Desde que a partir de la devaluación de la moneda el campo se transformó en la locomotora inicial del crecimiento del país desde el piso en el que se encontraba, la soja se convirtió en vedette, por el aporte de fondos que genera y el crecimiento descomunal de su cosecha. Sin embargo, desde la vereda de los ambientalistas, no deja de cuestionarse la masificación de su siembra, con riesgos de transformarse en un monocultivo que termine con las calidades de las tierras en las que se las implanta.
Mientras esta discusión se venía dando desde tiempo atrás, recientemente la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación (SAGPyA) estimó que durante la actual campaña se sembrarían con soja algo más de 14 millones de hectáreas, “lo que constituye la mayor superficie sembrada en la historia del país con esta oleaginosa”. El organismo explicó que “de esta manera el área cultivada nacional crecería un 11,8 por ciento respecto de la del ciclo agrícola precedente, y la producción rondaría las 34,7 millones de toneladas.
“Parte del incremento en el área cultivada se debe a que se han reemplazado tierras que originalmente estaban destinadas al maíz y al girasol, y que por falta de lluvias no se pudieron sembrar. Asimismo, se produjeron fuertes incrementos en zonas marginales, tales como el sur del área pampeana y el norte del país”, explicó la SAGPyA.
Sin embargo, estas estimaciones, que fueron recibidas muy bien por algunos sectores, por el ingreso de fondos y la movilidad que genera en distintos puntos de la economía, volvió a encender la luz de alarma de los ambientalistas, quienes cuestionan, por ejemplo, que la soja avanza sobre zonas de montes, como en Chaco, lo que genera “irreparables pérdidas de diversidad biológica”.
Roberto Casas, director del Instituto de Suelos del Inta Castelar, explicó que “el suelo y los recursos naturales constituyen recursos estratégicos para la Nación, y por lo tanto, la preservación de su integridad y salud necesita de la participación y compromiso de toda la sociedad”.
Casas detalló que los suelos de la región Pampeana “han sufrido una intensa utilización desde comienzos de la expansión agrícola, a principios del siglo XX, con descenso de su calidad”. “Esto se manifiesta en una diminución generalizada del contenido de materia orgánica (25 al 60 por ciento del contenido original, según la textura), intensificación de los procesos erosivos y disminución de la fertilidad de los suelos, por su continua extracción de nutrientes”, indicó.
“El programa de lucha contra la desertificación, más la difusión del sistema de siembra directa en las regiones agrícolas constituyen ejemplos claros de acciones continuas y exitosas. Sin embargo, en los últimos años, el reemplazo de la rotación de cultivos por el monocultivo de soja introduce serias dudas sobre la sustentabilidad ambiental de este sistema”, alertó.
La soja es un cultivo que tras su paso deja una escasa cantidad de rastrojos y de rápida descomposición, por lo que el suelo queda muy expuesto al accionar de las lluvias y el viento. Según distintas estimaciones, que marcaron el balance negativo en la cantidad de materia orgánica del suelo y su fertilidad, se indicó que las dos terceras partes del fósforo que resignó el sueño fueron por culpa de la soja, de lo que sólo se repone vía fertilización química el 16 por ciento.
“El monocultivo es ecológicamente insostenible, sanitariamente peligroso, financieramente inviable, y socialmente insoportable”, condenó también el ingeniero agrónomo brasilero René Piamonte Peña, quien recientemente participó de una Jornada Debate sobre ¿Es sustentable nuestra agricultura?, realizada en la Universidad Nacional del Litoral. “El monocultivo se basa en la lucha contra la naturaleza, rompe el equilibrio ecológico, y termina con la biodiversidad. Con esto perdemos la caja de ahorro de nuestro futuro”, dijo.
Además, y al hacer frente al tema económico, que en el actual contexto mundial beneficia a las economías de Argentina y Brasil, dos de los principales productores del mundo, se preguntó: “¿hasta cuándo es sostenible este modelo?. Qué pasa si los precios de la soja bajan? ¿Qué pasa si China, que es el gran comprador, deja de querer soja transgénica? Hoy en día es un negocio, pero qué pasará en el futuro. Por eso apostamos a otro tipo de agricultura, que tiene más que ver con el desarrollo rural y con la sostenibilidad económica local y nacional”.
Por su parte, Víctor Trucco, hasta el mes pasado presidente de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID), son “puros cuentos basados en mentiras” las críticas contra la soja.“Una persona necesita calorías, proteínas, agua, minerales, vitaminas, para vivir. La principal proteína del mundo es la soja y es lo que estamos produciendo: algo que es vital para el hombre”, resaltó.
Trucco, quien encabezó un programa para que los productores aporten soja a comedores escolares y organismo de gobierno como manera de colaborar en la lucha contra el hambre, desacreditó también que se defienda a la soja por tratarse de un negocio para corporaciones internacionales de fertilizantes: “En Esperanza, Rafaela, San Jorge están mejor que nunca: no hay desocupación. Lo que pasa es que hay una cantidad de contenidos ideológicos detrás de esto. Dicen que solamente es un negocio de las multinacionales… Pero con ese criterio, no tomemos una aspirina, no tomemos medicamentos de Roche ni usemos tomógrafos computados porque son de Siemmens. A uno le puede gustar que la sociedad sea así o no, pero no se puede negar que la aspirina te cura el dolor de cabeza. Si no fertilizamos, no sembramos, vamos a tener una producción similar a la que había en los 40. Pero eso es plata y no vivimos de la plata, parece. Parece que vivimos de las palabras”.
AUNO