Lomas de Zamora, junio 18 (AUNO).- Un camino de cemento rodeado de árboles. Un bosque. El campo, largo, grande. Una falsa barrera. El barro y el pasto. Unos pastones, unas máquinas viejas, casi de colección, y un galpón. Y un tambo. Vacas pastando, gente trabajando con sus bombachas de campo y boinas, tractores y máquinas de arar. Todo a diez kilómetros del centro de Lomas de Zamora, en el conurbano bonaerense. En Santa Catalina, en los terrenos de la Universidad de La Plata. Un tambo en la ciudad.
“Yo digo que soy el cura de Santa Catalina: Todos vienen a preguntarme cosas y confiesan otras.” Héctor Arroqui es su nombre, pero por el campo todos lo conocen como “Cholo”. De aspecto simple, con sus manos curtidas por el trabajo y extremadamente secas por el frío, Héctor vive y trabaja dentro del predio. “A las 48 horas de haber nacido ya vivía acá”, afirma. El año pasado cumplió 50 años de servicio: “Empecé a los 14 como peón, después fui administrativo, tambero y jefe de campo; y hace seis años soy director, que es la autoridad máxima”. Si bien lleva una vida entera dentro del predio, tiene poco de gaucho. “Me considero una persona de campo”, se define. Su sabiduría hace que todos le presten atención cuando habla. Realmente es el que más sabe sobre el tambo y sus cosas.
El predio de Santa Catalina tiene 650 hectáreas. Dentro se encuentran el tambo, que depende de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de La Plata, la Facultad de Agrarias de Lomas de Zamora, el Instituto Fitotécnico de la Universidad de La Plata y las casas de los trabajadores del campo. Actualmente constituye uno de los reductos rurales del sur del conurbano bonaerense. Es un pulmón en el medio de la ciudad, cada día más polucionada.
Los muchachos que trabajan allí no son tan campestres ni gauchescos: son una mezcla. La ciudad ha invadido en ciertas aspectos al campo. Una de ellas es la forma de vestir. Si bien la mayoría de los trabajadores usa la bombacha de campo para las tareas, es poco frecuente que la use en su vida cotidiana. Lo mismo con las boinas. Pero siempre hay una excepción a la regla: Eduardo “El Gaucho” Beretta.
Vestido de camisa, con la boina de costado, cuchillo en el cinturón gauchesco, alpargatas y la piel curtida de trabajar en el campo. “Me gusta vestirme así”, expresa con una leve sonrisa. Pero no se va a caballo. Se sube a su Falcon de los años sesenta. Todo no se puede.
El tambo es un galpón grande con aspecto viejo. Sus paredes lucen gastadas y su fachada respeta la época en que fue armado. Estar ahí te lleva a otra época: a una vida más simple, sin tantas complicaciones ni complicados. Una vaca mugiendo o un pájaro chillando desde arriba de un árbol pueden sonar como una bomba en el silencio. A lo lejos se ve el Cruce de Lomas. Tan cerca de la ciudad, del ruido, de la locura con la que se vive, está la paz del campo. Cuán cerca pueden estar dos mundos completamente distintos.
“Ha mejorado mucho desde que empecé a estos tiempos. En mis inicios trabajabas con 35 vacas y ahora estamos en 94. Entre junio de 2011 y junio de 2012 se llegó a un millón de litros de leche entregados. Algo histórico para el tambo y para la Universidad de La Plata”, asegura Héctor. “Tenemos un buen tambo, bien armado. Excelente para la docencia. Hacemos docencia y comercializamos, dos cosas paralelas. Es comercial porque abastece al campo. Se mueve con la recaudación del tambo”, agrega.
En Santa Catalina hay casi 200 años de historia agropecuaria. Sus primeros habitantes fueron colonos escoceses. En 1881 se crea el Instituto Agronómico Veterinario, que inició actividades en 1883. En 1929 se crea el Instituto Fitotécnico. En 1961 se lo declara “lugar histórico nacional”. En 1977, la Universidad de la Plata dona parte de sus terrenos para la creación de la Facultad de Ciencias Agrarias de Lomas de Zamora.
Junto a Héctor trabajan 12 personas, entre ellos su hijo Hernán y su sobrino Pablo. Su hijo empezó hace poco pero toda la vida estuvo cerca. “De chico Berretta me llevaba en el tractor a dar unas vueltas y ya sabía lo que iba a ser de grande”, admite Hernán. Ni él ni Pablo lucen un aspecto gauchesco. La bombacha de campo es lo único que comparten. Ambos tienen auto y celulares. El guacho fue domado por la ciudad. Cuanto más jovenes, menos toman las tradiciones. Los más grandes marcan el rumbo. “La gente de antes trabajaba más esforzada, por el tipo de herramienta que había, pero rendía más que la de ahora. Hoy especulan todo. Antes no existía un gremio pero la gente no era esclava, sólo agachaban la cabeza y trabajaban. Cumplían su labor. Hoy trabajan menos horas con muchas pretensiones”, afirma Héctor. “Hoy se trabaja con el sistema de la ciudad”, agrega.
En el predio viven 12 familias, muy cerca de su trabajo. “Salgo de mi casa, hago un kilómetro y estoy en el medio del campo”, cuenta Cholo. “Es lindo vivir adentro porque estoy cerca, pero cualquier problema te vienen a buscar. Y tenés que estar presente aunque no sea tu horario. Problema de luz, un parto, problemas del campo. Tenés que sacar horas de tu descanso para cumplir”, agrega. Las casas son antiguas con retoques modernos. Un alero que ya casi no se ve forma un corredor, la casa tipo chorizo con piso de madera con una pileta de plástico empotrada en la tierra y un portón nuevo, corredizo. Un auto modelo 2012 en la puerta. El gaucho se modernizó. O se “desgauchizó”.
AUNO-18-06-2014
FC-MDY
Crónica realizada en la materia Taller de Periodismo Gráfico.