María Eugenia Álvarez llega al patio enganchada del brazo de su enfermera y se sienta despacito en el sillón preparado para la entrevista. Que esté acompañada por una enfermera es interesante, porque ella hace algunos años también lo fue. Y cuidó a una persona clave para la historia argentina: Eva Perón.
María Eugenia fue la enfermera de la dirigente en sus últimos años de vida. Además de ser su cuidadora y mayor confidente, le sostuvo la urna para que pudiera votar desde su cama el 11 de noviembre de 1951, día en que inauguró el sufragio femenino en la Argentina. Emociona cuando recuerda ese momento que vivió con tan solo 24 años: “Yo temblaba; era una hojita temblando con la urna en mis manos”. De esa fecha pasaron ya 74 años.
Vive hace un tiempo en el geriátrico “Dulce Hogar”, en Luis Guillón; aunque varias veces cree estar en su casa. Pese a la confusión y con 98 años, contesta lúcida las preguntas.
Es hincha de River, fanática de Gardel y muy católica. Varias veces se persigna durante la entrevista, sostiene y aprieta contra el pecho su rosario celeste y trae a colación el tema de la religión, sobre todo cuando habla de Evita y el peronismo.
Empezó a estudiar enfermería a sus 15 años con la ayuda de un amigo de su padre, Adrián Jacobo Bengolea, prestigioso doctor del siglo XX. Él fue su maestro y quien después la recomendó a Perón para cuidar a Evita. Con los ojos celestes bien abiertos, Eugenia recuerda que Bengolea le dijo: “Hijita, vas a tener una gran responsabilidad en tu vida a partir de hoy. Te lo ordeno yo. Vas a cuidar a la esposa del presidente de la República y no se dice más nada sobre eso”. Lo cuenta como si todavía no pudiera creer la hazaña.
De solo conocer a Evita por películas a sostenerle la urna para que vote por primera vez: María Eugenia es de esas personas que no todos conocen pero que fueron parte del momento en que se escribía la Historia.

-¿Cómo tomaron los varones en aquella época la aprobación del sufragio femenino?
-Bueno, mire… había muchísimos del gobierno que estaban contentos, muy amables, venían y nos felicitaban, pero había otros que no querían saber nada. ¿Y por qué? Si las mujeres podían afrontar este derecho tranquilamente…
-¿Y las mujeres estaban contentas?
-Muy contentas, estaban locas, chochas de la vida. La gran mayoría. Todas querían votar, luchar para el país, ayudar al general Perón y a Eva Perón en sus tareas.
-¿Qué recuerda de ese 11 de noviembre del ’51, cuando sostuvo la urna para que Evita pudiera votar?
-¿Se imagina usted? Yo temblaba, era una hojita temblando con la urna en mis manos. Emocionante fue, una cosa extremadamente enorme y de emoción. Ella que iba a votar; yo que llevaba la urna. Yo que era enfermera también iba a votar. ¿Sabe lo que fue para el partido femenino peronista? Ella decía: ‘los hombres van a odiar a las mujeres’ y yo le decía ‘no, señora, se les va pasar, va ver que después se ponen contentos’. Y así fue.
-¿Qué sintió cuando pudo votar por primera vez?
-Era una cosa enorme de alegría. Sentí libertad, que podía votar en mi país, ser libre como los pájaros, hablar con cualquier cantidad de gente. Expresar lo que pensaba y que ellos me contaran lo que ellos pensaban. Fue formidable y con la juventud ni le cuento… fue extraordinario. Había más aceptación que en la gente mayor. Pero después aceptaron también. Para las chicas jóvenes era toda una maravilla.
Evita también dejó a Álvarez a cargo de la Escuela “7 de Mayo”, de la Fundación Eva Perón, de donde luego de un ciclo de tres años de estudios se recibían enfermeras para hospital. “Salían unas enfermeras formidables. Los médicos decían que eran para los sanatorios y yo les decía ‘¡para hospitales!’”, aclara fervientemente y llena de orgullo. “Evita me dejaba todo, si me descuidaba me dejaba la casa… ¡ay Dios, mamma mia!”, expresa. Ríe por primera vez en la entrevista y esconde la cara entre sus manos.
-¿Por qué cree que Evita la puso al frente de la escuela de enfermería de la Fundación?
