Nosotros nacimos para otra cosa

Elogio del torno,el olor a las máquinas,el trozo de acero que sale como lo quería el cliente. Una forma de desahogarse desde la intimidad del taller metalúrgico familiar, en tiempos de bronca e incertidumbre.

Leo Simonetta

Hace unos días le contaba a un amigo lo que estaba pasando en mi taller y me dijo: “¿Por qué no lo escribís?”. Y ahí juro que me bloqueé. Porque a él se lo pude contar en crudo, como me salen las palabras, pero ¿Cómo hacerlo en forma más racional, sin que me broten las puteadas que me generan la indignación, la impotencia, el fastidio?

A mi taller de Lomas, en Camino Negro ahí nomás de Colombres, lo fundaron mi viejo y dos de mis tíos hace muchos años. Ellos se jactaban de que habían llegado bastante lejos a pesar de ser tanos y no haber terminado 6° grado. Así lo repetían cada tanto. Si bien nunca despegó del todo, del taller supieron vivir más de 15 familias a la vez. Hoy apenas si llegamos a seis.

Desde que tengo uso de razón, siempre hubo que remarla. Me acuerdo de chico ver llegar a mi viejo algún domingo a la noche con la pilcha Ombú bañada en aceite, visiblemente cansado, pero siempre con una sonrisa.

Pero lo que hoy nos toca vivir no tiene que ver con el cansancio físico. Es otra cosa. El desgaste va por lo mental, por esa sensación de bajar los brazos y dejar que tanto esfuerzo de una vez por todas ya no sea una carga.

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Hoy tenemos que lidiar con la presión impositiva de ARBA y AFIP, que bloquean cuentas sin previo aviso, que te obligan a ir a negociar con abogados, con contadores, con directores, con empleados que recién empiezan, o con otros que hace años repiten el mismo libreto.

Mientras, tratamos de entender cómo podemos hacer para que la suba de los servicios no afecte a nuestros bolsillos. Pagamos un 300 por ciento más que hace un año. Y ni de casualidad podemos cargar en nuestra mano de obra los aumentos sufridos.

Y a ese combo, agregar que el trabajo no sobra: muy por el contrario, escasea cada vez más.

Cuando veo las noticias sobre “condonaciones” de deudas con cifras millonarias, me enfermo. Lo digo literalmente: me afecta el apetito, me da jaqueca, insomnio,y el corazón va más rápido. Para nosotros la palabra “condonar” no existe: nos hablan de intereses punitorios, resarcitorios, multas y honorarios.

¿Qué hacer contra todo esto? No sabemos. Definitivamente no sabemos hacerlo. Nacimos para otra cosa.

Nosotros entendemos de tornos, limadoras, calibres, micrómetros. De abrir la puerta a las 6.30 y sentir “olor a taller”. Saber que ese trozo de acero que ayer te bajó el camión hoy se lo vas a dar al tornero para que lo mecanice, que después en la fresa le vas a hacer el chavetero y que con el toque final en la agujereadora, el cliente va a estar conforme porque quedó tal cual te lo indicó en el plano.

Que si a la máquina vial que está haciendo un asfalto en Fiorito se le rompió una manguera hidráulica y entonces no puede seguir y te la traen para verla, seguro que la vas a sacar andando.

Esa es la vida de un taller metalúrgico artesanal, de esos que quedan pocos. El cliente te trae un problema y vos le encontrás la solución. De eso sí entendemos y mucho.

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Cuando tenía 14 años, en las vacaciones del colegio, mi papá me mandó a barrer viruta, todos los días durante cinco horas. El odio a mi viejo y a la viruta a esa edad eran indescriptibles. Muchos años después aprendí que me había enseñado un montón de cosas. A ser sensible, respetuoso, humilde, solidario y hasta una buena persona, que es lo que me considero.

Pero claro, muchos funcionarios nacen y mueren siendo gerentes o CEOS de las compañías de sus padres. Otros son abogados, jueces, o contadores antes de haber estudiado. Pero claro, a todos les faltó algo que a esta altura estoy plenamente convencido: barrer viruta.

Un comentario en «Nosotros nacimos para otra cosa»

  • Diego rodriguez dice:

    Te banco leo, fuerza de esta salimos todos juntos, solo hay que tener paciencia a que se vaya el hijo de puta este que tenemos de presidente, todo se va a normalizar y sino por más que cueste hay que despegarse, si algo aprendí en mi infancia es que no hay que remar lo inrremable, mucha suerte un gusto.

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