto fue la fuente de inspiración para poder hacer literatura, pero con la característica de no perderse las conductas de su entorno y, por supuesto, de la clase a la que él pertenecía.

Por eso, seguramente, fue calificado como “desprolijo”, porque su narrativa toma la realidad cotidiana y la ficcionaliza, utilizando palabras convencionales del porteño y no tanto hacía manejo del lenguaje en términos complejos, como sí lo hizo Jorge Luis Borges.

Hombre de los años 20 y 30, que supo estar con los pies bien en la tierra durante el yrigoyenismo, porque en esa coyuntura internacional, en el que caía la bolsa de Wall Street en el período entre guerras mundiales y en Argentina se vislumbraba el derrocamiento la democracia, resultó ser un escape durante la crisis. En ese marco, el escritor desarrolló su trabajo periodístico, de parte de realidad y ficción, en el cuál caracterizaba a trabajadores y sectores medios.

Y sus cuentos, contenidos por grandes descripciones de la geografía porteña –las calles y la esquina, los bares, las plazas, la cárcel y el trabajo-, la semejanza con el pensamiento popular y la luz entre líneas que mostraba la picardía del obrero que aspiraba en sus sueños a ser un burgués.

La calidez para describir a los personajes en su hacer de todos los días, en un mundo que pintaba a caerse entero, mientras se instauraba que ese vértigo de peligro iba a devenir en “progreso”.

Por qué decir que Arlt buscaba retratar a un sector social, si él era perteneciente a esa misma clase. Seguramente en cada escrito habría buscado volcar en el papel todas las condiciones naturalizadas que debían ser desnaturalizadas, algo que como condición atravesaba a todos; él encarnaba eso, no lo dudaba y buscaba corromper esa estructura. Siempre fue algo que se desarrolló en sus obras, era lo que le daba el estilo que hoy reivindican tantos.

Lujuria, pereza, robo y envidia

Seguramente, haya sido un retrato de los pecados capitales en trabajadores que no hicieron más que morder de esa manzana y después, bajo un profundo sentimiento de miseria, buscaron justificar sus actos, minimizándolos y aventureando en forma un poco delirante en su pensamiento.

Remo Erdosain, el personaje principal, siempre se cuestionaba a sí mismo qué es lo que podría hacer cuando tuvo la idea de que se podía defraudar a sus patrones, robando dinero de su trabajo, seguramente, para sentirse un poco más en lo alto. Los billetes eran el sinónimo de la felicidad y no tenerlos era angustiante.

La moral, la ética, nunca dejaron de darle ese sostén tan importante a cada historia que Arlt componía. Se trata de elementos que condicionan a la personalidad y a la pluma del autor, al contexto y a sus personajes.

Y así es como comenzó todo. Entre conflictos ideológicos, militares que estaban al acecho por la toma del poder a través de un golpe, y la violencia común de burgueses hacia el pueblo, nutrieron a la narrativa de Arlt en la nomenclatura de devolver, en forma corrosiva pero cómica, lo que hacía a la clase trabajadora permanecer bajo el sometimiento y el temor de no poder llegar al templo de la materialidad y las comodidades. Para el escritor, eso era algo medular en modificar.

Arlt no consentía a la línea del progreso, sino que criticaba la existencia de una parte reducida de la sociedad porque era la dueña de la mayor parte de la economía. El autor daba cuenta de lo que ocurría y comprendió perfectamente que los dueños de los medios de producción no eran los trabajadores, sino que estos eran quienes vendían su fuerza de trabajo a cambio de un salario para no ser dueños de lo que producían, porque la ganancia de eso se la llevaba la burguesía.

Una visión que no se aleja tanto de la realidad de hoy, la única diferencia es que sí se avanzó en relación a esa estructura político-económica y actualmente el sentido de ese progreso se generaliza en términos globales con nuevas características.

Las falacias

Ahora bien ¿Por qué los pecados capitales hacen a su vanguardismo en el siglo de la industrialización? La respuesta será porque se contrapone exponiendo a las características del contexto en forma negativa. Arlt tenía una posición personal al respecto y la difundía por medio de la ficción tratando de remarcar las falacias de convivencia social, materia compartida entre el obrero y el burgués, ya que ambos tenían naturalizados sus roles en la relación económica despareja, inequitativa.

Toda ficción que proviene de Arlt trata la facultad que tiene el ser humano en sí de generar esos pecados, que son la característica humana y que, generalmente, se justifican con distintos argumentos.

Esta forma de idealizar la conducta humana en la época del progreso fue lo que hizo, de este escritor y periodista, la personificación de la vanguardia literaria que se diferenciaba rotundamente de los textos de otros.

Los sectores populares, la clase trabajadora, interpretaba en la lectura algo especial y no podía evadir la fuerte identificación, un motivo totalmente opuesto a lo que la literatura de Borges podría llegar a generar, que no sólo resultaba ser discriminatoria, sino que los recursos lingüísticos utilizados se relacionaban en forma directa o indirecta a novelas europeas, citando distintos idiomas y jugando de forma compleja.

Si bien sus textos son muy críticos, hacía lo posible para demostrar que en la literatura no hay que subestimar a los trabajadores, sino que ellos también son dignos de nutrirse de esa faceta artística de la cultura.

O no sea cosa que la lectura sea un arte privado, que no pueda ser parte de la clase que no puede leer en francés o en inglés. No sea cosa que la literatura también sea algo malo, tabú o un pecado. Y si así fuese, qué bueno que Arlt haya existido para empoderarse de la cualidad de escribir y narrar historias comunes de gente que peca, y que seguro lo hace porque el sistema la obliga. Entre tantos a quiénes culpar, la Justicia todavía desvía sus ojos y no mira a dónde tendría que mirar.

Quienes son los dueños de los medios de producción no son, justamente, los santos en esta historia. Y cada pecador que a su vez es un trabajador, desde ya que peca de inocente en todos los relatos y en el pensamiento Arlt.

AUNO 19-05-16
FC-HRC