Lomas de Zamora, abril 25 (AUNO).- El periodista Alejandro Córdoba publicó su tercer libro “Luces Rojas: un análisis sobre la trata de personas para la esclavitud sexual”, cuyo propuesta es visibilizar esa problemática que “todavía no está en la agenda pública” porque sólo se “conocen casos aislados”. Su investigación indaga sobre el funcionamiento de las redes que “hoy por hoy que tienen vínculos con algunas fuerzas de seguridad” e intenta deshilar la trama de un tema “muy complejo” en el que se entremezclan la pobreza y el crimen organizado.
Córdoba habló con AUNO y se refirió tanto a las redes de trata como a la recuperación de las víctimas, además del rol que deben llevar a cabo los ciudadanos. Temas que están detallados de manera más exhaustiva en su libro.
—De acuerdo a su investigación, ¿qué pasa con las víctimas una vez que son recuperadas de la red de trata?
—La Oficina de Trata que depende del Ministerio de Justicia tiene un grupo interdisciplinario que lo primero que hace es separar a las chicas de quienes pueden ser clientes o explotadores, y posteriormente las acompañan a dar declaración (ante la justicia). Una vez que se determina que son víctimas de la trata se las lleva a casas que tiene el Ministerio de Desarrollo Social en distintas provincias, donde se les da asistencia psicológica y herramientas para su inserción laboral. Algunas vuelven a sus hogares y otras prefieren quedarse en esas casas y buscar una salida alternativa. Esa oficina, hasta ahora, rescató más de 2 mil jóvenes, pero habría que ver cuántas estuvieron en situación de trata.
—¿Cómo funciona una red de trata?
—Funciona en distintos estamentos. La primera etapa, que es la de reclutamiento, consiste en que personas allegadas a las víctimas les prometan un trabajo con una remuneración más importante que la nada que ya tienen y la posibilidad de ir a una ciudad. A partir de ahí viene la etapa de explotación, en la que hay varios actores, uno es el administrador del prostíbulo que es el que está en contacto con los clientes y con las víctimas. Otro es el proxeneta, que es el dueño del lugar y al mismo tiempo el que mantiene los vínculos con la policía local para el funcionamiento del negocio. En algunos lugares se emplea el sistema de camas, es decir que mueven a las chicas de un prostíbulo al otro para cambiar la oferta e impedir que generen lazos de amistad; en algunos hasta les cambian el aspecto físico.
—¿Cuál sería la función del ciudadano para aportar a la difusión de esta problemática?
—Informarse un poco más. Ir más allá de las noticias y averiguar realmente qué es la trata de personas. Casi todas las ONG tienen páginas de Internet donde se detalla el problema. Me parece que hay herramientas como para informarse más. Cuanto uno más se informa y cuanto más público se hace el tema, más se obliga a estas redes a que sean más clandestinas y a correrse, porque si a todos nos parece normal que haya un prostíbulo en la esquina, esto va a seguir existiendo. Ahora cuando hay charlas sobre la trata y empezamos a mirar mal que haya un prostíbulo en el barrio, al proxeneta eso le va a hacer ruido, va a empezar a ver que hay debates en televisión y entonces va a haber un retroceso, lento porque es una estructura armada durante años. Pero la idea es desandar de a poco.
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