A sangre y fuego en Monte Chingolo

Hace 32 años, el ERP intentaba copar el regimiento de arsenales Domingo Viejobueno, en Lanús, una operación que resultó ser una emboscada del Ejército; un agente infiltrado en la organización conocía de antemano los planes de los guerrilleros. Una batalla que significó el principio del fin de las organizaciones armadas en Argentina.

La operación armada de mayor envergadura que una organización revolucionaria llevó acabo en la historia Argentina, significó también el principio de un sangriento declive que desembocaría en la derrota final de las fuerzas guerrilleras que operaban en el país. Hace 32 años, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) atacaba el cuartel de arsenales Domingo Viejobueno, ubicado en la localidad de Monte Chingolo del partido de Lanús. Una acción que, desde su planificación inicial, estuvo infiltrada por los servicios de inteligencia del Estado y que arrojó un saldo de más de un centenar de muertos, como consecuencia de una virulenta represión que no distinguió entre militantes, combatientes y los habitantes de un barrio cercano a la unidad castrense.

El clima de efervescencia política que se había iniciado en mayo de 1969, tras la irrupción del Cordobazo, llegaba a su fin en diciembre de 1975. El decreto del tambaleante gobierno de Isabel Perón, que habilitaba a las Fuerzas Armadas a la “aniquilación del accionar subversivo”; el repliegue de la guerrilla en Tucumán; la aplicación del “rodrigazo”, un duro plan económico que supuso un duro golpe contra los ingresos de los asalariados, y el levantamiento del brigadier Jesús Orlando Capellini, el 18 de ese mes, constituían los síntomas del claro retroceso que se vislumbraba en el campo popular.

Mientras tanto, bandas de ultraderecha y organizaciones armadas batallaban en medio de un país sacudido por un clima de violencia generalizada que preanunciaba un golpe de Estado que a esa altura parecía inexorable.

Ante este contexto, la conducción del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), brazo político del ERP, consideraba que Argentina se encontraba en un proceso de “reflujo de masas”, y que esta situación podía revertirse si las presiones del Ejército se acentuaban. Era necesario entonces producir un hecho de gran significación política y militar que pusiera freno a cualquier intentona golpista.

“Hay que levantar la moral del pueblo y volcarlo a la lucha contra la burguesía”, evaluó Mario Roberto Santucho, máximo líder del ERP, en una reunión de la conducción del PRT en la cual se decidió copar el regimiento Viejobueno, en un operativo a gran escala y que tenía como objetivo la captura de una gran cantidad de armas que permitirían intensificar “la guerra popular”.

“Esta va a ser una acción tan importante como el asalto al cuartel de la Moncada que dirigió Fidel (Castro) en Cuba. Es una operación decisiva que nos permitirá cambiar el destino de la lucha de clases en Argentina”, les anunció Santucho, con un inquebrantable optimismo, a los integrantes de la cúpula del ERP, según cuenta en su libro “Monte Chingolo”, el escritor Gustavo Plis Sterenberg.

El ataque estaría a cargo del Batallón General San Martín, la unidad más importante del ERP, que estaba compuesto por tres compañías, lo que equivalía a más de un centenar de combatientes. Además del grupo que intentaría ingresar al predio del Ejército, Santucho dispuso unidades de contención en distintos puntos del Gran Buenos Aires, sobre todo en la zona sur, con el propósito de neutralizar la movilización de las fuerzas represivas.

Pero los militares conocían de ante mano los planes de los guerrilleros. Jesús Reiner, un antiguo militante del peronismo revolucionario que colaboraba con el PRT en calidad de adherente era en realidad un agente de inteligencia del Ejército, que además de pasar información al enemigo, se encargó de sabotear el armamento que utilizarían los combatientes durante el operativo.

Más allá de las delaciones perpetradas por Rainer, la conducción manejaba datos sobre que la operación podía estar “cantada”, pero Santucho prefirió seguir adelante. “Esto es muy arriesgado. Hay que levantarlo”, le reprochó uno de los referentes de la organización al comandante, de acuerdo con el trabajo de Plis Sterenberg, y el santiagueño le replicó cortante: “El operativo se va a hacer”.

A las 20 horas del 23 de diciembre, un camión repleto de miembros del ERP irrumpió en el cuartel de Monte Chingolo, en la periferia de Lanús y Quilmes. Alertados de la ocurrencia de la operación, efectivos de las tres armas –Ejercito, Marina y Fuerza Aérea– se movilizaron para repeler el ataque, y en cuestión de horas dominaron la situación ante un oponente que además de sus deficiencias materiales y numéricas carecía de su principal recurso: el elemento sorpresa.

Superados por el Ejército, los integrantes del ERP decidieron replegarse a una villa miseria y guarecerse allí de la furia represiva. En la mañana del 24, los militares rastrearon casa por casa al asentamiento y aviones de la Marina y la Fuerza Aérea ametrallaron varias de sus precarias viviendas.

El saldo final de la contienda fue de más de 70 guerrilleros muertos, dentro y fuera del batallón atacado, y 10 militares y policías abatidos. En tanto que las víctimas civiles de la represión llegaron a 40, entre las que figuran una nena de 4 años y otra de 11.

La mayoría de los cuerpos de los revolucionarios y de los villeros muertos fueron trasladados al cementerio de Avellaneda, donde se los enterró en una fosa común como NN. Algunos de estos cadáveres aún no han sido identificados.

El 28 de diciembre, y luego de que se efectuara una revisión de lo actuado, la conducción dedujo que el único que estuvo en contacto con todos los armamentos que en combate presentaron defectos de funcionamiento resultó ser Reiner. La conducción ordenó detenerlo y someterlo a un tribunal revolucionario, que lo encontró culpable del delito de traición.

El “Oso” confesó haber delatado la operación de Monte Chingolo y ser el culpable de más cien caídas en el seno de la organización. Se lo ejecutó el 13 de enero de 1976. “Soy Jesús Reiner, agente de inteligencia y entregador de mis compañeros”, decía el cartel que se le adosó a su cuerpo, que apareció en un baldío del Bajo Flores.

La derrota en Monte Chingolo constituyó un golpe letal para el ERP. La organización perdió a sus mejores hombres en esa batalla y en los meses posteriores, las caídas se multiplicaron por decenas. Así, la ocurrencia del golpe de Estado, en marzo de 1976, encontró al ERP en retirada y con una capacidad operativa muy reducida.

En julio, Santucho y su lugarteniente Benito Arteaga, cayeron en un enfrentamiento en un departamento de la calle Venezuela, en la localidad de Villa Martelli. Tras la muerte de su líder, Luis Mattini asumiría la conducción del ERP, que finalmente se disolvería tres años después y con la mayoría de sus integrantes en el exilio.

En suma, el intento de copamiento de Viejobueno significó el “canto de cisne” de buena parte de una generación de luchadores que, más allá de sus errores, entregó sus vidas en pos de un sueño, que se ahogó en la sangre y el fuego de los años setenta.

LC-AFD
AUNO-23-12-07
locales@auno.org.ar

Dejar una respuesta