-Porque le gustaba como estaba trabajando como enfermera. Hablábamos de cosas de enfermería y ella, viva, estaba viendo y buscando la forma de entender lo que decía para ponerme en la escuela de enfermeras. Eso hacía ella y yo me daba cuenta pero me hacía la tonta, confieso. Eva y el general tuvieron mucha confianza en mi persona.
Para este punto de la entrevista se empieza a escuchar música muy fuerte de los vecinos de al lado. Álvarez está sentada en el sillón esperando que termine la interrupción. Ante unas fotos enmarcadas que se le entregan, surgen los recuerdos. Una muestra a Evita en su cama y a María Eugenia sosteniendo la urna (foto de portada). La otra, a la dirigente ya muy enferma, rodeada por Perón y los médicos encargados de sus cuidados.

Nombra a cada uno de los doctores que aparecen en la imagen y menciona a Eva con mucha ternura en su voz mientras acaricia la foto. “Se lo agradezco mucho, muchas gracias; qué lindo recuerdo, por Dios, que tengo acá para llevar a mi casita y ponerlo en la sala tranquilamente.” La enfermera le entrega las fotos a su cuidadora.
-¿Evita conocía la gravedad de la enfermedad?
–(Hace una pausa y mueve el dedo diciendo que no) Al comienzo no, pero después, como se sentía cada vez peor, sospechaba. Un día me dijo de sorpresa: ‘María Eugenia, ¿yo no tendré un cáncer?’ Le contesté: ‘ay, señora, ¿qué me está diciendo, por Dios? Usted lo que tiene es una enfermedad como tantas que le pasan a cualquier persona, sencilla, se va curar pronto, hay que tener paciencia nada más pero se cura’.
-¿Cómo fueron los últimos días de Evita?
-Para mí, que tenía que sostenerme firme como si nada, sabiendo que se me estaba muriendo… Le tomaba el pulso, la presión arterial y ya sabía. Había hablado con el doctor Bengolea: ‘Maestro, se me va, y voy hacer lo posible para mantenerme, porque yo la quiero mucho a Eva Perón, porque sé cómo trabaja para cuidar a los niños y a los pobres’.
Alvarez también recuerda con mucho cariño a Perón, habla de una amistad muy grande con él, de charlas formidables y de mucho respeto, casi de un trato familiar: “Me decía ‘Eugenita’, nunca me dijo María Eugenia.” Pero sobre todo habla de la preocupación por la salud de Eva y del amor profundo que tenía por ella: “Perón hizo todo lo posible para darle salud pero ya estaba marcada. Su vida, su alma, su ser humano que se iba al cielo”, dice mientras sostiene su rosario.
Se le quiebra la voz cuando recuerda el último momento. Cuando Eva le dijo “me voy” y ella, preocupada, contestó “¿a dónde quiere ir?”. “No, María Eugenita, yo me voy al cielo”, respondió Eva.
-¿Cómo siguió Perón después de la muerte de Eva?
-El general estaba triste, no estaba muy bien, estaba sufriendo. Él la quería mucho. Yo me daba cuenta que estaba más enamorado que ella. Evita estaba muy enamorada, pero más estaba él. Evita, perdón- dice María Eugenia mirando al cielo con las manos en el pecho, casi avergonzada de haber contado uno de los secretos de su mejor amiga.
–¿Qué enseñanza le dejó Evita a usted?
-Que yo tenía que seguir trabajando para la gente humilde en la escuela de enfermeras para crear más enfermeras para la patria argentina porque hacían falta enfermeras recibidas que no había. Y yo lo hice. Me mandaron a los hospitales de las provincias y lo hice. Logré (trabajar) para cuatro hospitales y mucho más hasta que me retiré.
Ante un posible reencuentro con Evita le daría un abrazo “y un beso grandote acá en la cara”. Cae la tarde, este sector del patio del geriátrico empieza a tener más sombra y ponerse más frío, ya es la hora de la merienda. María Eugenia come bizcochuelo y toma mate mientras escucha “Por una cabeza”. Su cuidadora sugiere la “Marcha Peronista” para que cante. Ella entona sus estrofas mientras hace la V de la “victoria” con los dedos y la visita termina con una sensación de festejo a la vida.
*Esta nota fue realizada en el marco de un trabajo grupal del taller de Televisión.


