“Ya tenía la baja (del servicio militar, por entonces obligatorio) y me llegó una carta de citación a través de la Policía de Quilmes. Vinieron a mi casa, me levantaron en un patrullero, notificaron en la comisaría que tenía que viajar a Malvinas, fue entre el 3 y el 5 de abril. El 9 ya estaba allá.” Así comenzaron los primerosdías de abril de 1982 de Santiago Mambrín, uno de los miembros del Centro de ex Combatientes Puerto Argentino de Almirante Brown.
Por entonces Santiago tenía un empleo de gasista en la empresa familiar de su padre. “Llegue a trabajar un mes nada más”, recuerda. La suya es una de las tantas historias que el sur del Gran Buenos Aires acoge pero también oculta, solapa bajo cierta indiferencia. A más de un cuarto de siglo del desembarco de esas inexpertas formaciones militares argentinas en tierra habitada por kelpers, dos ex combatientes compartieron con AUNO sus testimonios sobre lo que vivieron, cómo fueron convocados y cuál es la sensación que los domina hoy, 26 años después, la mayoría de ellos en vigencia del régimen democrático.
“Tenía 18 años cuando me llevaron a Malvinas. Integré la compañía de infantería B del regimiento mecanizado Nº 7, de La Plata; éramos unos 160 hombres y, supuestamente, íbamos para custodiar al gobernador (que residía) en Puerto Argentino“, la capital malvinense, ubicada en el extremo más oriental de la Isla Soledad y rebautizada así por decreto por el ex dictador Leopoldo Galtieri, a días de iniciado el conflicto.
Sin embargo, en los planes de los altos manos la encomienda casi diplomática no era la única misión: “Nos desplazaron de a poco tierra adentro y terminamos anclando en el Monte London”, relata Mambrín. Allí tuvo lugar entre el 13 y el 14 de junio uno de los enfrentamientos, cuerpo a cuerpo, más sangrientos del choque bilateral. “Fueron más de 12 horas de combate. Me gustaría no haber estado allí”, confiesa el veterano, que actualmente se desempeña en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, en contraprestación por el subsidio de 1500 pesos que percibe, según lo fija el DNU Nº 886, de 2005.
Por su parte, el caso de Héctor Borda, al frente del Centro de ex Combatientes de Malvinas en Esteban Echeverría y Ezeiza, es algo distinto: “A mi me permitieron elegir si ir o no a la guerra”. Cuando fue consultado por esta agencia por los motivos que los impulsaron, Borda no dudo en responder que en su decisión pesó más su vocación de servir a la patria que el temor de involucrarse en una guerra.
“Cada uno a su manera sirve a la patria, por eso cuando vamos a las escuelas a dar charlas y vemos que los chicos nos escuchan le aconsejamos siempre que estudien porque ésa también es una manera de hacer algo por el país” relató el ex soldado, clase 62, del Grupo de Artillería Aerotransportado Nº 4, de Córdoba.
“La experiencia me marcó –definió Borda-: cuando vine de Malvinas tuve el apoyo incondicional de mi familia y eso fue lo que me permitió seguir con mi vida y poder criar a mis hijos.” Aunque aclaró que no descree de la democracia, sostuvo que “sufrimos un abandono de ocho años”, desde el fin de la incursión armada, en junio de 1982, hasta el otorgamiento de las primeras pensiones a veteranos, durante la administración Menem. “Fueron dos cachetazos seguidos: los milicos nos llevaron a la guerra y la democracia nos abandonó”, metaforizó.
“Yo estaba esperando mi baja, ya había devuelto mi ropa y mi arma, pero llegó el 2 de abril y nos dijeron que nos iban a dar la baja. Empezamos con simulacros y durante dos semanas tuvimos los camiones con las armas ‘arriba’. Recién el 22 nos informaron que ‘orgullosamente’ ironiza íbamos a participar. Nosotros nos quedamos más tranquilos porque estábamos hartos de los preparativos y la incertidumbre. Llegamos a las islas a las de la mañana del 24”, relató el presidente de lo veteranos echeverrianos.
Pero su desempeño en el campo de batalla se extendió por poco más de un mes. Su compañía cayó prisionera en Darwin el 29 de mayo, “después de cuatro días de combate. Estuvimos cautivos hasta el 13 de junio, cuando nos transportaron en su trasatlántico Norland Hull hasta Uruguay”.
“Durante el regreso a Córdoba, los cuadros superiores nos cerraban las ventanillas de los micros porque no querían que la gente nos viera demacrados, flacos y amoratados”, describió. El relato cristaliza la manipulación comunicacional que el gobierno de Galtieri buscó instrumentar para mantener el estado de exaltación popular, acodado en el aparato mediático estatal.
GRD-AFD
02-04-08
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