“No fue un amague, realmente las cosas cambiaron.” La conclusión de Vladimir Mazurok, cantante de “El Abuelo”, una de las bandas lomenses de mayor crecimiento en los últimos años, define en pocas palabras el escenario de la música independiente en zona sur luego del incendio en República Cromañón donde la madrugada de l30 de diciembre de 2004 murieron 194 personas. Algunos artistas, como Andy, de “Tracy Lord”, opinan que el rock “había perdido la rebeldía tiempo antes”, otros aventuran conclusiones sobre los cambios en la escena musical del conurbano, y otros se quejan del “negocio” que los gerenciadores de escenarios montaron tras Cromañón. Luego de charlar con referentes de bandas del “underground” local, AUNO da a conocer algunas formas de resistencia y organización que en estos tres años modificaron parte de la cultura del rock.
Amén de las consecuencias políticas (la destitución del ex jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra), jurídicas (el juicio a Omar Chabán, gerenciador de Cromañón), artísticas (con la “persecución” que denunció la banda Callejeros) y cultural (en el debate en torno de los rituales propios del rock), el cambio más palpable para las bandas locales se dio en las restricciones al acceso a esa experiencia un poco mística, artística y un tanto glandular que es dar recitales de rock.
Después de Cromañón –-y cuestiones económicas de por medio—, algunos lugares históricos, como El Borde, de Temperley, cerraron. El mercado se encargó de ocupar el resto de los bares de esa localidad y Banfield con reggaetón. Y las garantías que Peteco’s y el Aditorio Sur convocan bandas en relación con la cantidad de público que mueva.
Según los músicos, los dueños de boliches chicos y bares “hacen negocio” con su arte y “no aportan las condiciones de seguridad necesarias” que garanticen la integridad de músicos y público, tal como lo definió Ringo, de “Botasucia”. Según él, los gerenciadores de los escenarios locales dan fechas para tocar “según qué onda sea la banda” y con “arreglos” por la venta de entradas, en los que una banda que mueve a 100 personas termina llevándose 50 pesos para pagar el flete. (Ver Experiencias de la resistencia )
SEÑOR, QUEREMOS TOCAR
Esta agencia averiguó qué se pide a una banda que quiere dar un recital en tres escenarios, y las respuestas fueron disímiles, así como las condiciones de seguridad ofrecidas y el arreglo económico por las entradas. En “Blackbird”, de Temperley, casi toda la fachada es puertas, cada banda tiene que llevar su propio sonido pero se queda con todo lo recaudado por entradas, en tanto que el lugar gana su dinero con la barra donde se venden bebidas. Para tocar ahí, se pide un demo (“para ver qué la música no sea muy bardera”), un estimativo “de la cantidad de gente que mueve la banda” y referencias de otros bares.
En “El Tío Bizarro”, de Burzaco, el sonido es mejor, hay un escenario levantado a 40 centímetros del piso y de metro cincuenta de ancho, y la banda toca al fondo de un pasillo. Para tocar hay que anotarse en una lista de espera, previa presentación de demo. Además de lo recaudado por consumiciones, el local se guarda un porcentaje de la venta de entradas. Un problema para las bandas chicas aspirantes a tocar es que si “Fantasmagoría”, “Los Álamos” o “Don Adams” (tres de las más conocidas) quiere tocar el mismo día que uno, hay que esperar.
En “Costumbres Argentinas”, de Banfield, el sonido es de lo mejor que puede pedir una banda que recién empieza. Existe un escenario con retorno y el lugar es más espacioso. Las fechas se piden con un mes de anticipación y las entradas se entregan a un costo de 4 pesos cada una. La banda elije cuánto la cobra a su público y el lugar cobra 12 pesos un jugo con vodka. Si los músicos trabajan o estudian, y no pueden darles las entradas a sus amigos en la semana, se las tienen que quedar porque no se pueden vender en puerta. Ahí sólo las vende el lugar, a 10 pesos. Eso sí, después del show, músicos y amigos son agasajados en el VIP con tragos gratis.
A PIE, CON LA GUITARRA AL HOMBRO
Frente a un escenario de esas características, un grupo de bandas lomenses sub 20 se organizó y ofreció durante toda la segunda mitad de 2007 un show mensual en el que 5 o 6 agrupaciones musicales tocaron en “El Manifiesto”, una casa socialista ubicada en Boedo 711 que debió mudarse del local que ocupaba a 50 metros “porque los vecinos se quejaban de ‘ruidos molestos’”, contó Triana, organizadora de los festivales Retro Rock y bajista de The Smartouch. Su banda animó las fiestas junto a “Androide Mariana” (ex “Vintage”), “The Dashlite” (ex “Juicebox”), “Von Braun Rocket”, los solistas “Buehh” y “Shadow”, y “Ácido Camboyano”, que sobrevivieron a la década de 1980 y volvieron al ruedo para revivir los años dorados del under de zona sur. (Ver Dos décadas atrás, en zona sur ).
AUNO fue testigo de la última fiesta de 2007 allí, el pasado viernes, entre unas 60 personas que se apiñaban en un galpón con una puerta de dos hojas como único acceso. Los artistas debieron combatir los problemas de sonido, iluminación y escenario y acelerar sus temas para terminar antes de la 1, hora en que suelen oírse los golpes de los vecinos a la puerta. Pero deben tocar ahí, porque en otro lugar no pueden debido a que no aseguran un mínimo de 300 personas. Y después de tocar, hacen lo contrario a lo que reclama Ringo, cantante de “Botasucia”: “El músico no tiene que estar pensando en la venta de entradas o el flete que los viene a buscar a la puerta del boliche para llevar los instrumentos. Al músico le corresponde el arte”. Sin embargo, cuando el último cierra la fecha, entre todos desarman los equipos y se van a pie con la guitarra al hombro.
LP-AFD
AUNO-30-12-07
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