La ayuda solidaria recorre los barrios de Varela

El Centro de Participación Popular Monseñor Enrique Angelelli genera espacios para atender distintas necesidades básicas, en especial de niños y adolescentes, ante la crisis económica creciente. “Nadie abraza obligado al otro”, afirma uno de sus referentes, José Luis Calegari.

Brenda Cisterna

Como cada martes a las 15, en el Centro de Participación Popular Monseñor Enrique Angelelli de Florencio Varela comienzan los preparativos para que el espíritu de “El carrito de la alegría” viaje hacia algún barrio de la zona con actividades para los niños. Ahora el nombre de la jornada es un recuerdo: el carrito de madera de muchos colores con el que comenzó la iniciativa quedó arrumbado en el patio, roto por el peso que solía cargar. En este caso, la jornada será en “El refugio”, uno de los 26 centros comunitarios que se encuentran dentro del área del Centro Angelelli y que cumple un año de su inauguración.

A las 16, todo está listo. Un par de cajas contienen los libros y los juguetes que ordenó La China, una de las encargadas de la actividad. En una bolsa chocan los platillos, los palos y las clavijas con los que Pablo da los talleres de circo. A un costado, se acomodan el grupo electrógeno para pasar música y unas colchonetas con las que se improvisan asientos. Los payasos Pepa y Limón se preparan para el show mientras esperan la partida.

Sin embargo, los desperfectos de la camioneta, que llega pasada la hora prevista, desbaratan lo planeado. Apenas sale del Centro, sus ruedas traseras se atascan en una zanja llena de barro y, cuando logra zafar, tras recorrer unas cuadras, se detiene sin motivo aparente.

La situación amerita un cambio de planes; cancelar la visita no es una opción. La China realiza algunas llamadas y se comunica con Elena, la responsable del merendero, para avisarle que irán, aunque sea más tarde de lo previsto. Después de varios minutos de espera, llega un compañero con una camioneta mucho más pequeña pero con espacio para que suban todos, incluidas las mochilas de los payasos y algunas colchonetas.

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Luego de atravesar el barrio Kilómetro 26, la camioneta entra en Santa Inés, justo cuando cruza un colectivo de la línea 383 que pasa cada una hora. A medida que se acerca al merendero, ubicado en la periferia, las calles de asfalto quedan atrás y en su lugar aparecen las de tierra, que casi no se distinguen de las veredas, por donde no hay autos pero sí niños pequeños que juegan en las calles o andan de a dos en bicicleta.

Defensa de la alegría
“El refugio” queda en medio de un asentamiento, rodeado de casas y casillas en construcción. En muchas, un letrero pintado a mano anuncia que funciona un kiosco, se hacen pizzas o se vende pan.

Cuatro paredes de ladrillo, con arcos preparados para dos puertas y dos ventanas todavía sin colocar, en medio de un terreno vacío entre dos casas, constituyen “El refugio”: el único lugar donde los niños de la zona pueden, además de merendar, reunirse para jugar y entretenerse con distintas actividades. “Gracias por tanto, Elena”, se lee en una tela colgada en la pared con la firma de “El carrito de la alegría”.

El espíritu de “El refugio” se inspira en el del Centro Angelelli. “Aunque sea el mejor proyecto, si al pibe no sos capaz de abrazarlo estamos en un problema. Si ese proyecto no tiene como base que vos al pibe lo abraces y lo quieras, por más que le ofrezcas lugares divinos…”, plantea José Luis Calegari, uno de los referentes del Centro.

Los 50 chicos que esperaban estallan de alegría cuando de la camioneta bajan los payasos. Sofía tiene 5 años y es la primera en ir corriendo hacia ellos para pedirles un abrazo.

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Una incipiente llovizna obliga a realizar el show en el interior del lugar. Entre todos corren las mesas con la merienda para hacer espacio. En un costado quedan las mesas con las pastafrolas, las tortas fritas y la olla con chocolatada caliente que preparó Elena en su casa, ayudada por unas compañeras, y que luego trasladaron en una carretilla a lo largo de las dos cuadras que la separan de allí. Es que en “El refugio” no hay electricidad, gas, ni agua. Un grupo de mujeres se queda cerca de las mesas y explica a los niños que piden la merienda que deben esperar para comer, porque tienen que dárselas a todos a la vez para asegurarse que a ninguno le falte.

Inventar sonrisas
El show comienza y los payasos piden colaboradores del público infantil. Una chica que no supera los 12 años es la primera en levantarse.

– ¿Qué sos? ¿Policía? – pregunta riendo cuando “Pepa” le pide, tomándola del brazo, que se coloque en un costado para comenzar la obra.

Aunque esas palabras puedan parecer un simple comentario, reflejan la realidad que se vive día a día en los barrios, donde los jóvenes sufren con frecuencia situaciones de violencia policial y estigmatización.

“Vos decís, por ejemplo, ¿qué hacemos con los miles de pibes que están en las esquinas de noche, que nadie atiende? ¿Cuál es la política estatal para esos pibes, aparte de la policía y lo punitivo? Ninguna”, denuncia Calegari. Y también se cuestiona: “¿Quién va a ir a las dos de la mañana a corretear a los pibes? Los que tienen vocación, no un empleado al que lo obligás. Porque nadie abraza obligado al otro”.

A falta de música, los aplausos y el canto de los niños son la banda de sonido para la obra. Luego de algunos trucos de acrobacia y chistes, los payasos reparten globos para realizar un juego. Entre los más pequeños se encuentra Matu, que pide ayuda a su hermana, apenas más grande, para inflar un globo, mientras sus otros dos hermanos los observan.

Como ellos hay muchos que van al merendero con sus hermanos. La mayoría permanece con el guardapolvo puesto; algunos asisten acompañados por sus madres, que a su vez llevan en brazos o en carrito a sus hijos pequeños. Hay quienes, como Matu, llevan las zapatillas rotas.

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Cuando terminan los juegos, vuelven a acomodarse las mesas en el centro del lugar y Elena lleva una torta que prepararon para el festejo. Alrededor, los chicos se agrupan para cantar el feliz cumpleaños a “El refugio”. Luego, se preparan en una hilera para recibir la merienda, de uno en uno.

La lluvia se detiene y luego de merendar los chicos comienzan a dispersarse por fuera de la habitación. Matu se entretiene dibujando sobre un montículo de arena que hay en medio del terreno; luego se une a él uno de sus amigos.

Mientras La China habla con Elena y los payasos comienzan a preparar sus mochilas, Pablo reparte globos una vez más. De pronto, el terreno se llena de niños que ríen y juegan con globos, mientras comparan cuál es más grande o rezongan cuando se pinchan con alguna piedra o se escapan de sus manos.

Cuando La China, Pablo y los payasos emprenden el camino hacia la salida para irse con las mochilas y las colchonetas en las manos hasta el Centro Angelelli, Sofía corre hacia La China, que la alza y lleva en brazos por algunas cuadras. Luego, Sofía se baja pero no se queda sola, sino que se une al grupo de Matu y sus hermanos que vuelven a sus casas entre risas y corridas.

Pensar la economía
El año de funcionamiento que cumplió “El refugio” no es un dato aislado, sino que responde a una realidad económica y social, en la que cada vez son más las organizaciones que abren espacios similares.

Según datos del Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (ISEPCi), en septiembre y octubre aumentó un 22 por ciento la cantidad de niños y adolescentes que asisten a los comedores de la organización Barrios de Pie, ubicados en 33 partidos del conurbano bonaerense.

En este contexto, mientras organizaciones como La Poderosa denuncian un recorte en el presupuesto de los comedores, otros movimientos como la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) reclaman por una Ley de Emergencia Alimentaria. Para Calegari, “hay que discutir los marcos legales que definen la actividad económica de un país en forma dura y que determinan las políticas de transferencia, que aunque son útiles no son las que definen de fondo las políticas económicas”.

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Estado presente; Estado ausente
Calegari considera que el Estado no está ausente en los barrios. “Está presente depende en qué”, enfatiza y aclara: “Está claramente presente en la cuestión punitiva, por ejemplo. La Policía está presente, la Justicia está presente. Y ahí la pregunta es si alcanza con esa presencia o en realidad hay otras agencias del Estado. Las agencias del Estado deberían estar en la tarea preventiva. Porque vos tenés cada vez más cantidad de pibes fuera del sistema educativo, cada día más cantidad de pibes en situación de consumo y de violencia. Y bueno, ahí hay ausencia”.

En este sentido, sostiene que desde el Centro Angelelli creen que “un gran preventor de las adicciones y la violencia es que los pibes se sientan queridos”. Por eso, además de “El carrito de la alegría”, que está orientado a los niños, otras de las actividades que se realizan son las “callejeadas nocturnas”, que consisten en recorridas los viernes por las noches por distintos barrios de Florencio Varela, para dialogar y acercarse a los jóvenes.

“Pensamos actividades que permitan romper la palabra, que hagan que el pibe recupere la capacidad de la palabra, de decir lo que le pasa, lo que piensa”, explica Calegari. “Me parece que le podés preguntar ‘¿qué te pasa, qué deseás?’ Y después, le podés preguntar ‘¿qué soñás?’ Y si tiene sueños, podés empezar a construirlos.”

BC-GDF

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